«Habitamos un mundo que avanza en una dirección poco prometedora y, sin embargo, no parece que la emergencia sanitaria que atravesamos haya re-dirigido nuestra consciencia hacia posiciones más críticas, sino que, por el contrario, ha afianzado la precariedad intelectual en la que vivimos. ¿ ... Realmente no vamos a utilizar este lapso estructural para cuestionar una dudosa escala de prioridades? ¿Vamos a seguir valorando el conocimiento como un bien comercial, como entretenimiento o como transacción? Hacer eso parece, cuanto menos, irresponsable». Este es el encabezamiento de una carta-manifiesto escrita y suscrita desde Cantabria por una comunidad ligada al arte contemporáneo que cuestiona, invita a la reflexión y plantea escenarios y debates críticos con la sociedad inmersa en las incógnitas y la perplejidad derivadas de la pandemia. El escrito, fruto de esos encuentros, ha sido canalizado desde fluent, para-institución dedicada al arte contemporáneo y a la investigación.
Este es el manifiesto íntegro.
Querido lector,
Este texto proviene de innumerables conversaciones con una comunidad de artistas, científicos, humanistas y activistas que han ido poco a poco tomando la forma de una carta–manifiesto. Debido al creciente tono de urgencia de esas conversaciones; volviéndose incluso más y más desesperadas, queremos trasladar un sentir de responsabilidad colectiva, haciendo públicas nuestras inquietudes.
Habitamos un mundo que avanza en una dirección poco prometedora y, sin embargo, no parece que la emergencia sanitaria que atravesamos haya re–dirigido nuestra consciencia hacia posiciones más críticas, sino que, por el contrario, ha afianzado la precariedad intelectual en la que vivimos. ¿Realmente no vamos a utilizar este lapso estructural para cuestionar una dudosa escala de prioridades? ¿Vamos a seguir valorando el conocimiento como un bien comercial, como entretenimiento o como transacción? Hacer eso parece, cuanto menos, irresponsable.
En una frase maravillosa, de un libro igualmente maravilloso: Todo era para siempre hasta que dejó de serlo, el escritor ruso Alexei Yurcha describe el fin de la Unión Soviética como un momento en el que todo sucedió de la noche a la mañana. Todo estaba allí y parecía que iba a permanecer para siempre, pero durante una noche todo cambió fugazmente, desapareció. Un mundo distinto. Este breve recuerdo confirma que los humanos son realmente capaces de hacer cambios rápidos y bruscos cuando es necesario. Siempre y cuando puedan comprender por qué deben hacerlos. Mucho de todo aquello puede aplicarse a la actual crisis sanitaria. Todos hemos cambiado nuestro comportamiento de forma radical. Pero otra cosa que Yurcha detalla en ese mismo libro es que las revoluciones se fraguan mediante dos fases:
La primera fase corresponde al momento cuando todos se dan cuenta de que algo va mal. La segunda fase corresponde al momento cuando todos se percatan de que los demás también se han dado cuenta de lo mismo. Ese momento en el que un tipo de consenso instintivo hace que todas las piezas encajen, es el que a día de hoy seguimos esperando. Todos somos responsables los unos de los otros. Pero ¿sabes algo? La gran pregunta de este momento es ¿cómo podríamos hacer crecer ese tipo de conciencia más allá del coronavirus?
Nuestro propio desarrollo personal refleja el desarrollo de la mayor parte de la humanidad durante los últimos miles de años, en el sentido de que comenzó como lo hacen todos los humanos: nosotros como el centro del universo. Pero con el tiempo, comenzamos a darnos cuenta de que el yo era parte de algo más grande. La transición del pensamiento humano, que comenzó como el centro luego, con Copérnico, nos desplazó a entender que en realidad la tierra no era el centro del universo. Ni siquiera era el centro de nuestro pequeño sistema solar, éramos un planeta relativamente insignificante viajando alrededor de una estrella relativamente insignificante en el borde de una galaxia mediana, entre trillones de otras galaxias. Y luego, cuando apareció Darwin, llegó otro salto en el pensamiento humano. De repente no éramos el rey de los animales, sino una especie entre millones. Estos dos momentos concretos que afectaron al pensamiento de todos, también afectaron al nuestro.
