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La fascinación por la ficción «es una fascinación por la verosimilitud e, incluso, por la inverosimilitud creadora», sostiene el narrador, poeta y ensayista Álvaro Pombo (Santander, 1939). El también académico, galardonado con los principales premios nacionales literarios, arropado por la crítica, abrió el año con el ensayo 'La ficción suprema'. El escritor santanderino, tras publicar su última novela 'Santander 1936', es el gran protagonista la próxima semana de la vida cultural de la UIMP.
El dia 22 recibirá el XXXV Premio Internacional Menéndez Pelayo y la Medalla de honor de la institución académica. Además, se subirá a la tribuna literaria del Paraninfo para hablar de ficción y realidad, de historia e investigación, de su ciudad natal y de sus personajes.
El autor de 'Protocolos' y 'Los delitos insignificantes' recibe el premio que lleva el nombre del polígrafo y erudito «por su extraordinaria, dilatada y original obra narrativa y poética». El narrador de 'Donde las mujeres' destaca por ser «uno de los más singulares autores españoles, capaz de crear un universo original, con una voz única, que nos conecta con la compleja realidad del mundo.
–¿Una buena entrevista son buenas preguntas o buenas respuestas?
–Una buena entrevista son buenas preguntas. Y un entrevistador o entrevistadora flexible. Porque las buenas respuestas son inspiración y nos inspiramos en el acto de hacer la entrevista. Una pregunta inteligente te inspira a contestar inteligentemente.
–¿El Santander de la Magdalena que visite estos días será un Santander mezclado un poco con el de su recuerdo?
–Mezclado, incluso, demasiado. En la época en la que el palacio de la Magdalena estaba cerrado nosotros jugábamos a ser piratas que subían desde la playa de la Magdalena a tomar por asalto el palacio. Está muy mezclado con mi recuerdo, sí. Yo heredé de mis primos una maqueta del palacio de la Magdalena tan grande que cabía un gato dentro y se asomaba al balcón. Se le veían los ojos y los bigotes.
–¿Qué supone para usted la obtención del premio Menéndez Pelayo, que han merecido tan importantes escritores y filólogos, y que el nombre del polígrafo santanderino figure en su ya amplio currículo de galardones?
–Que el nombre de don Marcelino Menéndez Pelayo figure en mi currículum es un honor indecible. Es un premio muy bien dotado económicamente, además, y me ha venido como pedrada en ojo de boticario.
–¿De qué hablará el martes por la tarde, en la sesión de Martes Literarios?
–Hablaré de poesía y prosa en mi obra literaria. Dos tipos de experiencia intelectual, a la vez muy próximos y muy distintos entre sí.
–Su última novela toca el tema de los meses previos a la guerra civil y los primeros meses de esta en una ciudad de provincias. ¿Resulta difícil para el escritor, a bote pronto, separar lo histórico de lo ficticio?
–En este momento de mi vida, historia, ficción e investigación, son mi gran tema. De esto hablaré sin duda el martes 8, porque la fascinación por la historia es una fascinación por la objetividad y la exactitud, dentro de lo que cabe, y una fascinación por la verdad. Y la fascinación por la ficción es una fascinación por la verosimilitud e, incluso, por la inverosimilitud creadora. Confío que sea una charla explosiva y que intervengan muchos santanderinos en ella. Santander, ¿historia o ficción? La respuesta, el próximo martes 8 de agosto.
–¿Qué próximos nuevos títulos de Álvaro Pombo veremos publicados?
–Hay dos novelas pendientes de publicarse, 'El destino del coronel Ybarra' y 'El Exclaustrado'. Acabo de terminar otra que se titulará 'Un matrimonio ideal'. Y acabo de empezar otra de cuyo nombre y título no quiero acordarme.
–¿Veremos pronto publicado su libro 'De senectute'?
–Buena pregunta… 'De senectute' será un libro de poemas escrito en estos dos últimos años, que son los años de mi vejez o senectud. Si no me sale bien, me corto la coleta de poeta. Y, si me sale bien, espero ser ascendido a los altares poéticos. ¡Santo súbito! Seré el nuevo santo súbito. Si me sale mal, es que estoy mayor, culpo a los achaques.
–¿Cree que algún día recibirá por fin alguno de los dos premios mayores de las letras castellanas, el Cervantes o el Princesa de Asturias?
–¡Otra buena pregunta! A ratos creo que sí. A ratos creo que no. Ambos son premios extraordinarios y no me corresponde a mí decidirlo. El motivo es que toda donación buena, todo don perfecto, vienen de arriba, descienden del padre de la luz. Ojalá algún día mi obra sea reconocida como algo tan bueno que merezca alguno de estos premios.
En una de las galas más divertidas de la literatura española en lo que va de siglo, un periodista deslenguado preguntó a Álvaro Pombo cómo iba a gastar el dinero del premio Planeta que acababa de ganar. «Poco a poco», respondió el escritor, con menos sorna de lo que parecía. Y es que exactamente así ha sido su carrera literaria: un constante progreso, desde que a finales de los setenta decidiera corregir la anomalía de ser un poeta atrapado en el cuerpo de un banquero londinense.
