![«La barbarie no sobreviene, se elige. Y se está eligiendo»](https://s1.ppllstatics.com/rc/www/multimedia/2025/02/09/Imagen%20(102042228)-k03E-U230791758334pgC-1200x840@RC.jpg)
José María Ridao
La entrevista ·
«Gobernar solo con la experiencia conduce al inmovilismo; hacerlo solo con las profecías lleva al desastre», advierteSecciones
Servicios
Destacamos
José María Ridao
La entrevista ·
«Gobernar solo con la experiencia conduce al inmovilismo; hacerlo solo con las profecías lleva al desastre», advierteJosé María Ridao (Madrid, 1961) es diplomático de carrera y lleva más de un cuarto de siglo compatibilizando etapas en diferentes destinos por todo el mundo con la elaboración de un amplio catálogo de obras como escritor. Ha ocupado puestos consulares en Angola, Guinea Ecuatorial, ... Francia, EE UU y la URSS, y ha sido embajador ante la Unesco y en India. El año pasado, al concluir su estancia en este último país pensaba quedarse en España pero una vacante inesperada en el Consulado General en Buenos Aires le hizo cambiar de planes. Pidió ese destino y llegó a la capital de Argentina en el verano para instalarse en el mayor consulado español en el mundo. En esta entrevista, concedida durante una estancia en España con motivo de unas vacaciones, insiste en que habla sobre todo como escritor. Suyos son títulos como 'Contra la Historia', 'La paz sin excusa', 'La democracia intrascendente', 'La estrategia del malestar' o 'República encantada'.
- Usted encarna una figura muy querida en la literatura y el cine: la del diplomático que emplea parte de su tiempo y su vida en el pensamiento y la escritura. ¿Qué faceta enriquece más a la otra?
- Me hice diplomático quizá por un error. Había leído libros de algunos de ellos y me llamó la atención su vida. Luego es menos estimulante de lo que parece. Sí que me resulta atractiva la condición de extranjero: vivir fuera y sintiéndome siempre de paso. Elegí la diplomacia tras estudiar Filología Árabe y Derecho porque la vi como una forma de aunar esos estudios. Y ya ve, nunca he estado destinado en un país árabe. En cambio, acabé en África, así que mi visión del mundo es triangular porque se apoya también en América y Europa. He aprendido que hay que poner por delante a las personas. Nuestras decisiones afectan no a conceptos sino a personas. Y hay algo que he visto allá donde he ido: por distintas que parezcan las personas en África, en la Rusia comunista, en Asia o en EE UU, en todas partes quieren lo mismo: una vida mejor para ellos y sus hijos.
- Llegó a Buenos Aires en un momento diplomático difícil, tras un cruce de manifestaciones especialmente desafortunadas entre el ministro Puente y el presidente Milei. ¿Nadie asesora a los políticos sobre qué cosas se pueden decir en público y cuáles no?
- Llegué en ese momento que dice pero mi tarea como cónsul se centra en atender otro tipo de asuntos. Dicho eso, es necesaria una política con otro género de discurso. Hay que comparecer en el espacio público con respeto; eso es algo que debería tener un valor casi sagrado. Tan importante como lo que se dice es saber si hay que decir algo y cómo. Y entender el sentido profundo del debate público requiere que este se dé en plano de igualdad. Esto enlaza con un concepto muy usado ahora: el de guerra cultural. Entre ideas no hay guerras, sino debates. Si hay guerra, no hay espacio para el debate. Más bien parece que tratamos de imponer una ortodoxia.
- Suele decir que cuesta poco deteriorar la imagen internacional de un país y mucho restaurarla. ¿Los denuestos y los virajes en política internacional son los grandes problemas?
- Sucede cuando se rompe el consenso interno en política exterior, que se basa en el interés nacional y va más allá de las opciones políticas concretas. España es una potencia media con intereses regionales de primer orden: América Latina, Europa y el Mediterráneo. Si en esos tres ámbitos no tenemos una política estable y consensuada no seremos escuchados en otros lugares. Eso se rompió con el pacto de las Azores y la influencia en esas áreas no se ha recompuesto desde entonces.
- La política exterior está en manos de los presidentes del Gobierno pero muchas veces parece que sus designios parecen como los divinos: inescrutables.
- El consenso interno debería depender de la identificación del interés español. Pero sucede que por la crispación política cualquier asunto internacional se traslada al interior, Pasa con América Latina, que se ha convertido en un laboratorio de ideas políticas de todo signo y se ha elevado a la categoría de política interna. Por todo eso, España no explota su extraordinario potencial internacional basado en múltiples razones, desde la transición de una dictadura a una democracia hasta su desarrollo económico.
- El mundo parece encaminado a grandes liderazgos personalistas por encima de las instituciones. ¿Estamos ante el riesgo cierto de que se vengan abajo los difíciles equilibrios surgidos de la Segunda Guerra Mundial y luego de la caída del comunismo?
