De Augusto González de Linares a Blas Cabrera
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La Edad de Plata de la cultura española empezó en 1875 en Cabuérniga y terminó en el verano de 1936 en la Península de la MagdalenaFRANCISCO GONZÁLEZ REDONDO
Viernes, 10 de diciembre 2021, 07:41
La expresión «Edad de Plata» se ha convertido en un lugar común en la historiografía desde hace varias décadas para referirse a una época, identificada con el primer tercio del siglo XX, en la que la cultura española se reencontraría con Europa tras siglos de ... aislamiento y decadencia. La caracterización conceptual del período argénteo en sí, con matices en cuanto a sus límites temporales, se fue construyendo, especialmente por José Mª Jover Zamora, Miguel Martínez Cuadrado y José C. Mainer, desde una visión de la cultura íntimamente ligada al campo de la literatura, y de ahí trascendería al conjunto de ingredientes constitutivos del «ser de España».
En cualquier caso, el estudio de la «Edad de Plata» es inseparable de la caracterización y delimitación de las generaciones de españoles que protagonizaron el proceso de convergencia europea. Y hoy parece asumido que éstas fueron, de nuevo partiendo del punto de vista cultural «literario», las de [18]98, [19]14, y [19]27, generación esta última que, ya sí, estaría preparada para dar el salto a una nueva «Edad de Oro».
Pero este proceso comenzó antes. En efecto, restaurada la monarquía en 1874, después de un sexenio entre revolucionario y democrático, el ministro de Fomento dictaba una real orden dirigida a las autoridades académicas para que «vigilen, con el mayor cuidado, para que en los establecimientos que dependen de su autoridad no se enseñe nada contrario al dogma católico ni a la sana moral» y «procurando que los Profesores se atengan estrictamente a la explicación de las asignaturas que les están confiadas», sin caer en la tentación de «extraviar el espíritu dócil de la juventud por sendas que conduzcan a funestos errores sociales».
Inmediatamente, Augusto González de Linares (entonces catedrático de Historia Natural en Santiago de Compostela) dirigió un oficio al rector manifestando «que ni total ni parcialmente cumplimentaría las disposiciones indicadas», mientras Laureano Calderón Arana le secundaría haciendo constar «que se negaba en absoluto a cumplirlas en todo o en parte», por lo que fueron expulsados de sus respectivas cátedras. Solidarizándose con ellos, Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón también elevaron sus protestas contra el decreto de Orovio manifestando «su negativa a reconocer la competencia y obedecer la autoridad del Gobierno de S.M. para dictar órdenes prohibiendo en las cátedras sostenidas por el Estado explicaciones contra el dogma católico y las instituciones fundamentales de la Nación», siendo expulsados también.
Dados todos ellos de baja del Escalafón, en agosto de 1875, una vez liberados de sus confinamientos, Giner de los Ríos y Salmerón acudieron la casa de González de Linares en Valle de Cabuérniga, junto con Manuel de Ruiz de Quevedo y decidieron fundar la Institución Libre de Enseñanza, un proyecto de Universidad privada al margen de las Universidades oficiales y del ministerio, dispuesta a modernizar España a pesar de sus gobernantes. El escaso éxito de este centro de educación superior al margen del Estado terminaría limitándose a un colegio de educación primaria y secundaria. Pero la llegada de los liberales al poder reponiéndolos en sus cátedras en 1881, les haría cambiar de estrategia: las reformas para el reencuentro con las corrientes de pensamiento europeas deberían hacerse sin enfrentamiento con las autoridades, integrando progresivamente personalidades jóvenes comprometidas con la tarea en puestos adecuados dentro de la administración del Estado. Por ejemplo, Augusto González de Linares, primer secretario de la Institución entre 1876 y 1880, para el que se crearía en 1886 la Estación de Zoología y Botánica Experimentales en Santander.
La generación de 76 había intentado reformar el sistema al margen del sistema y a pesar del sistema, pero había evolucionado hacia la del 98 en la tarea de reforma desde dentro del sistema. Les seguiría la de [19]14, constituida por aquellos jóvenes elegidos por los maestros del 76 y el 98 para protagonizar la europeización y materializar las reformas. Finalmente, la generación del 27 quedaría caracterizada por su papel como acomodadores del cambio, del que previamente se beneficiaron.
