Secciones
Servicios
Destacamos
. Tras el sonido metálico, casi amargo y característico de un rabel, instrumento propio de la tradición musical cántabra, hay unas manos que les dan forma. Esos violines rústicos de dos o tres cuerdas son la banda sonora de muchas tonadas conservadas en torno al ... fuego.
Ahora, también ocupan la Sala Mauro Muriedas de Torrelavega en la exposición 'Rabeles', de José Manuel Diego, artesano autodidacta que muestra 22 rabeles y 22 cuadros al óleo en el espacio torrelaveguense hasta el próximo 9 de febrero.
Diego nació en Corvera de Toranzo y «bajó» a Santander. «Allí me aburría», rememora. La vida de la ciudad fue algo a lo que acostumbrarse más que disfrutarlo. Un día subió a Polaciones con un amigo y allí conoció a Pedro Madrid, veterano rabelista con estilo propio. A la vuelta de aquella visita, decidió «empezar a hacer algo así en casa» porque «lo de ir a tomar vinos no es para mí», bromea.
Con el mismo amigo visitó más tarde Pesaguero, y en la casa de su suegro, José Manuel hizo acopio de madera y empezó a trabajar lo que serían sus característicos instrumentos. Era 1985 y desde entonces, «poco a poco, en el salón», ha hecho 22. Tuvo algunas pausas en el camino porque la madera adecuada, de cerezo o de nogal, «es muy difícil de encontrar». Tienen que ser «maderas nobles, que no pesan, que son bonitas». Ninguno lo ha vendido, aunque algunos sí los ha regalado a amigos y familiares.
Quitándose importancia, Diego explica que cada rabel le puede llevar tres o cuatro meses. «Como no tenía meta, lo mismo me daba». Su hijo David fue quien le propuso sacar a la luz esa colección. «Es cultura, me dijo, y creo que tiene razón», expone.
En esa meta se cruzaron con el Ayuntamiento de Torrelavega, «que funciona muy bien en el aspecto cultural» y cuyo respaldo lograron para poner en marcha la muestra que ahora podrán visitar los ciudadanos para acercarse a un ejemplo de patrimonio cultural cántabro.
José Manuel Diego trabajó durante algunos años en una carpintería y en esa labor, él autodidacta, enseñó a otros, contribuyendo a mantener la tradición.
La caja de los rabeles es similar en todos, pero los de Diego tienen una peculiaridad; el mástil termina con la forma de una cabeza de animal. Y el animal elegido aparece representado en otros elementos, como la tapa, el puente o las clavijas, que toman forma de patas o estribo, por ejemplo. «Hay gente ya que me ha copiado, pero bienvenido sea».
Junto a las piezas de madera, en la exposición también hay pintura al óleo. Otras veintidós piezas que surgen de ese universo animal que toma vida en la madera. «Cada rabel tiene su cuadro», explica. En la pintura, también es autodidacta. «Nunca he ido a dar una clase de nada», aunque no le habría disgustado probar. Completan la muestra las reproducciones en piedra de dos casonas, una pasiega y otra montañesa.
«En los tiempos que vivimos, donde lo que se lleva es el móvil, es complejo mantener la tradición, aunque creo que el interés está despertando», valora el artesano. «Lo que hace falta es no perderlo y yo tengo esperanza».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.