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Todos los que conocen a Gloria Torner (Arija, Burgos, 1934), la artista que más tonalidades ha sacado a la bahía de Santander, saben que una ... de las cosas que más le gusta hacer, además de pintar, es reír con sus amigos. El domingo pasado cumplió 90 años y lo celebró con algunos de ellos y con muchas «muchas risas», insiste ella. Al tiempo cuenta alguno de los proyectos en los que trabaja, porque sigue subiendo a su taller -ahora con más frecuencia tras una época de parón según comenta su hija la también artista Gloria Pereda-, y está más centrada en el dibujo que en la pintura. En esta nueva etapa ha encontrado una inspiración en las tazas de té o café que comparte, como no, con sus amigos. A cada uno de ellos les dibuja la taza que, como símbolo del momento que han pasado en una mítica cafetería de la Plaza de Pombo, tienen sobre la mesa. Un dibujo a bolígrafo que acompaña con una sentida dedicatoria. «Y me gustaría que alguien quisiese exponerlas, ver juntas todas mis tacitas en una misma sala. Tengo hasta el título pensado: 'Té para dos' o 'Tacitas de amigos'. Se lo voy a decir a alguien», explica divertida. Sin embargo hay una cosa que la perturba: «Que mis amigos se están muriendo sin mi permiso. Y no lo puedo entender. El último Jesús Pindado -el periodista cántabro fallecido el pasado mes de diciembre-. Es un cara porque yo no le he dejado morirse», lamenta.
Afronta los 90 años con muchas ganas de dibujar y el proyecto de un nuevo cuadro, que cómo no, estará inspirado en su bahía. «Siempre la tengo en mente porque creo que aún quedan muchas cosas que pintar de ella y que sacar colores que aún nadie ha logrado captar y que la hacen tan bonita. Mi proyecto tiene que ver también con una pajarita de papel, como las que hacía Unamuno, un elemento que ya he utilizado alguna vez en otros cuadros y que ahora imagino regateando en medio de la bahía. Tengo mucha ilusión porque una de esas pajaritas navegue por la bahía».
Advierte que no tiene ninguna intención de jubilarse - «tiene que ser aburridísimo»- aunque también confiesa que para ella el número 90 hasta ahora «solo era una década muy feliz de mi vida y no me hago una idea de que ya sea mi edad».
Gloria Torner se siente querida. Por sus amigos, por los cántabros y por Santander, una ciudad a la que su madre trajo desde Arija con apenas dos años tras el asesinato de su padre en la Guerra Civil. Aunque ella no habla de eso pues insiste en que no le interesa la política. Tampoco le da importancia al hecho de estar considerada una de las artistas claves en la historia pictórica de esta región de finales del siglo XX y comienzos del XXI y a ser una de las pintoras con mayor proyección nacional e internacional que ha dado el arte cántabro en el último medio siglo. Hasta se sorprende que su obra siga despertando interés.
Llegó a a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en 1963 para recibir clases con Manau, discípulo de Sorolla. Posteriormente le concedieron dos becas decisivas para su trayectoria: una de por la entonces Diputación de Santander y otra del Ayuntamiento esta misma ciudad. Una época en la que comenzó a darse cuenta de la importancia de la amistad, de la de Julio de Pablo, Manolo Raba, Cossío o, ya en la década de los 70, de Gerardo Diego, al que conoció a la UIMP donde no dejaba de ir porque «es donde iban los buenos pintores y yo podía aprender mucho de ellos».
Su principal deseo ahora es «no ser una pesadilla para mi pobre hija Gloria» y no puede evitar que le salga la vena de madraza al hablar de ella: «Acaba de exponer en una de las mejores galerías de Madrid, Mados. Esta me gana por delante y por detrás», comenta con orgullo.
Cuando no dibuja sus 'tacitas' pasea por Santander, siempre con un cuaderno en el bolso, y también acude a todos los actos culturales que puede. «Si ellos quieren que vaya yo también quiero», afirma. También pasa tiempo ojeando su álbum familiar. «Hoy he estado viendo una foto que nos hicieron a un grupo de artistas durante una visita del por entonces príncipe Felipe a Santillana del Mar. Bueno, de lo que él creía que eran artistas -y ríe-. Me ha divertido mucho verla». Y es que, dice para concluir, «con 90 años solo me queda reírme».
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