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Javier Menéndez Llamazares
Jueves, 18 de agosto 2022, 08:57
Andrés Rubio es un periodista de largo recorrido especializado en diseño, urbanismo y arquitectura. Durante más de dos décadas coordinó un suplemento de viajes, y muy a menudo se encontraba con un serio problema editorial: La necesidad de cambiar el encuadre en muchas imágenes porque ... en ellas aparecía algo «feo», invariablemente. Algo que solo sucedía con las fotografías de ciudades y pueblos españoles, y no con los franceses. Tras dos años de investigar el caso ha publicado 'España fea' (Debate, 2022), un híbrido entre el ensayo político, el libro de viajes y la crónica periodística donde denuncia la «conspiración contra los paisajes de España» sufrida desde el final de la dictadura hasta la actualidad, algo patente tanto en los «disparates de la costa» como en el caos urbanístico de Madrid, pero también en lugares menos evidentes, como la meseta. Esta tarde lo presentará a partir de las 19.00 horas en la Librería Gil, arropado por los editores Elena Martínez Bavière y Miguel Aguilar.
–Por decirlo en términos inmobiliarios, menudo pelotazo que ha dado con su libro…
–Pues mientras lo escribía no pensé en ningún momento en la repercusión que pudiera tener. Y afortunadamente la está teniendo. Aunque lo que de verdad me gustaría es que sirviera de algo.
–¿Estamos poco concienciados con el urbanismo?
–Todos hemos vivido esa situación de reencontrarnos con un paisaje que conservábamos en nuestra memoria y ahora está completamente deteriorado. En España se ha malbaratado el territorio de una manera terrible.
–¿España es tan fea o es que nos la han pintado así?
–España es muy bonita y tiene una tradición increíble, pero la han hecho fea.
–¿Tanto, tanto?
–Es terrorífico. La arquitectura basura ha destruido la costa española, sobre todo.
–¿Qué es eso de arquitectura basura?
–Pues esa especie de desparrame de edificios poco o nada pensados y que además se repiten sin adaptarse a la topografía.
–Pero, ¿es un fenómeno nacional?
–No se salva prácticamente ninguna región. Lo han hecho mejor en algunos sitios, como en Navarra, en Santiago de Compostela, en Girona o en Barcelona, pero se trata de puntos en el paisaje, casos individuales porque no ha habido un plan estratégico en el estado, cuyo modelo ha sido brutalmente neoliberalizado; entregado a la iniciativa privada y al beneficio de los promotores. Una catástrofe cultural sin precedentes.
–Señalando así, no esperará hacer muchos amigos entre los políticos y los promotores…
–Ni entre los constructores codiciosos, los banqueros, los abogados, arquitectos desmovilizados… Ni, en general, entre todos aquellos que se han dedicado a destrozar el territorio de una manera desaforada.
Cantabria
–¿Cómo se ha podido llegar hasta esta situación?
–Con tres ingredientes: la especulación caótica, la corrupción política y la incultura. Si le sumamos la falta de un plan estratégico, los conflictos entre el estado y las regiones y unos ciudadanos indiferentes, ya tenemos el caldo de cultivo.
–Pero también habrá casos positivos, ¿no?
–Y muchos. Auténticos modelos, como es Barcelona, un laboratorio de urbanismo de altísimo nivel, con figuras como Oriol Bohígas que unía talante político, bagaje intelectual. Ese ejemplo debería seguirse en toda España.
–Su libro abarca desde el final de la dictadura hasta la actualidad. ¿Ha ido creciendo la sensibilidad hacia el urbanismo?
–Por supuesto, pero la maquinaria del sistema inmobiliario es tan poderosa, y tan profunda la incultura, que ha servido de poco. Esta conspiración contra el paisaje la mueven fuerzas tan poderosas que la opinión de los ciudadanos sirve de poco.
–¿Y cómo se puede luchar contra esto?
–Si nos fijamos en el caso de Francia, allí han aplicado un modelo desde los años setenta para revertir el proceso de caos urbanístico. Y lo han conseguido.
–¿Qué tienen ellos que no tengamos nosotros?
–Para ellos, el territorio está asociado a su identidad como nación. Forma parte de su idea patriótica de ser franceses. Por ejemplo, desde 1975 tienen un Conservatorio del Litoral que ha conseguido rescatar de las garras de los promotores casi el quince por ciento de la línea costera. O tienen, por ejemplo, un Cuerpo de Arquitectos y Urbanistas del Estado.
–¿Cómo ve a Cantabria urbanísticamente?
–Considero que está sobreconstruída. Se debería detener inmediatamente la construcción en toda la comunidad y empezar incluso a desmantelar los puntos conflictivos, porque no hay centenares, sino miles.
–¿Y qué harían entonces los constructores?
–Pueden cambiar su modelo de negocio y dedicarse a desmantelar y reciclar, y así seguirían ganando dinero.
–¿Tan alarmante es la situación?
–Estuve en Comillas, después de muchos años, y me fui descorazonado. En el libro hablo de Potes, donde tenían un conjunto urbanístico espectacular y ha sido devastado. Por no hablar de todas esas urbanizaciones de la costa cántabra, con arquitectura de muy poca calidad y emprendimientos puramente especulativos, que no configuran el espacio público de Cantabria. Se ve claramente que los arquitectos no están en la primera línea del poder.
–¿Cómo pinta el futuro?
–Yo soy optimista por naturaleza, y creo que se pueden hacer grandes cosas. Ayer estuve en unas jornadas que estudian recuperar la Puebla Vieja de Laredo y se ve que es algo factible, con un modelo viable. Lo único que falta es decisión política, y colocar al frente de ese proceso a profesionales de la arquitectura al más alto nivel. Esto es: independientes, incorruptibles y decididos.
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