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El Palacio de Festivales de Cantabria ha iniciado su homenaje a la efeméride del segundo centenario del nacimiento de Anton Bruckner con el concierto protagonizado por la Camerata RCO, integrada por miembros de la Royal Concertgebouw Orchestra (que oscilan entre los 16 que habitualmente suelen ... girar y los 10 que pudimos escuchar en Santander en la noche del viernes, aunque el programa recogía a 11 instrumentistas), mayoritariamente de la sección de cuerda pero también acompañados por percusión, acordeón, clarinete, trompa y piano.
El programa venía introducido por una pieza un tanto circunstancial de Franz Schreker, 'Der Wind' (1909), sobre un poema de Grete Wiesenthal, con un tono de romanticismo tardío. La obra realmente está pensada para ser bailada por Grete y Else Wiesenthal, y atrajo la atención de los nazis, por cuanto la consideraron música degenerada. Sin llegar a tales adjetivos, lo cierto es que hoy no estamos precisamente ante una pieza arrebatadora, sino ante un correcto ejercicio que los músicos de la Camerata RCO desempeñaron con solvencia, aunque sin seducir al público de la Sala Argenta.
Suponíamos que la parte fuerte de la noche sobrevendría con la interpretación de la 'Sexta Sinfonía' de Bruckner, en arreglo para conjunto de cámara de Rolf Verbeek, quien a su vez ejerció como director de la agrupación en el concierto. La sexta de Bruckner es una obra vital, intrépida, que en la versión adelgazada de Verbeek perdió completamente el fuelle: sonó descarnada, sin empaque, carente de auténtica compenetración entre los músicos. La atinada percusión ayudaba en sus intervenciones a elevar la exposición, pero en su ausencia todo sonó triste y sin alma. La elección del acordeón no constituyó precisamente un acierto, y el piano desempeñó un papel muy pobre. No ayudaba en semejante panorama la fría y perezosa dirección de Verbeek, escasamente implicado con su propia partitura, e incapaz de subrayar los motivos de la obra, sus poderosos contrastes, sus bellos ostinatos. De modo que de Sexta acabamos en Sextícula, con el entusiasmo menguado en una despoblada Sala Argenta (demasiada sala para un conjunto de cámara, también hay que decir).
Esperemos que las próximas citas previstas en la programación palaciega con el vigoroso Bruckner sean más convincentes que esta insulsa velada de viernes.
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