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Antonio Ladra tiene una voz de trueno. La del periodista uruguayo curtido en la prensa, la televisión y la radio de su país al que se reconoce en la calle o que firma investigaciones como la Operación Océano sobre la explotación sexual de menores y ... otra media docena de libros muy vinculados al periodismo. Pero en su metro ochenta y cinco cabe también una sonrisa que acoge. La que mantiene entre la emoción contenida en este regreso a Cantabria y su recorrido por Toñanes para ver la casa en la que se crió su padre antes del exilio, y hablar con los pocos que quedan que aún conocieron a su familia para rescatar algunas respuestas a muchas preguntas huérfanas de palabras. Es la historia que contiene 'Vidas en rojo y negro' (ed. La Vorágine) que hoy, viernes, se presenta en la Librería La Vorágine a las 19.30 horas. Una texto para «sanar heridas», una deuda con «los nadie» que pueblan la historia reciente de España en el que narra la emigración de sus abuelos, él desde Galicia, ella desde Toñanes con solo 21 años, al Uruguay de principios de siglo, el retorno, la guerra y la represión franquista, los fusilamientos y el exilio. El regreso de su padre a Uruguay en el que nació y del que regresó a Toñanes siendo un niño.
–¿Qué le llevó a contar la historia de su familia en este libro?
–En primera instancia acometí la investigación por mera curiosidad y porque los silencios que había en mi familia al final eran angustiantes. Y a medida que fui avanzando en la escritura fui reconociendo que había heridas y que al escribirlas, al llevarlas al papel, me sanaban. Creo que si bien son los testimonios de los que no están en la historia con mayúscula, que son 'los nadie' ellos también fueron actores del drama de la España del siglo XX.
–¿Qué descubrió de su familia que no conocía?
–Algo sabía, muy poco, pero no con la fiabilidad que me dieron tanto los documentos como la prensa de la época en los que me basé y también lo que me contaron los ancianos de Toñanes cuyos padres o ellos mismos conocieron a mi familia. Sabía que mi padre, Sol, había tenido una historia singular, que había sido anarquista de la CNT-FAI como sus hermanos, que había estado preso en España, que había tenido tuberculosis y que había sido operado, que le habían realizado una toracoplastia, una intervención salvaje en aquellos tiempos, pero que lo salvó de la muerte segura, por la que le sacaron un pulmón y diez costillas. Sabía que había nacido en Uruguay, que se había criado en Cantabria y que había regresado repatriado, como indigente desde Marsella, Francia, pero no sabía las vicisitudes que había vivido más allá de los titulares. También sabía que tuve un tío, Antonio, que lo habían fusilado, pero del que se hablaba poco, no mucho más que de su muerte y me encontré con alguna sorpresa que no develo aquí. Sabía de mi otro tío, Eugenio, sobre sus actividades, pero no que había sido un esclavo del régimen franquista o de mi tía Mercedes, que vivía en Viveiro, Lugo, pero nada más. Y no sabía nada de mis abuelos, los que se conocieron en Uruguay y allí se casaron y regresaron a España, inexplicablemente, en 1915, a una Europa que ya vivía bajo el fuego de la Primera Guerra Mundial. Encontré muchas preguntas y muchas me quedaron sin responder. Es que han pasado casi 90 años…
–Guerra, cárcel, exilio… silencio y supongo que miedo. ¿Ha habido algún episodio episodio de su familia que le haya escocido especialmente escribir?
–Ha sido una suma de contradicciones porque he sido feliz, pero también me ha provocado tristeza. Quien lo lea se va a dar cuenta. Ha sido un subibaja de emociones constante, de repente me reía y de ahí pasaba a llorar, a hablar solo, a hacerme preguntas, sentía que se me revolvía todo. Una noche, ya casi de madrugada, cuando descubrí en los documentos surgidos de los archivos la fecha y la hora en que mi tío Antonio fue fusilado y, el lugar, la fosa común donde fue tirado, salí a la calle en busca de no sé qué, en busca de alguien a quien decírselo. Fue muy fuerte. Es que en mi familia no se sabía dónde estaba enterrado, recién lo supimos ahora. Y esto por supuesto que fue revulsivo.
–¿Por qué eligió este género híbrido para relatar esta historia?
–Es una investigación periodística, una crónica con algunos tramos de ficción basándose en la realidad, como una forma de conectar con lo que fueron las vidas o mejor dicho seis vidas que le dieron forma a una de las ramas de los Ladra. Es apenas un intento de acercarme a las biografías de mis abuelos José Ladra y su esposa, Mercedes Pérez, y de sus hijos, Sol, Antonio, Eugenio y Mercedes; mi padre y mis tíos, por orden de nacimiento. Y cuando digo apenas es porque quedan muchas historias ahí para contar.
–Una historia que, por otra parte, sufrieron muchos españoles anónimos, ¿tenemos una deuda pendiente con ellos?
–Creo que hay sí, que hay una deuda con ellos, pero no lo digo desde el punto de vista de que se les tenga lástima, sino que hay una deuda desde el reconocimiento. De que si en España hoy se vive con libertad y en democracia, a pesar de que hay muchas cosas que no me gustan, ellos fueron cimiento y argamasa.
–¿Qué les diría a todos los que piensan que el anarquismo es una utopía?
–En primer lugar, es bueno tener utopías; diría más, es necesario. Si tienes utopías estás vivo, pero además el anarquismo es una forma de vida.
–Estos días ha vuelto a Toñanes, ¿que ha encontrado?
–He regresado y visitado a viejos queridos donde he dejado mi corazón y mi amor hacia ellos. ¿Qué más decir? He recorrido los mismos lugares donde sé que mi padre y mis tíos caminaron, corrieron y donde sus huellas, hoy invisibles están todavía, porque cuando ahora fui por una carretera que no existía en el tiempo de sus nacimientos y sus vidas, hoy los siento y de verdad la piel se me eriza.
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