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M. C. / R. R.
Miércoles, 13 de noviembre 2024, 07:08
«Estoy a punto de presentar suelas y me pregunto por qué me habré ido yo de Santander» decía Álvaro Pombo hace algo más de un año, en los Martes Literarios de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y El Diario Montañés, al presentar su –entonces– último libro, 'Santander, 1936'. Lo cierto es que los aires de la bahía siguen impregnados en su personalidad, tan lúcida y profunda como irónica y capaz de reírse de sí mismo como primer capítulo de un relato vital intenso.
–El máximo galardón de las letras españolas, como llaman al Cervantes, se suma a dos reconocimientos del año pasado;el premio Menéndez Pelayo y el premio Cántabro del Año de El Diario Montañés ¿Es posible que usted represente un extraño caso de «profeta en su tierra»?
–Suele decirse que nadie es profeta en su propia tierra. En mi caso, sin embargo, en Santander, yo he acabado resultando como mínimo profeta de mí mismo, sobre todo estos últimos diez o quince años. La atención que los santanderinos y santanderinas prestan a mis apariciones anuales –ahora ya bianuales, como este año– es sorprendentemente populosa: viene muchísima gente, me escuchan con gran atención y tengo la impresión de que se divierten bastante con mis bromas.
–En ese sentido, afirmó: «Mis obras son divertidas y me río hasta yo mismo». ¿Le sorprende hoy en día la lectura de sus propias obras de hace años?
–Sí, me sorprende mucho la lectura de mis obras de hace años. He hecho la prueba de leer este último año cuatro novelas mías seguidas y he quedado complacido, pero, a la vez, sorprendido, como si de algún modo no las hubiese escrito yo. Tengo una sensación de exterioridad con respecto a mis propios libros. Lo de reírme con mis propias gracias es que a veces me resulta muy cómico leer algunas cosas que he dicho.
–En su diálogo con José Antonio Marina ('La creatividad literaria', 2013) se desgranan múltiples referencias a numerosos autores. ¿Sus novelas se pueden leer como un abierto campo referencial de autores o títulos de cabecera, desde Platón a Sartre?
–Creo que mis novelas se deben leer como novelas, no como ensayos filosóficos de ningún tipo. Quiero decir que todo el material filosófico y erudito que utilizo está encaminado a producir un objeto brillante y fascinante e interesante. Y su valor filosófico o teológico se reduce mucho por eso.
–¿La poesía es una experiencia intelectual más intensa que la prosa?
–No sé contestar a esa pregunta del todo… La prosa es una experiencia intelectual intensísima, además de ser muy poética en muchas ocasiones. Yo tiendo a hablar de ambas cosas, poesía y prosa, a la vez, sin hacer una gran distinción entre ambas emociones. En ambos casos son experiencias constructivas estimulantes, anfetamínicas –si se quiere usar esa expresión–.
–¿La memoria es el territorio de los escritores?
–La memoria es, desde luego, el territorio de los escritores. Pero también es un territorio inmenso para cada uno de nosotros, escritores o no. Una gran parte de la inteligencia es fundamentalmente memoria, buena memoria. No solo memoria computacional sino memoria inventiva y creativa. Llevaría demasiado tiempo ahora distinguir entre las diferentes clases de memoria y su interacción con la inteligencia creadora humana. Me limito a decir que esa relación es muy fecunda. El pasado es pasado y el futuro es neutro, decía el poeta inglés. Pero resulta que el pasado es presente y futuro también. El futuro no acaba de ser del todo neutral. Aparece día tras día comprometiéndonos. El pasado es tristeza y estrés, el futuro es incertidumbre y ansiedad, dice mi buen amigo Iñaki.
–¿Qué supuso para usted recibir el premio al que da nombre su amigo Francisco Umbral?
–A él le he admirado siempre porque me parece que sus crónicas, sus novelas y, sobre todo, su travesía por Madrid son propias de un prodigio. Escribía muy bien y yo creo que él también me admiraba algo a mí. Así que ese premio me puso especialmente contento. No lo voy a negar.
–¿Qué le aporta a la RAE Pombo y Pombo a la RAE?
–La RAE es una institución que desde hace ya década y media me ha acogido amabilísimamente. La RAE me aporta pues, estabilidad y una cierta seguridad guasona de 'excelentísimo señor' que yo sé que a medias soy y a medias no soy. La RAE exalta mi sentido del humor, lo amaina y lo exalta a la vez. Y ¿qué aporto yo en particular? Pues poca cosa. Creo que, sobre todo, sentido del humor y un cierto sentido de entusiasmo colectivo por el mundo de las letras, que quizá había ido perdiendo yo en los últimos años.
–¿Se vive cómo en el silencio elegido para escribir?
–Salvo lo que me cuentan en la Academia no estoy enterado de nada. No sé nada de ninguna polémica ni de lo que se publica o no, ni de lo que pasa. Ya te digo que estoy encerrado en casa escribiendo porque además soy de los que piensa que para escribir bien, que es lo que yo quiero hacer con esta novela, cuantas menos movidas literarias conozcas mucho mejor.
–¿Sigue pensando que «escribir es una suerte y una bendición»?
–Desde luego. Pero hay una condición única: para que sea suerte y bendición hay que escribir siempre. De aquí que escribir no sea un entretenimiento o un hobbie, sino una manera radical de encontrarnos en el mundo. Escribir, que fue para Proust o para Kafka un vivir escribiendo, lo es también para mí. Confío poder seguir así hasta la última hora de la tarde.
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