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Pilar G. Ruiz
Santander
Domingo, 13 de abril 2025, 02:00
Las gestas de los pioneros de la aviación, como los hermanos Wright y Alberto Santos Dumont alimentaron la imaginación de Benjamín G. Rosado (Ávila, 1985) ... para escribir 'El vuelo del hombre' (Seix Barral, 2025). El debut en la literatura del periodista abulense, crítico musical, que se ha hecho con la última edición del Premio Biblioteca Breve. Lo presenta mañana lunes en la Librería Gil (19.00 horas). Comenzó a escribirlo «a bordo de un rompehielos de la Armada chilena por aguas de la Antártida» y con ella celebra «el enorme potencial de las historias para cambiar el argumento de nuestras vidas».
–¿Ha asumido ya que es el ganador del premio Biblioteca Breve?
–Es un sueño cumplido, pero también algo que no entraba en mis planes. Uno no escribe para que le pasen estas cosas y, sin embargo, a veces ocurre lo inesperado. Me lo comunicaron en enero y todavía no me lo creo del todo. Me parece más irreal que la historia que cuento en el libro. Así que necesitaré un tiempo para digerirlo…
–¿Que a uno le den un premio el 14 de febrero es una declaración de amor de alta magnitud?
–Quien busca señales las encuentra, eso es algo que mi libro reivindica desde la primera página. No se trata, como rezan las tazas de Mr. Wonderful, de que todo pase por algo. Pero qué duda cabe de que cuando se dan este tipo de coincidencias, si estamos atentos, la rima nos produce un cierto cosquilleo.
–¿Y no es un poco llegar y besar el santo, al ser esta su primera novela?
–Desde luego ha sido una canasta sobre la bocina. No sólo por ser la ópera prima de un autor desconocido. También porque creo que, de haberla publicado un poco más tarde, con la inteligencia artificial ya plenamente asentada en nuestras vidas, no se habría valorado en su justa medida todo el esfuerzo que hay detrás.
–¿Cuál fue la chispa que le inspiró para iniciar este vuelo?
–Leí un artículo en un periódico sobre unos científicos británicos de la Universidad de Oxford que habían conseguido aislar el gen responsable del canto de los pájaros y del lenguaje de los primeros humanos. La chispa, la pregunta que me hice, fue: ¿y si la palabra, la escritura, fuera la más asequible forma de vuelo de la que dispuso nuestra especie en su afán por conquistar el cielo y acercarse a lo desconocido?
–¿Cómo describiría la premisa central del libro en una frase?
–Con esos ingredientes uno corre el riesgo de escribir una tesis doctoral, y nada más lejos de mis intenciones. 'El vuelo del hombre' cuenta la historia de un escritor de éxito que sufre el síndrome de la segunda novela. No es tanto un bloqueo creativo como una elección entre la literatura o la vida, que tira de él a través de dos grandes historias de amor. La primera en Nueva York y la segunda en la selva de Colombia.
–El protagonista hace un poco su trabajo; escuchar a otros y contar historias.
–Diego Marín, el protagonista, no tiene muy claro cómo ha llegado a escribir su primer libro, 'Ciudad Café', por el que recibe un premio importante. Con el tiempo entenderá que hay historias que merecen ser contadas a cualquier precio y otras que deben permanecer en los cajones para poder seguir con su vida. La historia de la literatura está llena de bartlebys que, por diferentes motivos, renunciaron a ver publicadas sus obras. Siempre me ha atraído ese universo.
–¿Le gustaría que su historia fuera la suya propia?
–Cuando me encerré a escribir este libro tuve claro que mi vida no le interesa a nadie y que todo lo que pudiera aportar tendría que proceder de una ficción pura, sin trasvases ni proyecciones autobiográficas de ningún tipo. Diego Marín es escritor y gana un premio. Pero ahí termina el paralelismo. Cada uno por su lado.
–El jurado lo ha comparado con Auster y Bolaño. ¿Usted también lo hace como referentes?
–Son dos autores que he leído, releído y subrayado. Sus libros me han servido de caja de herramientas para resolver algunas tramas. Auster y Bolaño defienden la literatura como un territorio de riesgo y exploración en el que el lector tiene mucho que decir, porque confían en él, y por eso no dudan en transgredir cualquier límite.
–¿A un periodista cultural le preocupa lo que el periodismo cultural cuente de su obra?
–Más que preocuparme, me produce una enorme curiosidad. No soy nada desconfiado, al contrario: disfruto mucho de las interpretaciones que se están haciendo del libro. Y no hay entrevista en la que no descubra algo que se me había pasado por alto: referencias, lecturas entre líneas, conexiones ocultas… Eso quiere decir que el libro ya vuela solo.
–¿Ha sido complejo cambiar el estilo de escritura para abordar el formato del relato y su extensión?
–Me costó mucho dar con una voz adecuada, en la que me reconociera y al mismo tiempo me sintiera cómodo para contar la historia que me traía entre manos. No quería hipotecarme con un estilo que luego no pudiera defender. El periodismo me ha enseñado a no perder el foco y me ha permitido jugar con la curiosidad del lector, que es el verdadero motor de la novela.
–Como experto en escuchar y escribir sobre música, ¿qué banda sonora tiene este libro?
–Mientras escribía, en mi cabeza el libro tenía la forma de una sinfonía en tres movimientos: Valparaíso, Nueva York y Colombia. Pautar el papel como si fuera el pentagrama de una partitura me ayudó a trabajar la estructura, el ritmo y las variaciones motívicas sobre un mismo tema: volar, elevarse, escapar de este mundo. Todo eso resuena de fondo, como una música lejana.
–¿Y qué cosas se pueden interponer con su escritura, también la vida y el amor?
–La escritura requiere encierro y dedicación plena, al menos durante un tiempo. La primera conclusión a la que llegué después de acabar el primer borrador de 600 páginas fue que lo que uno escribe nunca es lo que pasa, sino lo que no puede llegar a suceder precisamente porque uno está escribiendo. Por eso yo, cuando me dan elegir, lo tengo claro: me quedo con el mundo real.
–Y si el lenguaje nace del idioma de los pájaros, ¿a cuál le gustaría entender?
–Los melómanos soñamos con que algún lejano descendiente del famoso estornino de la pajarería de la Grabenstrasse de Viena nos revele el nivel de participación de su ancestro alado en varias obras de Mozart, como sus conciertos para piano, al menos tres de sus sinfonías y algún que otro pasaje de 'Las bodas de Fígaro'.
–Soy la lectora. ¿Qué le gustaría que sintiese al terminar el libro?
–Cada lector, cuando lee, es escritor de sí mismo. Es algo que se dice en la última página del libro y espero que los lectores hagan suyo este mensaje. Porque de alguna manera esta novela celebra el enorme potencial de las historias para cambiar el argumento de nuestras vidas.
–«Para que la vida pueda ofrecernos finales alternativos, estos han de ser contados». Con esa premisa, ¿Diego Marín seguirá volando a otros destinos?
–No imagino una segunda parte, pero no descarto algún cameo de Diego en otras historias. Es algo que Siri Hustvedt hizo con uno de los personajes de 'Todo cuanto amé', que se aparece de pronto en 'El verano sin hombres'. ¡Quién sabe! Aunque no sé si Diego querrá cogerse un avión para ir a Londres…
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