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San Martín de Elines, San Pedro de Cervatos y la Colegiata de Santillana del Mar son algunos de los referentes cántabros incluidos en la singular iconografía románica: la que testimonia y refleja una fuerte carga sexual. Ahora una obra colectiva, configurada por estudios y teorías de siete reconocidos investigadores, indaga en el significado de esas imágenes románicas y trata de darles una explicación coherente, «tanto desde el punto de vista religioso como desde el acercamiento a la sociedad medieval en la que fueron creadas».
Esta radiografía analítica y gráfica conforma el libro editado por la Fundación Santa María la Real bajo el epígrafe 'Arte y sexualidad en los siglos del románico: imágenes y contextos'. Una inmersión en unas huellas de sexo y piedra en las que cabe tanto la tipología obscena, con figuras en las que prima la exaltación de lo grotesco y transgresor, como las de carácter más contenido, a través de aquellas en la que se ensalza el gesto amoroso. Varones itifálicos, mujeres mostrando su vulva, acoplamientos carnales o parejas besándose son algunos ejemplos de este amplio muestrario que «encontró un perfecto acomodo en aleros, capiteles e incluso en elementos del mobiliario litúrgico, como las pilas bautismales», tal como subraya Pedro Luis Huerta, coordinador de la obra que ha visto la luz este mes de agosto.
Durante siglos historiadores e investigadores, aficionados y visitantes se han preguntado por su significado. La Fundación Santa María la Real lo que ha abordado es la recopilación en un libro de las teorías de siete expertos para «avanzar en el conocimiento e interpretación de una temática tan sorprendente como cautivadora», según explica Huerta, quien aclara que, no obstante, la publicación «no supone el punto y final», sino tan solo un pequeño avance sobre una cuestión ampliamente tratada.
El significado de esta iconografía puede ser polivalente y depende de aspectos tan variados como el rango, el contexto y la ubicación en que se hallan. Para algunos autores estos testimonios formaban parte del mecanismo que utilizaba el estamento eclesiástico para guiar a sus fieles por la correcta senda doctrinal, al tiempo que condenaban los pecados de la carne. Sin embargo, no parece que esta fuera la única intención y «es posible que en algunos casos prima más una carga positiva que negativa en el mensaje que querían transmitir».
El ensayo colectivo analiza estos comportamientos a través de las fuentes escritas del momento y de los testimonios iconográficos presentes en las iglesias románicas. Huerta hace hincapié en que para entender este tipo de escenas es preciso realizar un acercamiento a la mentalidad del hombre medieval, tanto desde el punto de vista del pensamiento religioso como de las normas sociales que regían las relaciones sexuales en los siglos en que se desarrolló el estilo románico. «Hay que tener presente que desde los primeros tiempos del Cristianismo el discurso eclesiástico sobre la sexualidad tuvo como máxima aspiración la renuncia a los placeres de la carne y ese anhelo se mantuvo también en la Edad Media».
La reforma gregoriana, por su parte, exigía con mayor rigor que antes el celibato de los clérigos y éstos, a su vez, trataron de controlar la vida sexual de los laicos. «De este modo, la Iglesia solo vio con buenos ojos las relaciones íntimas encaminadas a la procreación dentro del matrimonio, algo que, obligatoriamente, también caló en la justicia civil a la hora de catalogar o castigar determinadas prácticas relacionadas con el sexo», apunta el coordinador.
Los tres primeros capítulos estudian la conducta sexual bajo el prisma del ordenamiento jurídico, la moral eclesiástica y la teoría médica. En el primero, Iñaki Bazán aborda el concepto de sexualidad transgresora, con especial atención al adulterio, perseguido y castigado tanto desde el plano moral (pecado) como judicial (delito).
Miguel C. Vivancos realiza una sistematización de las penas y castigos que se aplicaban para espiar los pecados de la carne, siguiendo los libros penitenciales de algunos monasterios medievales hispanos.
Los penitenciales trataban de regular, igualmente, el uso de «bebedizos» por parte de clérigos para «cumplir con el voto de castidad» o conductas como el adulterio, el incesto, la fornicación, el bestialismo, la masturbación o el lesbianismo que por lo general «se condenaba con menor severidad que la homosexualidad masculina».
Algo similar ocurría, según expone Paloma Moral, con la medicina, que solía ser más permisiva con las mujeres que con los hombres. Su estudio analiza la estrecha relación entre medicina y religión, que sirvió para ahondar y paliar los problemas que podía ocasionar la castidad en la salud de los hombres y mujeres de la Iglesia
El segundo bloque del libro, lo integran tres artículos centrados en aspectos de carácter iconográfico. Alicia Miguélez esboza un conjunto de reflexiones sobre cómo el lenguaje gestual plasmado en la iconografía románica puede contribuir al desarrollo de una Historia de las Emociones. Por su parte, Miren Eukene Martínez se adentra en la imagen de la mujer como símbolo de la lujuria. «Un pensamiento misógino, que cristalizó a finales del siglo XI y que tuvo como principales valedores a monjes y clérigos reformistas que hicieron de la naturaleza femenina sinónimo de tentación, sexo y pecado», comenta Pedro Luis Huerta.
La mujer también es protagonista del penúltimo capítulo del libro, firmado por Agustín Gómez, quien estudia las escenas de concepción, gestación, alumbramiento y lactancia.
Un tema que se aborda desde dos perspectivas distintas: «Lo sagrado, con María como modelo de comportamiento, frente al pecado, al que hace alusión el realismo de escenas procaces o grotescas».
La publicación se cierra con un ensayo firmado por José Luis Hernando, quien «apuesta por una novedosa y atrevida interpretación de las representaciones obscenas». Habitualmente se ha hablado del «sentido catequético que estas imágenes tienen como condena del apetito desordenado de placeres deshonestos», sin embargo, Hernando aboga por su posible «valor apotropaico, es decir, que en realidad, cual amuletos o conjuros, estuviesen destinadas a neutralizar las fuerzas del mal».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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