La actriz y productora Ana Pimenta (Salamanca, 1960) contactó hace cinco años con la historia del pedagogo Janusz Korczak, asesinado por los nazis en el campo de Treblinka junto a los doscientos niños huérfanos que tenía a su cargo. La figura del educador polaco, que ... desde el primer momento le fascinó, está en el origen de 'Último tren a Treblinka' que hoy y mañana estará en el Palacio de Festivales de Santander.
-¿Cómo surgió 'Último tren a Treblinka? ¿Cómo conoció a Korczak?
-Hace cinco años, durante una entrevista, llegó un hombre con un libro para impartir una conferencia sobre Janusz Korczak. Me dijo que había notado que me gustaban las historias fuertes y me dejó el libro. Lo guardé en mi cajón de cosas a revisar y un año después recuperé el libro y me fascinó.
«La crisis no ha acabado, pero nos ha dejado de asustar. Si dejamos de soñar nos morimos»
-¿Qué es lo que más le llamó la atención de esta historia?
-Me fascinó la idea de que este hombre hubiera muerto acompañando a sus 200 huérfanos. Él era un médico muy respetado y le ofrecieron salvar la vida en varias ocasiones, pero no quiso. También me sorprendió lo que había hecho en vida: creó una república infantil en el orfanato. Le obsesionaba la comida, la educación y dignificar la vida de los niños a través del teatro, la música, un periódico o su propio tribunal de justicia. Han sido años pensando en cómo contarlo.
-¿Y cuál ha sido el resultado?
-Tuve la suerte de que cuando me puse con Fernando Bernués a trabajar acertamos con la línea de centrar la obra en la noche previa al traslado a Treblinka. Eso le da una fuerza dramática brutal. También ha sido un acierto incorporar a los espectadores a la escena, sentados en las literas y en las mesas del orfanato. En sus últimas horas de su vida cantan, se enamoran, hay un juicio... como si no pasara nada.
-Es un drama, pero a usted le ha dado muchas alegrías.
-Es curioso porque es un drama terrible, que me recuerda, salvando las distancias, a 'La vida es bella', cuando Roberto Benigni le cuenta a su hijo todo lo que ocurre desde un prisma positivo. Nosotros tratamos de desdramatizar el drama, no es necesario cargar más las tintas. Está ocurriendo algo terrible y todos saben cómo era Treblinka... Nosotros mostramos una llama de esperanza porque en los momentos más terribles sale lo más hermoso del ser humano. El público reconoce que a pesar de estar atenazado por la angustia, llora, ríe y disfruta.
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-¿Puede contarnos alguna anécdota ocurrida en este último año?
-En las literas tenemos cuerdas donde se cuelga la ropa de los niños y hay gente que ha dejado cosas colgadas. Otros se han llevado los objetos. También han venido mujeres de más de ochenta años que se empeñaban en subir a las literas de arriba. Es muy curioso lo que yo llamo el tráfico de 'kleenex', cuando los espectadores se pasaban el pañuelo. Me gusta que el espectáculo sea tan impúdico, que la gente se ponga a llorar delante de otra gente con la que nunca compartiría una intimidad tan grande. Ves gente llorando sin pudor. Es un espectáculo que te invita a desnudarte y ser empático. Llega a Santander con más de 80 funciones.
-¿También han programado representaciones para escolares?
-Hemos trabajado mucho con jóvenes. Ellos se implican poco con el teatro y están muy colgados de las redes, es cierto, pero yo puedo decir que de esta función salen sorprendidos, se sienten parte de la historia. La obra tiene un recorrido emocional brutal.
-Hace cerca de 30 años que está en el mundo del teatro ¿cómo empezó todo?
-Empecé de la mano de mi hermana Helena Pimenta, directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Estaba introduciendo a los compañeros del instituto en el mundo de Becquer, Ionesco o Shakespeare a través del teatro. En aquel entonces eran bailaora de flamenco, pero ese mundo me empezó a resultar ajeno, me pareció muy machista y decidí irme a trabajar con mi hermana. Fundamos una escuela de teatro y después una compañía. Trabajamos diez años juntas hasta que decidí emprender la carrera en solitario y fundé la compañía Vaivén con Iñaki Salvador hace ya veinte años. Ha sido un camino largo, pero muy rico. Y nos ha mantenido la pasión, porque yo creo que en esta profesión solo te mantiene la pasión y mucha fe en lo que haces.
«En los momentos más terribles de la vida sale lo más hermoso del ser humano»
-¿Cómo ve el panorama teatral?
-Yo creo que el teatro siempre está en crisis, han sido años muy duros. Hemos reducido el equipo al máximo, pero tener una estructura pequeña me ha permitido tener una mirada muy empática.
-¿Y cómo ve el futuro?
-La crisis no ha acabado para nada, pero nos ha dejado de asustar. Los recortes siguen presentes, sobre todo en cultura, pese a que yo creo que si dejamos de soñar nos morimos. Tenemos que quitarnos el fantasma de la crisis porque dentro de unos años, de lo poco que quedará vivo serán los espectáculos culturales. La gente necesita ir al teatro para buscar energía vital. Vivimos todo a través de las redes y no nos llega energía directa. Quiero pensar que dentro de unos años volverá a estar de moda el teatro porque nos inyecta energía.
-Ha dado vida a mujeres invisibles, heroínas, ¿con cuál se queda?
-Yo siempre creo que la próxima va a ser la mejor, pero si tengo que decir una diría 'Madre Coraje' porque fue la primera obra de Vaivén. La recuerdo con especial cariño.
-Ha trabajado en cine, televisión y teatro, ¿qué prefiere?
-El teatro siempre, porque es donde el actor se pone en juego, la voz tiene que llegar al espectador, donde siente al público y éste comulga contigo. En el teatro me he dejado el alma y allí he sentido grandes vibraciones.
-¿Y si no se hubiese dedicado al mundo del teatro, ¿qué le hubiera gustado hacer?
-Cantar, ser periodista, la historia o la psicología. Escuchar a los demás y relacionarme con ellos.
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