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Esquinado a veces, de reojo otras, Manuel Gutiérrez Aragón nunca ha abandonado el cine. Sus escritos están impregnados por huellas más o menos visibles de un mundo visto a través de la cámara. Del mismo modo, en muchas de sus películas se revela la ... fragancia literaria. Es el espíritu del escritor que habita en el cineasta y viceversa. Prácticamente han pasado quince años desde que decidiera abandonar la dirección y se sumergiera en la escritura con el ardor de la iniciación, que no era tal, y el entusiasmo de quien siempre ha querido contar historias. En paralelo a la publicación de artículos, mientras impartía conferencias y participaba en cursos, ha ido creciendo en este tiempo una construcción literaria que además alterna géneros, de la novela al ensayo.
Esta primavera, muy cerca de la celebración del Día del Libro, sumará la publicación de un nuevo volumen, 'Oriente', en el que el relato toma el mando. Un conjunto de historias configuran la obra de ocho cuentos editada por Anagrama que ve la luz el próximo día 29. El cineasta y escritor torrelaveguense (1942) reúne en ella historias que discurren «entre lo cotidiano y lo fantástico, entre lo real y lo surrealista». En 'Oriente' confluyen lo mismo una tranquila velada operística en el madrileño Teatro Real que se convierte en un encierro en el que reina la oscuridad y no hay posibilidad alguna de comunicarse con el exterior, como la narración de la visita a un amigo piloto que deriva en un viaje inesperado a la otra punta del mundo. De igual modo en sus ocho piezas cabe el cielo de Sevilla que se puebla de animales marinos y un extraño huésped -un nestrovich- que puede alterar hasta límites insospechados la vida de una familia. Y, por supuesto, hay lugar para el cine, como en ese cuento en el que un productor se embarca en una película sobre Mahoma financiada por Arabia Saudí, o ese otro cuyo escenario es un oscuro patio de butacas donde coinciden todo tipo de personajes: «estudiantes que huyen de la policía, prostitutas, pajilleros, homosexuales y el escritor Azorín, gran aficionado al séptimo arte».
Pero en estas historias que suponen el regreso de Gutiérrez Aragón al escaparate literario están presentes el arte y la necesidad de contar, como en la evocación de un amigo de la adolescencia, genio de las matemáticas, que tuvo un trágico final en una playa, o en la historia que una abuela explica a su nieto sobre sus amoríos en Cuba (siempre asoma la isla caribeña en el autor torrelaveguense), debatiéndose entre dos pretendientes. Como subrayó Manuel Vicent en su día, otra construcción en la escritura de «un gran narrador: primero fueron imágenes, ahora son palabras». El cineasta que debutó con 'Habla, mudita' (1973), Premio de la Crítica en Berlín, el director personalísimo de 'Maravillas', o 'Demonios en el jardín', y 'La mitad del cielo', Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, dejó de dirigir tras 'Todos estamos invitados'. El pasado verano, en la Magdalena, Gutiérrez Aragón destacaba que el hecho de que algunas de sus historias transcurran en su 'tierruca' no ha impedido que trasciendan fronteras. «A veces lo local es lo más universal, como han demostrado los americanos». El director y narrador participó en un foro de la UIMP dedicado a la huella del santanderino Mario Camus, a través de un territorio común: esas historias de papel y celuloide.
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