De hecho, la creación del Ministerio de Instrucción Pública en 1900, inmediatamente después del desastre del 98, establecería las bases para que, compartiendo este espíritu «regenerador», liberales y conservadores, en los turnos sucesivos, dieran los siguientes pasos que pudieran fundamentar el camino definitivo a la convergencia. En cierta manera, se institucionalizaba un «contrato social» para la ciencia que estaría vigente durante las siguientes décadas y permitiría alcanzar la «Edad de Plata», especialmente con la creación de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, institución inspirada desde la Institución Libre de Enseñanza, con naturaleza de verdadera Universidad autónoma, financiada por el Estado, pero con total independencia y sin las obligaciones de las Universidades del Reino, con capacidad de «protección de las instituciones educativas en la enseñanza secundaria y superior», y, sobre todo, de gestión de los pensionados en el extranjero, elegidos para que, a su vuelta, protagonizasen la convergencia con los países en los que se habían formado.
En 1910 la Junta fue creando diferentes centros para realizar las investigaciones científicas y las ampliaciones de estudios que le daban nombre. En el primero, el Centro de Estudios Históricos, dirigido por Ramón Menéndez Pidal, nuestros investigadores podían emprender la ingente tarea de determinar el ser de España a través de su Historia, su Arte, su Lengua y su Derecho, para poder contárselo a los propios españoles y, por extensión, al resto del mundo.
El segundo gran centro de la JAE, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, con Santiago Ramón y Cajal como Presidente y Blas Cabrera de Secretario, incorporaba algunos establecimientos ya existentes antes de 1907, como el Museo Nacional de Ciencias Naturales, el Museo de Antropología, el Jardín Botánico, el Laboratorio de Investigaciones Biológicas y la Estación de Biología Marina de Santander, dirigida por José Rioja tras el fallecimiento de González de Linares en 1904. Entre las nuevas instituciones creadas destacarían el Laboratorio de Investigaciones Físicas de Blas Cabrera, la Estación Alpina de Guadarrama, la Comisión de investigaciones paleontológicas y prehistóricas y el Laboratorio y Seminario Matemático.
En suma, tras muchos años durante los cuales en España sólo «se hablaba» de Ciencia, la salida de profesores y recién titulados al encuentro del saber de Europa y su incorporación, a su regreso, a los centros de la Junta y a las plazas reservadas para ellos en las Universidades iría demostrando que también podían y sabían «hacer» Ciencia original al modo europeo; y, llegados los años veinte, incluso ¡al nivel europeo!
En 1931 el régimen político cambió y, si durante el Gobierno provisional de la II República la atención prioritaria en Instrucción Pública se había centrado en la Enseñanza primaria, la llegada de Fernando de los Ríos al Ministerio supondría una época dorada para los intelectuales y científicos de las generaciones del 14 y del 27 reunidos en torno a los centros de la JAE. Así, el 6 de febrero de 1932, tras asumirse presupuestariamente el compromiso adquirido por el Estado español con la Fundación Rockefeller en plena Dictadura de Primo de Rivera, se inauguraba oficialmente el Instituto Nacional de Física y Química, basado en el reconocido ya internacionalmente Laboratorio de Investigaciones Físicas de Blas Cabrera, y al que se unía el modesto Laboratorio de Química Orgánica, creado para Antonio Madinaveitia en 1916. Con el Instituto culminaba el proceso de convergencia: estudiantes europeos (alemanes, franceses, suizos, etc.) vendrían a España, al centro más avanzado del momento, para investigar y aprender Física y Química con Blas Cabrera y sus colaboradores. La Edad de Plata parecía que se estaba consolidando.
En agosto de ese mismo año 1932 Fernando de los Ríos anunciaba otra novedosa iniciativa propiamente republicana: la Universidad Internacional en Santander. Y, efectivamente, la península de La Magdalena se convertiría, durante los veranos de 1933 a 1936, en el foco científico y cultural europeo de referencia, con Blas Cabrera como rector desde 1934, coexistiendo y compitiendo con los cursos que Ángel Herrera Oria, desde la Junta Central de Acción Católica, había puesto en marcha simultáneamente en el Colegio Cántabro de los PP Agustinos.
El 18 de julio de 1936, precisamente, la cultura y la ciencia españolas estaban reunidas en los cursos organizados por la Universidad Internacional de Verano en Santander. Cerradas todas las demás universidades con el inicio de la guerra civil, la península de La Magdalena se convirtió durante los meses de julio y agosto en la excepción, en el último reducto de esa Edad de Plata que terminaría aquí, en Santander, cuando el rector pronunciase el discurso de clausura de los cursos y la Universidad se disolviera.
Sí. La Edad de Plata nació en Cabuérniga, en la casa de Augusto González de Linares; y terminó en Santander, en la Universidad Internacional dirigida por Blas Cabrera.
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