La aviación en busca de su identidad

Y esto para qué sirve?». Tras haber descontextualizado las leyes de la gravedad y logrado elevarse, en un sueño común, los pioneros de la aviación, pasada la exaltación inicial, se hicieron esa pregunta. Una pregunta que marcaría el devenir de una manera de «vertebrar los territorios y conectar el mundo», afirma Ángel Sánchez, historiador aeronáutico y comisario de 'Volar. Orígenes de la aviación en España', la singular exposición que puede visitarse en las Naves de Gamazo hasta el 12 de febrero. de la mano de la Fundación Enire. El centro del espacio intangible dedicado al arte, lo ocupa ahora una réplica a tamaño real del Hedilla Monocoque, un avión con nombre de cántabro. El mismo modelo en el que el piloto Salvador Hedilla perdería la vida cuando se precipitó desde 600 metros de altura cuando sobrevolaba Barcelona en octubre de 1917. No fue el único valiente local que quiso labrarse un camino por encima del suelo. «Cantabria tiene una importancia sorprendente en los comienzos de la aviación en España», destaca Sánchez. Juan Pombo Ibarra, padre «de toda una dinastía de aviadores cántabros que llega hasta ahora», Juan Ignacio Pombo, autor de un vuelo «bastante accidentado» desde España hasta México, el propio Hedilla y Joaquín Cayón que «pertenecen a una segunda generación de pioneros, en la que ya no son personas que, por nacimiento o por la riqueza familiar, puedan permitirse serlo, sino que se hacen a sí mismos».

Se pasó de una aviación entendida como «fenómeno de feria», en la que los municipios contrataban exhibiciones aéreas que se sufragaban con la venta de entradas para los asombrados asistentes que veían levantarse aquellas máquinas, a ser algo «que se busca a sí mismo en la utilidad». Esa búsqueda de la identidad llegará en primer lugar al ámbito militar, con la Primera Guerra Mundial y el uso de los aviones como armas, y tardará unos años más en penetrar en la sociedad civil, cuando en torno a 1920, los excedentes de los aviones de la guerra y los pilotos que han dejado de estar militarizados, se forman las primeras líneas aéreas como Aeropostal.

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Santander tuvo un papel destacado en la creación de esas líneas áreas. La Compañía Franco Bilbaína de Transportes Aéreos que vuela desde Francia y termina llegando a la capital cántabra durante los primeros años veinte, transporta viajeros a una ciudad que «es corte durante los meses de verano, foco turístico importante y un centro industrial destacado que ayudará a encontrar la mano de obra especializada para fabricar los aviones», según el comisario.

Mano de obra que tuvo una importante presencia femenina desarrollando trabajos de remachado, entelado o barnizado de aviones, al igual que sus compañeros, pero recibiendo un sueldo inferior y sin ser reconocidas históricamente en ese papel. Tres de ellas ilustran la imagen promocional de la muestra promovida por Enaire, respondiendo a su dualidad de unir arte y aeronáutica. Pilotos como Raymonde de Laroche o María Bernaldo de Quirós son reconocidas por su aportación.

La exposición reúne más de 200 piezas, muchas de ellas originales de época, cedidas por coleccionistas privados y dieciocho instituciones culturales. Así, en el recorrido es posible acercarse a las revistas que narraban las hazañas de los primeros vuelos, fotografías de Orson Welles rodando frente a las obras de lo que sería Barajas, los Beatles descendiendo del avión en su visita a España, mapas de rutas, gafas, cascos o hélices y motores. Un viaje al pasado imaginando las sensaciones de un descubrimiento.

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