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«En ella se oye el ruido de la sangre, la palpitación de los seres reales». Por eso, explicó Benjamín Prado, Almudena Grandes es tan querida entre lectoras y lectores. Compañero de profesión y de vida, amigo de su amiga desde hace cuarenta años, era ... lógico que el madrileño glosara el recuerdo de la escritora fallecida el pasado año, en la apertura del seminario que la UIMP le dedica esta semana: 'El corazón y el compromiso: jornadas sobre Almudena Grandes y su obra'.
Con su viudo sentado entre el público, ora conteniendo la emoción, ora recordando cómo Grandes amenazó con una espumadera a Prado y Sabina cuando estos bromeaban con El Quijote en el patio de su casa de Rota, la jornada inaugural sirvió para trazar un recorrido por el legado inconcluso de la autora que a su muerte, se había ganado «a pulso» un lugar en bibliotecas y escaparates. Inconcluso porque, como recordó Prado, sufrió mucho por no poder terminar los 'Episodios de una guerra interminable', un proyecto que tenía perfectamente delimitado desde sus primeros compases.
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Compartió también sus recuerdos, personales y profesionales el rector de la UIMP, Carlos Andradas, que conoció a Grandes cuando trabajaba en Boston y la escritora ejercía de conferenciante. El poso de aquellos encuentros fue una amistad que perduró con los años. Andradas definió el seminario como «imprescindible». Completó el plantel Juan Cerezo, coordinador del encuentro y, durante décadas, quien tuvo «el honor y privilegio de ser su editor». Cerezo habló de la profunda huella que deja la obra de Almudena Grandes; «una impronta y una emoción, que son de las palabras que primero nos vienen a la cabeza al hablar de ella».
Estudiosos y lectores de paladar fino saben apreciar lo bien hecho, coincidió Prado. La labor de la búsqueda y el hallazgo. Que el trabajo escriba y la inspiración corrija, dijo citando a Machado. Y Grandes corrigió mucho. «Almudena fue cada vez una escritora mejor, lo que demuestra su tesón y ambición legítima». Conoció el éxito desde el inicio de su obra con 'Las edades de Lulú', pero su triunfo «no fue una moda ni un ave de paso, porque la seriedad de su trabajo y la búsqueda de la palabra justa, incrementaron la lista de sus seguidores». No se acomodó. No se conformó con ser «una marca» o vivir de las rentas, «sino que luchó en cada uno de sus libros por mejorarse, sin perder su esencia», demostrando su apuesta por una literatura «seria». Y «quien se toma en serio sus libros, lo hace para siempre», afirmó.
Para el escritor, habitual del paisaje santanderino, «el verdadero triunfo del creador es durar». Y Almudena Grandes «perdura en su obra». En los cientos de libros que como banderas ondearon sus lectores en su funeral, el día «que para los que la amábamos, nunca va a terminar». Pero también en las decenas de lugares que llevan su nombre. Desde una biblioteca en Móstoles a Irún, donde es posible jugar en una plaza que la homenajea o la Galería de los Ilustres de Madrid donde cuelga su retrato.
Ella tenía en su despacho otro retrato. El de Benito Pérez Galdós. Su admiración por el autor de 'Tormento' o 'Fortunata y Jacinta' era tan visible como su influencia. Como también la herencia de Balzac, Dickens, Tolstoi o Víctor Hugo. Para Grandes, en el siglo XIX los novelistas eran aún «salvajes e inocentes» y podían crear mundos completos.
En el mundo de Almudena, los personajes manejan un lengua a pie de calle, con sabor a su Chamberí castizo o las calles Churruca y Larra, donde vivió, murió y en el interludio entre principio y final, cultivó su historia de amor y compañerismo con el actual director del Instituto Cervantes, el poeta Luis García Montero.
Las frases
Benjamín Prado-Escritor «Almudena mostró con sus personajes, realistas, cómo la suma de las derrotas individuales puede dar lugar a un triunfo colectivo »
Juan Cerezo-Editor «Su obra deja una profunda huella, una impronta y una emoción, dos de las palabras que vienen a la cabeza al hablar de ella»
Francisco Valls-Profesor y filólogo «Alegría era su concepto favorito y aunque era contundente en sus opiniones, sabía rectificar si se daba cuenta de que estaba equivocada»
Grandes fue siempre una escritora social, en una búsqueda infatigable de la dignidad humana, hilando relatos a partir de quienes habitan los márgenes de la sociedad y dando a entender que «la suma de las derrotas individuales puede dar lugar a un triunfo colectivo». Encaminada a sublimar lo cotidiano, a encontrar héroes y heroínas en las personas del día a día.
Su estilo, detalló Benjamín Prado, se fue haciendo envolvente, la prosa fue ganando profundidad y esos personajes representaban una fotografía de diferentes momentos de la historia de España, empeñada, ella, en que la forma de hablar fuera un reflejo de la extracción social, del escalón vital de sus protagonistas, a los que quiso dotar siempre de realismo. Es, justamente, la solidez de su escritura, afianzada en el tiempo, «lo reconocible, lo que le proporcionará un lugar al sol en el canon de su tiempo».
No quiso olvidar el escritor, a Grandes también como lectora. «Para saber contar las historias de personas reales, hay que leer y Almudena era una lectora sorprendente». A veces para documentarse, a veces para entretenerse, de Juan Marsé a las novelas policiacas. Un recuerdo, este, que agradeció García Montero, quien la definió como «lectora infatigable». Almudena era, además «narradora pura, narradora a tiempo completo», que como rememoró su amigo, «estuvo trabajando hasta el final».
Además de Benjamín Prado, la jornada también incluyó la conferencia del filólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona Juan Valls, quien profundizó en el papel de Grandes en la narrativa española, entre clásicos y contemporáneos.
Militante en el cariño de sus amigos, colchonera y en el espectro de la izquierda política en diferentes épocas, era contundente en sus opiniones pero no rígida. «Sabía rectificar una idea si se daba cuenta de que estaba equivocada.
Su concepto favorito era alegría y el libro más importante de la vida de Almudena Grandes fue 'La Odisea' ilustrada que le regaló su abuelo Manuel. «Casi todo lo que sé de mi oficio me lo enseñó Ulises, rey de Ítaca, el año que hice mi primera comunión», dijo en una ocasión. Su obra ya es también un clásico.
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