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Al margen de su importancia artística, la vida de Luis Quintanilla (Santander, 1893-Madrid, 1978) parece la de un personaje de ficción. Fue marinero, boxeador, pintor, dibujante, fresquista, repujador, grabador, ceramista, escritor, espía, memorialista, retratista, escenógrafo, cineasta, autor teatral, ensayista e ilustrador... y, además, vivió ... en primera línea algunos de los acontecimientos históricos más importantes del siglo XX. Todo ello se recoge en su libro de memorias 'Pasatiempo. La vida de un pintor' que ayer presentó en la Fundación Bruno Alonso de Santander, la investigadora Esther López Sobrado que también se ha encargado de coordinar la nueva publicación. «No es exactamente una reedición de las memorias que se publicaron hace quince años. En este volumen, además de las 730 páginas originales que escribió Quintanilla y el estudio introductorio que se hizo entonces, se habla también de como fue el proceso de recuperación de los frescos que hoy se exhiben en la Universidad; las notas a pie de página han pasado de 80 a 300 y se ha incluido un índice onomástico», asegura López Sobrado para quien «la vida de Quintanilla es tan emocionante que parece que estaba destinada a varias personas porque él fue testigo de los principales acontecimientos del pasado siglo».
La estudiosa que descubrió a este pintor hace tres décadas mientras preparaba su tesis doctoral, asegura que en esta nueva edición de 'Pasatiempo. La vida de un pintor' se incluyen también documentos que proporcionan verosimilitud a toda esa vida y que muchas veces se ha puesto en duda. Además ha retocado «algo» estilo literario del autor. «Él vivió media vida en el exilio, sobre todo, en Francia, y, aunque escribía muy bien, su español no era tan fluido».
A este pintor la guerra le sorprendió dando las últimas pinceladas a los frescos del monumento a Pablo Iglesias. A partir de ese momento se compromete con la República con encargos que le posibilitan como un extraordinario testigo de la contienda: participó en el asalto al Cuartel de la Montaña, vivió la situación del Alcázar de Toledo y dirigió una red de espionaje que tenía a Luis Buñuel como intermediario con la Embajada de España en París. En 1938 expuso sus Dibujos de la Guerra, y parte hacia Nueva York para pintar los frescos de la Guerra Civil. «El mismo encargo que le habían hecho a Picasso tres años antes para la exposición de París», recuerda la coordinadora de la publicación. Con este encargo inicia un largo exilio.
Durante su etapa americana alternó su trabajo como pintor con el de ilustrador de libros y escritor, hizo decorados en Hollywood y una colección de retratos de escritores americanos. En 1958 se trasladó a París donde redacta sus memorias y publica 'Los rehenes del Alcázar de Toledo'. En 1976 regresa a España, donde muere en 1978.
¿Qué es lo que más sorprende de las memorias de Luis Quintanilla? «Gracias a este libro he podido descubrir una visión muy diferente de la vanguardia artística parisina. También sorprende la relación que tuvo con los grandes intelectuales de la época y no sólo pintores como él. También con escritores de la talla de Unamuno o Valle Inclán».
Nacida en Burgos, uno de los primeros trabajos de Esther López Sobrado como docente fue en un instituto de Solares. «Ahí descubrí la figura de Ricardo Bernardo un pintor también de la vanguardia de los años 40 que, aunque hoy da nombre a un instituto en su pueblo, por entonces era totalmente desconocido. Así que decidí dedicarle a él mi tesis de licenciatura», señala. Pero ese trabajo de investigación no quedó ahí. Fue el también escritor José Ramón Saiz Viadero, «que además me ayudó a publicar la biografía de Ricardo Bernardo en Tantín», el que me habló de otros muchos artistas que, como Ricardo Bernardo, formaron parte de la vanguardia de esa época y que habían pasado desapercibidos. Así fue como decidió dedicar su tesis doctoral a la vanguardia cántabra en París entre 1900 y 1936 «Y descubrí dos joyas maravillosas: a Luis Quintanilla y a Santiago Ontañón».
Lo demás, ya se sabe, es que el trabajo desarrollado por esta experta ha permitido sacar del olvido a estos artistas y también fue artífice de que esos frescos que pintó para la exposición de Nueva York se pueden ver hoy en el Paraninfo de la UC, en la calle Sevilla. «Es una pena que no se conserve mucha obra suya porque fue un gran artista. Tuvo mala suerte. Mucha de sus pinturas se perdieron en la Guerra. En su estudio cayó una bomba y otras se destruyeron tras la contienda. Aunque como él hubo otros muchos artistas que se vieron obligados a vivir en el exilio y que luego fueron los grandes olvidados de la Transición», asegura esta escritora quien también cree que «se debería de hacer justicia con todos estos artistas olvidados».
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