Y lo haría conquistando primero el prestigio entre sus colegas, con el premio El Bardo –aquellos poemarios intonsos de cubiertas pardas y rasposas, por los que desfiló toda la generación novísima– y después con el Herralde, sí, el más cotizado en los ochenta. Conquistado el mundo editorial independiente, en los noventa se ganaría a los críticos, que le dieron su premio por 'El metro de platino iridiado', y a las instituciones, lo que se tradujo en el Nacional de Narrativa en 1996 por 'Donde las mujeres'. El siguiente paso sería tomar al asalto el gran mercado editorial: premio José Manuel Lara en 2002, premio Planeta en 2006 y premio Nadal en 2012, con el consiguiente acceso, por fin, al gran público y a una dimensión mediática que se multiplicaría con su ingreso en la RAE y, más recientemente, con sus escarceos con la política, que a punto estuvieron de sentarle en el Senado. Y todo ello, sin renunciar a una personalidad tan provocadora como lúdica, a su estética personalísima y a una filosofía que aborda temas tan inmortales como el bien y el mal, pero desde un contexto rabiosamente contemporáneo, recreando así las contradicciones de nuestro tiempo a través de las «señoritas bien» santanderinas y los profesores en decadencia que pueblan unas novelas que podríamos calificar como adictivas.
Aunque, sobre todo, en su bagaje como creador destaca el particular género literario de cuya autoría puede presumir, la 'psicología-ficción': «mis personajes son ficticios, no son entes reales y, por tanto, su psicología es imaginaria. Se puede decir que hago análisis psicológico sobre personajes imaginarios».
La gran historia es la de Grecia y Roma, la de los maestros Herodoto y Tucídides y Suetonio y Tito Livio. El persona/personaje de Julio César destaca en ella como orador, político, guerrero e historiador. Lo que de él sabemos nos lo dicen algunas fuentes antiguas, luego reutilizadas al gusto de las centurias posteriores. Julio César es Julio César pero es narrador a la vez que narrado por otros, es autor y personaje, y pertenece a Shakespeare y a Mankiewicz como Marlon Brando pertenece a Marco Antonio o al revés. Aprendimos que, en el momento de su asesinato, César pronunció el planto «tu quoque, fili mi?», cuando vio a su hijo Bruto entre los conspiradores; algunos dicen que se dejó matar sin defensa al ver tan elevada traición. Pero las fuentes próximas al magnicidio no son una tragedia teatral en tres actos y no esclarecen las palabras finales del gran César. ¿Murió en silencio o pronunciando en latín la frase lapidaria? ¿O acaso dijo en griego «kai sy, teknon?» (en cuya versión César habría utilizado «hijo» como «inexperto», en vocablo próximo a «tekné», de donde viene «técnica o arte»).
César es la historia, una historia que deviene en ficción. Nadie duda de su existencia pero no lo sabemos todo sobre él; Shakespeare, sin embargo, dieciocho siglos más tarde de los hechos, nos lo proporcionó todo sobre los intervinientes, sus diálogos exactos y hasta lo que pensaban: ahí el escritor que todo lo sabe, frente al historiador que sólo pudo narrar lo constatable. El César poco conocido plantea un problema y obviamente un reto al escritor que se maneja en ciertos hechos históricos para completarlos o variarlos a su libre convención y sin pretensión de verdad sino de verosimilitud.
He ahí lo que sucede en la última obra narrativa de Álvaro Pombo y, en particular, en su última novela publicada, 'Santander, 1936'. Sabemos que en aquella ciudad aquel año ocurrió lo que ocurrió pero ¿quién lo recuerda?, ¿quién puede dar testimonio de una verdad que siempre va a ser cuestionada por lo subjetivo? Existen indubitablemente unos hechos y nombres, un devenir político, conflictos, asesinatos detallados en los documentos. Pero, ¿quién conoce algo más? ¿Quién sino el escritor en su ficción calculada o no, sugerente, poderosa, es capaz de llevarnos hasta la conciencia de los seres sentientes que fueron algún día? Álvaro no mata la historia ni a César; los ama y muestra su cadáver desde las escaleras del Senado para declamar lo que quiere, narra más allá en una ficción que nos espera verosímil en cada página de su novela. No es fácil ni el tema ni el desarrollo. No era fácil en Roma atender a lo que realmente había sucedido bajo los augurios del marzo turbón, las habladurías o lo que quedaba por escrito.
Álvaro Pombo no conoció ni a su tío ni a su abuelo, pero lo que cuenta sobre ellos es verosímil y conmovedor, como solo un maestro de nuestras letras sabe hacer. Si César es tanto la historia como la ficción, parece estar diciéndole a Pombo «¿tú también, hijo mío?, ¿tú también, Álvaro, vas a recorrer la poesía compleja de lo universal, la vas a alimentar de fantasmas, para trazar la mentira verdadera de la palabra literaria a través de la tragedia de una ciudad de provincias?»
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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