En el plano de la producción cultural, debemos deshacernos de la idea del artista como una criatura especial, singular, que da pasos visionarios hacia donde nadie había estado antes, ocurriéndosele cosas inusuales que nadie más podría imaginar. Y, en su lugar, empecemos a interesarnos por la cultura como un tipo de ecología. Comencemos a interesarnos por cómo surgen las ideas y las relaciones entre ellas. La gran mayoría de los públicos, cuando visitan una exposición, se sorprenden al descubrir docenas de artistas que claramente eran importantes en un determinado momento histórico, de los que nunca habían oído hablar. Esto también les ocurre a especialistas de distintos campos cuando se enfrentan a la biodiversidad en las relaciones del pensamiento. Es ese momento en el que comenzamos a darnos cuenta de que algunas de las personas más importantes de un movimiento, no eran solo los artistas sino también los mecenas, los comisarios, los escritores, los coleccionistas, los galeristas, los críticos, los filántropos; se conforma un tipo de ecología, de la cual los artistas son una parte fundamental, pero de ninguna manera la única y, sin duda, una parte que no puede separarse del todo y verse como algo autónomo. Aunque normalmente hablamos de artistas en términos de genialidad, de lo que realmente deberíamos estar hablando es de la inteligencia de toda una comunidad.
Las nuevas ideas generalmente las articula un individuo, pero casi siempre son generadas por una comunidad entera. Por supuesto, debemos atribuir el crédito a los individuos que se encargan de la articulación, pero no les demos crédito por el trabajo que ha realizado una comunidad. Los artistas, en su sentido más amplio, son personas que de alguna manera saben como manejar esa complejidad. Uno no crea una obra de arte, la inicia. Es imposible terminar una obra, uno solo la comienza. Pones algo en el mundo, que se va completando poco a poco, o continúa desarrollándose por la interacción que tiene con el resto del mundo. Cualquiera que esté interesado en la teoría de la complejidad (una muy fructífera e interesante rama de la ciencia), o en observar el mundo natural, sabe que nunca se estabiliza, siempre está creando, siempre está tratando de mantenerse intacta de maneras diversas, tratando de permitir que surjan nuevas identidades.
Entonces ¿Qué puede hacer el arte? ¿Qué pueden hacer las humanidades? Estas preguntas llevan a cuestiones fundamentales de las sociedades en las que vivimos, o queremos vivir. ¿Por qué hacemos arte? ¿Por qué lo queremos? ¿Es realmente necesario, más allá de hacernos disfrutar de la belleza? Presumiblemente, si todos los grupos humanos han desarrollado manifestaciones artísticas cómo parece haber sucedido y si, presumiblemente todos tenemos preferencias estéticas, como parece que tenemos, podríamos pensar que el arte está haciendo algo por nosotros. Los humanos no tienden a desarrollar mecanismos completamente inútiles. Cualquier cosa que evoluciona, continúa y se mantiene, tiene una razón de ser. Pero ¿Cómo funciona el arte? ¿Qué hace en última instancia? Estas preguntas no se pueden responder sin antes cuestionarnos ¿Cómo construimos el pensamiento? ¿Qué cosas son capaces de hacernos cambiar de opinión? Los humanos no tomamos la gran parte de nuestras decisiones basándonos en el análisis de evidencias de manera racional y equilibrada, u observando todos los resultados de experimentos, pruebas y estadísticas. Esa es una forma muy particular –y buena– de adquirir conocimientos, pero no es aplicable a la mayor parte de situaciones de la vida. Muchas de las decisiones que uno tiene que tomar no están necesariamente basadas en una información clara, sino en pensamientos, sentimientos, impresiones y en un sentido de cual es el consenso general sobre el tema que estemos sopesando. Y una de las principales formas de acceder a todo eso es a través del arte. Y a través de un entendimiento del Zeitgeist del momento. ¿Cómo se consolida aquello que parece ser correcto y aquello que no lo es en un determinado tiempo? El arte refuerza la noción de que te comportas de cierta manera, porque te construyes personalmente o te proyectas a ti mismo en cierta dirección; no porque una ley física, legal o moral te lo indique, sino porque quieres hacerlo. Esa capacidad de crear conciencia es absolutamente indispensable, pues la única forma en que cambiaremos el mundo tras esta crisis es desarrollando una conciencia sobre él. La sensación de que deseas tanto algo que estás dispuesto a alterar tu comportamiento para que eso suceda, implica que estás preparado para no gratificarte inmediatamente, si eso puede dañar aquello que te importa. Una de las cosas que los artistas siempre han hecho es llamar nuestra atención sobre la belleza, la belleza de la naturaleza, de las cosas que nos rodean, la belleza dentro de nosotros mismos, entre nosotros… nos hacen conscientes de lo que realmente nos gusta del mundo, y también de aquello que queremos cambiar.
