![Más allá de un lugar para el recuerdo](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202001/03/media/cortadas/galdos-expo-ko0F-U901119135560vrC-1680x720@Diario%20Montanes.jpg)
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germán gullón
Sábado, 4 de enero 2020, 07:47
La celebración del centenario de la muerte de un escritor permite expresar públicamente la alegría colectiva, especialmente uno como Benito Pérez Galdós, cuyos textos llegan, como los cervantinos, cargados de concordia, de entendimiento de las verdades humanas, y de un mensaje social que conmemora el nacimiento de la España moderna, democrática, laica, aparecida en 1868. Este espíritu liberal desafiaba el tradicional, atado por principios religiosos y autoritarios, que sucumbió durante la dictadura de Franco, para renacer en 1975. Con esa España nos identificamos la mayoría de los ciudadanos de nuestro país.
Sin embargo, el centenario llega en una coyuntura política cuando la duda sobre la identidad nacional vuelve a plantearse, y las fuerzas ideológicas centrífugas parecen aflojarse. Circunstancia que propicia la aparición de los mediadores o intérpretes del legado galdosiano. Los radicales, que niegan el pan y la sal al autor, tildándole de garbancero, los seguidores de los literatos puros que se apartan de la masa lectora y expresan su desdén a un autor popular entre los lectores, los que le asignan un cubículo sin oxígeno en la historia literaria, el del realismo-naturalista. Los que insidiosamente dicen que se limpió el polvo al salir de Canarias, una patente falsedad, su vínculo emocional con las islas permaneció vivo, a través de la familia, de su interés por la política local, y siempre asomó un suave deje canario en su habla.
Por otro lado, el centenario permite examinar el legado galdosiano con optimismo. Una gran parte del mismo se conservaba en el hotel San Quintín de Santander, un chalet situado frente a la playa de la Magdalena, la residencia de verano del autor, donde reunió los manuscritos, su biblioteca, una extensa colección de arte, cuadros de amigos, de Emilio Sala, de Aureliano Beruete, de Ricardo Arredondo, de Arturo Mélida, de Lhardy, de Joaquín Sorolla, de Antonio Maura, y los propios, diversas vistas de la bahía de Santander, al lado de los dibujos realizados por conocidos artistas para ilustrar los Episodios nacionales, muchas fotografías, objetos de variado origen, una mascarilla de Voltaire, jarrones, tapices, y paro de enumerar. Las tormentas del comienzo del franquismo dieron al traste con esta magnífica propiedad, que fue derribada. Por fortuna, su hija María Pérez Galdós y Juan Verde, su marido, salvaron del desastre el contenido del inmueble, una parte fue a Canarias, y forma hoy la base del patrimonio material de la Casa-Museo Pérez Galdós, su casa natal en Las Palmas de Gran Canaria. La historia de esta institución honra a los isleños, que defendieron su creación contra el fuerte rechazo del obispo Pildain, que no quería saber nada del hereje, e incluso pidió ayuda a Franco para impedirla, y que se mantiene como centro de investigación.
Uno de los mejores ejemplos del Madrid 'galdosiano'. Forma parte de las 'Novelas Españolas Contemporáneas'.
Felipe Centeno, protagonista de la obra, es el 'lazarillo' de Galdós, que narra su llegada y vida en Madrid.
O sea, el paisaje después de la pérdida de San Quintín, ocurrido en una coyuntura complicada de la inmediata posguerra, no llevó al desastre, gracias a la familia Galdós, en Madrid y en Santander, que aún hoy en día custodia parte del legado, cartas, manuscritos, cuadros, y objetos varios. Queda material para que sigamos estudiando aspectos que iluminen mejor la vida y obra del autor. Por ejemplo, las cartas dirigidas a su hija María, muchas de ellas inéditas. Recientemente, perdimos en Santander a Benito Madariaga de la Campa, cuya ausencia nos escamotea una parte del recuerdo galdosiano.
Galdós ocupa un lugar particular en la cultura española. Tuvimos una exitosa Transición política, y una imperfecta transición cultural. Galdós no fue recibido en la España democrática como se merecía, ni todavía ocupa el lugar que le corresponde. Ni fue el único, recuerdo un caso similar, el de Max Aub. Los lectores particulares fueron los que mantuvieron su recuerdo, los que disfrutan a lo largo de generaciones de sus novelas, quienes, según dijera Luis Cernuda en el exilio norteamericano, cuando me quiero sentir en España leo a Galdós, para experimentar el calor de nuestra patria emocional. Y los miles y miles que lo siguen leyendo sienten algo parecido. La enseñanza de sus obras en institutos, colegios, y universidades, resultó, en demasiados casos, accidental, antes y durante la era democrática. Por eso, una de las tareas primordiales de este centenario sea afincarlo en el podio cultural español, para que podamos apreciar en sus páginas la imagen de la España moderna, laica, democrática, diversa, vista con la tolerancia y bonhomía de que piensa que la sociedad debe ir hacia un equilibrio, la armonía de la fraternidad. La lectura de Galdós reforzará así el sistema inmunológico cultural, al defenderlo contra la invasión de los autoritarismos, de los que se sienten por encima del conjunto, de lo que las elites denominaron la masas, y los nacionalistas, el otro.
Por fortuna, el tirón galdosiano, el de sus fieles lectores, que conocen sus personajes inolvidables, doña Perfecta, Marianela, Fortunata, Benina, o Salvador Monsalud, de sus Episodios nacionales, arrastra voluntades, y gracias a ellas, los diferentes lugares donde vivió el autor se aprestan a celebrarle. Su tierra natal, Canarias, donde se formó su personalidad, Madrid, su lugar de residencia permanente, y Santander, el espacio donde el hombre maduro encontró la amistad, la paz, y donde fraguó su carrera de autor teatral. Santander inició los homenajes publicando un librito, Galdós santanderino (agosto, 2019), la Biblioteca Nacional de España, con el apoyo del gobierno de Canarias, levantó el telón del año galdosiano el noviembre pasado, con una exposición que celebra casi todas sus facetas, junto a la mejor conocida de novelista, la de dramaturgo, periodista, ensayista, político, editor, pintor, dibujante, músico, y quizás la de autor de un libreto de zarzuela. Madrid lo festejará también. Ya ha comenzado nombrándole hijo adoptivo de la ciudad (noviembre, 2019), y prepara muestras fotográficas de su figura y entorno, mientras Canarias celebrará todo el año exposiciones sobre la vida y obra de Galdós en Las Palmas y en Tenerife.
Igual que los treinta y tres mil ciudadanos que le acompañaron en el duelo por las calles de Madrid el 6 de enero de 1920, dos días después de su muerte, los lectores de su obra seguimos siendo los mantenedores de su memoria viva, más allá del recuerdo. Leer a Galdós en 2020 será quizás el mejor y más universal de los homenajes que podemos hacer en español y en las cuarenta lenguas a que ha sido traducido.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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