- Insisto en que aquí hablo como escritor. En EE UU está en juego un concepto de país y de poder internacional. Obama definió al país como un 'work in progress', por la transformación que ha sufrido ese concepto con el que se abre su Constitución: 'We the people'. Ese pueblo al que se refiere, que en su origen era muy restrictivo (los blancos, propietarios de esclavos, cultivados...) se ha ido ampliando para incorporar a nuevos colectivos, una verdadera revolución democrática dentro de una misma Constitución. Con la nueva Administración, eso ha terminado y ahora está estabilizado o en retroceso. No todos son americanos en el mismo sentido. Y esa es una idea distinta de país a la que se ha mantenido gracias a los Derechos Civiles, la utopía modesta del siglo XX de la que no tenemos que avergonzarnos. Todas las demás de ese siglo han acabado siendo liberticidas. La nueva Administración considera que el sistema multilateral es una limitación de su poder.
- ¿Cómo queda Europa en ese contexto?
- Su posición puede quedar también debilitada. De ahí que la UE deba tomar iniciativas para ampliar el libre intercambio en otras áreas del mundo.
- ¿Perdiendo influencia ante potencias como China?
- No soy tan pesimista sobre las posibilidades de Europa. Si EE UU limita el multilateralismo, Europa tiene que replantearse su forma de estar en el mundo. Es cierto que EE UU tiene un gran poder militar, tecnología, investigación… y China se está poniendo al día en esos campos. Pero Europa tiene además un valor extraordinario: unas sociedades con principios de igualdad y cohesión social más relevantes que en otros lugares. Y debería guiarse por influir en otros ámbitos no buscando la hegemonía sino defendiendo reglas estables.
- Un país como EE UU se ha puesto en manos de un político que desprecia las instituciones. Usted ha advertido de que prescindir de ellas es algo así como una guerra. ¿Qué puede ocurrir?
- Parece que volvemos a un debate del tiempo de la pandemia: el de cómo sería el mundo de después. Es un debate estéril, en el que parecen importar más los profetas que los maestros. Gobernar solo con la experiencia lleva al inmovilismo; hacerlo solo con las profecías conduce al desastre. Es precisa una combinación de experiencia y pronóstico. Hemos estado analizado la realidad en formas de profecía: una nueva era, unas nuevas guerras. Y ya vemos lo que está pasando en las guerras de ahora mismo. La retórica de la nueva era nos ha echado en brazos de los profetas.
- Y en las de quienes mezclan de manera confusa votos y valores.
- Son quienes creen que hay valores por encima de la legitimación democrática. Eso tampoco garantiza que gobernarán los mejores: conseguirlo es una tarea de la sociedad. Y aquí quiero hacer un comentario sobre el papel de los medios de comunicación y las redes sociales. Estas últimas son plataformas privadas de intercambio de contenidos. Cuando los medios colocan en ellas sus contenidos hacen que convivan noticias reales con otras que no lo son. Es un error porque devalúan su trabajo. Y las instituciones caen también en él, al utilizar esas redes que se someten a las reglas de su propietario, que es miembro del Gobierno de EE UU. Por si esto fuera poco, cada vez se gobierna más con normas pensadas para las excepciones. Gobiernos en funciones, presupuestos prorrogados, instituciones sin renovar… ¿Qué es la excepción permanente? Pasa en todas las democracias del entorno. Y el deterioro es progresivo. En ese sentido, hay que recordar siempre que las cosas pudieron ser de otra manera. No estamos condenados a esto.
- ¿La inestabilidad internacional, que algunos creen similar a la de los años treinta, es de nuevo consecuencia de la caída de algunos imperios? Los conflictos actuales se sitúan en el ámbito del antiguo imperio británico y el soviético.
- El concepto de imperio ha cambiado mucho. En el siglo XV es poder. En el XIX pasa a ser extensión geográfica. Las caídas de imperios que se dan en el siglo XX, el Austro-Húngaro y el Soviético, fueron crisis de un poder. Ahora, en el caso de la antigua URSS hay en lucha dos principios: Rusia defiende el de áreas de influencia; el resto de los países que la formaban, el de la soberanía. Y a partir de ahí se construyen dos mundos diferentes. La guerra fría tenía interlocutores reconocidos y un lenguaje compartido. Ahora los interlocutores no son reconocidos ni hay un lenguaje compartido. Pasa en Siria o en los bombardeos de Gaza. Eso hace que sea una época muy peligrosa en la que se perciben cada vez más nítidas las líneas de fractura internacional. Y hay demasiados conflictos regionales que pueden provocar lo que a priori nadie desea.
- A la hora de votar no parece que muchos electores tengan en cuenta los asuntos relevantes del mundo. Desde luego, no en EE UU pero tampoco en otros lugares.
- El empobrecimiento del debate hace que no se sepa qué consecuencias ni internas ni internacionales tiene votar a ciertos grupos. Esa idea de que lo fundamental es que un gobernante sea honesto y que no importe su programa conduce a un debate exasperado, que no responde a criterios políticos sino de otra naturaleza. La barbarie no sobreviene, se elige. Y se está eligiendo.
- ¿Es el debate que ahora mismo tenemos?
- Sucede cuando solo se busca la ortodoxia, respaldada no por la razón sino por algún tipo de fuerza, electoral o fuerza bruta. Eso desaloja la racionalidad del debate público porque se enfrentan ortodoxias alternativas. Están la 'woke' y la tradición, por ejemplo. Ambas acaban con el debate democrático sobre derechos y deberes. Si se marca a las personas (moro, puta, fascista…) no se llega a un debate en igualdad. El bien y la razón se agotan en cada uno de ellos. Y se acabó el debate.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.