Pero, ¿cómo es posible impulsar esa conciencia si, desde las estructuras que nos gobiernan se impulsa, se fomenta y se financia el inmovilismo del pensamiento? ¿Cómo es posible que la ingeniería política y social no haga uso de la dinámica que este virus ha impuesto para inducir a lógicas realmente transformadoras? En este período de confinamiento varias noticias (algunas publicadas en este periódico) y situaciones han llamado nuestra atención. Si bien en circunstancias normales estas noticias no hubiesen desencadenado un texto de estas características, sentimos la responsabilidad de iniciar un debate público sobre muchas de las iniciativas que esta ''vuelta a la normalidad trae consigo''. Las políticas culturales de distintas administraciones, las proclamas de varios colectivos culturales, la capacidad de publicar ''diarios de cuarentena'' que tengan un interés real y no insistan en lugares comunes o descripciones de dudoso carácter literario (aún más si están redactados por quienes ocupan o han ocupado cargos públicos vinculados a la cultura), deberían alinearse en un nuevo nivel de rigor y calidad que lamentablemente no muestra signos de aparecer. Perpetrar sistemas de ocio masivo, pensar la cultura como transacción económica y ocupar espacios públicos con textos escapistas, en un momento como este, es un síntoma de la incapacidad de muchos de nuestros representantes, de imaginar sociedades distintas.
La respuesta pública a la pandemia ha sido identificar «grupos vulnerables»: aquellos que son especialmente propensos a sufrir el virus como una enfermedad devastadora y potencialmente mortal y contrastarlos con aquellos que tienen menos riesgo de perder la vida por el patógeno. Es por eso que, apresurar una vuelta a la normalidad basada en las jerarquías que definían la vida antes de la pandemia, implica debilitar o, incluso descartar de nuestros espacios comunes, a esos grupos vulnerables. La pandemia expone la mayor vulnerabilidad a la enfermedad de diversos grupos sociales, y hay al menos dos lecciones sobre esa vulnerabilidad que debemos tener en cuenta: por un lado describe una condición compartida de la vida social, de interdependencia, exposición y porosidad; y por otro nombra la mayor probabilidad de morir, entendida como la consecuencia fatal de una desigualdad social generalizada. Es por ello intolerable que todo aquello que trascienda o se comunique desde la esfera política, institucional, periodística y cultural, no esté dirigido a eliminar esa desigualdad social.
El sentido de comunidad que se describe en este texto debe ser asumido por nuestros políticos, instituciones, museos, artistas, educadores, periodistas y responsables públicos para que tengan la capacidad de entender el valor de un momento como el que nos incumbe ahora. ¿En qué realidad nos gustaría vivir realmente? ¿Qué realidades nos asustan? ¿Qué realidades nos seducen? Todas esas preguntas son dudas que planteamos, con la esperanza de que, una vez perfiladas las respuestas, se comprenda la necesidad y la importancia de pensar y actuar de maneras radicalmente diferentes.
* fluent es una para-institución dedicada al arte contemporáneo y a la investigación que presenta ciclos de exposiciones, textos y eventos en vivo, estructurados en torno a ejes temáticos. Fundado en 2016 en Santander, acoge un espacio de trabajo, un programa de exposiciones y una serie de seminarios, proyecciones, performances y textos englobados en el marco temático de cada ciclo, trabajando con prácticas experimentales en estrecha colaboración con artistas, escritores, pensadores, investigadores y con la comunidad.
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