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De izqierda a derecha. Charo Jaén, Ana Lilia Saro, Pilar González, María Eugenia Molledo (agachada) Ana Bascuñana, María Santamaría, María del Carmen Bedia y María Diez, en uno de los rincones de la exposición '¡Toc! ¡Toc! 50 años del álbum ilustrado'. Roberto Ruiz
El alma de las zonas rurales

El alma de las zonas rurales

Vocación en femenino. Las bibliotecarias de ocho pequeños municipios de Cantabria se enfrentan a diario al reto de fomentar la lectura y convertir sus espacios en punto de encuentro

Rosa Ruiz

Santander

Martes, 8 de marzo 2022, 08:27

«A las bibliotecas se viene a ser felices», asegura Pilar González con el asentimiento de otras siete mujeres que, con su trabajo, se han convertido en el alma de las zonas rurales de Cantabria. Son ocho bibliotecarias, con una alegría contagiosa y una vocación que no entiende ni de pandemias, ni de otras crisis pues se crecen ante las adversidades. Ocho mujeres que con su trabajo ayudan a cambiar el mundo. «Yo les digo a los niños que a la biblioteca se viene a ser felices porque es un lugar del que se tienen que llevar una sensación positiva y porque los libros, además de ayudarte a buscar respuestas, también te ayudan a ser felices», argumenta Pilar González, encargada de la Biblioteca de Mazcuerras desde su puesta en marcha en 1985. «Desde entonces han pasado muchas cosas, y las bibliotecas se han convertido en un espacio mucho más abierto que más allá de los préstamos se han convertido también en un lugar de encuentro de los vecinos», expone esta bibliotecaria quien tiene muy claro que una gran parte del éxito de su trabajo consiste en «escuchar a la gente y atender sus necesidades».

Como ella, Charo Jaén, bibliotecaria en Noja desde 1998, reconoce que «hace mucho que han dejado de ser un sitio donde llegas para estar en silencio». Las bibliotecas de ahora, son para hablar, preguntar, participar y, sobre todo compartir, señala.

Las ocho se encargan de las bibliotecas públicas de otros tantos municipios pequeños, una situación que, según comentan todas ellas, tiene más puntos buenos que malos. Entre la parte positiva de su trabajo está la posibilidad de conocer mucho mejor a los usuarios, tal y como explica, María del Carmen Bedia, responsables de la Biblioteca de Argoños desde hace 22 años. «Nuestro trabajo es muy distinto al de los compañeros de las ciudades o los municipios más grandes porque nos brinda la posibilidad de hacer animación a la lectura casi a diario y ver crecer a nuestros usuarios».

Ana Lilia Saro, encargada de la de Cabezón de la Sal, puntualiza que, además «tenemos una mayor independencia a la hora de organizar las actividades que proponemos a los usuarios porque somos nosotras mismas las que nos encargamos de todo sin tener que esperar a que nos den el visto bueno». Aunque esta ventaja, según ella misma cuenta, se convierte también en uno de las cosas negativas que sufren las bibliotecas de los pueblos. «Al final supone una mayor carga de trabajo y una responsabilidad que no se ve a la hora de recibir gratificaciones», asegura.

¿Qué otras cosas negativas? «No estaría de más que contásemos con más presupuesto para la adquisición de libros», comentan casi todas.

María Díez, bibliotecaria en Sarón, en cambio, cree que «pese a todas estas dificultades trabajar en un pueblo pequeño es mucho más gratificante».

El trabajo conjunto

Esas actividades de las que hablan todas han venido a cambiar el panorama bibliotecario en las últimas décadas y en este sentido, Pilar González, lo tiene muy claro. «El préstamo tiene que seguir siendo uno de los ejes centrales de nuestras bibliotecas pero en cierta manera nosotras también somos un vehículo para que la gente acceda a la cultura en todas sus expresiones y no solo para que vengan a las salas, también tenemos que facilitar a los vecinos de nuestros municipios que vayan al Palacio de Festivales para ver obras o que se adentren en una galería y visiten exposiciones, por ejemplo».

Una de las cuestiones que destacan a la hora de hablar de su trabajo es la necesidad de trabajar de forma conjunta. Ellas mismas son un grupo cohesionado, que comparte inquietudes y con una relación que, vista desde fuera, parece la de un grupo de amigas. De hecho una gran parte forma parte de la Asociación 'Ocho bibliotecas y un bizcocho' que el año pasado fue premiada por la Asociación de Libreros de Cantabria por su gran labor de fomento de la lectura.

Entre ellas se consultan, recomiendan, ayudan e incluso asisten a las distintas actividades que se organizan fuera de sus municipios y que puede ayudarlas a mejorar en su trabajo. La semana pasada, por ejemplo, asistieron en la Biblioteca Central a un taller enmarcado en la exposición '¡Toc! ¡Toc! 50 años del Álbum Ilustrado'. Ana Bascuñada, bibliotecaria en Suances, asegura que el grupo «y la mayoría nos conocemos desde hace veinte años» está encantado de participar en «talleres inspiradores como este que nos permite encontrar una mirada artística y maravillosa de los libros para niños».

De todas. ella es la que tiene más claro que el oficio es mucho más femenino que masculino. «Creo que las mujeres tenemos más empatía y una cercanía y espontaneidad que nos facilita el trabajo», afirma.

Otras de sus compañeras, en cambio, consideran que el hecho de que haya más mujeres es algo más casual y ensalzan el trabajo de sus compañeros bibliotecarios, si bien en lo que sí insisten es en que el alma de los clubes de lectura es puramente femenino. Y es que, según explican las mujeres predominan en estos grupos que ellas mismas han potenciado y que, según recalca María Santamaría de la Biblioteca de Polanco, «no han cesado ni en los momentos más duros de la pandemia porque hemos estado al pie del cañón, hemos seguido dando servicio e intentado llegar a todos los habitantes a través de sesiones online».

Esta bibliotecaria, en un municipio de 6.000 habitantes, explica que «en los pequeños sitios se pueden hacer cosas muy grandes» y, como el resto, reitera en que «la figura del la bibliotecaria con gafas y moño que lo único que hace es mandarte callar» dista mucho de lo que es la realidad.

En lo que sí están de acuerdo es que su trabajo es muy vocacional. «Y eso nos permite disfrutar mucho», afirma María Eugenia Molledo encargada de la Biblioteca de Bárcena de Cicero. En su caso, está encantada de poder trabajar con niños, «para mí supone un reto hacer de los pequeños lectores grandes lectores» y eso que, en su sala y de momento hay de todo. «No me puedo quejar de los grandes lectores». También ahonda en que 'la labor de captación' hay que hacerla siempre porque son muchos los usuarios que se van del pueblo, «pero afortunadamente siempre acaban viniendo otros nuevos».

En Noja, tal y como señala Charo Jaén, el volumen de trabajo es mayor en los meses de verano. «Durante el curso es más difícil ver a niños por la sala. A lo mejor es que tienen menos tiempo disponible, sin embargo, en verano hay muchísimos». Por eso en esta biblioteca como en casi todas la mayoría de las actividades están centradas en el público infantil. Aunque insisten, casi con un orgullo maternal, de la fecunda actividad de los clubes de lectura. El próximo mes de abril habrá un encuentro de todos los de Cantabria en Polanco en el que participará la escritora Mar Benegas.

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