El historiador y divulgador Pedro Ángel Fernández lamenta el desconocimiento sobre un periodo fundamental de nuestra Historia.alberto aja
«Nadie bien nacido reniega de su familia, y por eso debemos reconocer el legado de Roma»
pedro ángel fernández | historiador y escritor ·
El ex director del Mupac publica su primera novela, 'Bacanalia', una historia sobre el culto mistérico y el papel social de las mujeres en la República clásica
Que la Real Academia defina el término 'bacanal' en su tercera acepción como«orgía con mucho desorden y tumulto» no es casualidad. A esa realidad de lujuria y desenfreno se asocia normalmente la palabra, aunque esa normalidad quizás sea exagerar. Porque mucha gente, en especial los jóvenes, no sabrían definir el significado del término por desconocimiento histórico. Esa realidad, sumada a su pasión por la Roma clásica y en especial por el periodo republicano, ha llevado a Pedro Ángel Fernández, doctor en Historia Antigua por la Universidad de Cantabria y gran divulgador de la materia, a escribir su primera novela, 'Bacanalia', centrada precisamente en la figura de estas mujeres, que sufrieron como pocos colectivos el rechazo y la violencia de su sociedad, y cuya figura ha sido demonizada desde entonces. El ex director del Museo de Arqueología y Prehistoria de Cantabria (Mupac) traza con líneas maestras los entresijos de una sociedad y de una época de la que, lo sepamos o no, somos profundamental deudores.
–Publica 'Bacanalia', una novela histórica ambientada en la Roma republicana y centrada en un grupo de las mujeres de la época. ¿Cuál es la historia que narra en su libro?
–La novela propone una experiencia iniciática al culto mistérico, solo revelado a sus seguidores, que practicaban las adoradoras de Baco. Relata cómo una sociedad heterogénea de patricias, plebeyas, libertas y esclavas es sometida a depuración al tiempo que se proyectan sobre esa religión y sus éxtasis místicos, la denuncia de un escándalo sexual y la sospecha de una conjuración.
–¿De dónde surge su primer proyecto literario de ficción?
–La novela brota de mi especialización investigadora en el período central de la República romana. He publicado anteriormente varios ensayos en editoriales de impacto científico. Por ejemplo, sobre 'La Casa romana'; otro libro titulado 'Corrupta Roma', y uno más reciente sobre 'Liderazgo político en la República Clásica'. También, un volumen que contenía un estudio profundo sobre el fenómeno de las Bacanales y la persecución que experimentaron en el año 186 a.C., una verdadera caza de brujas contra el culto protagonizado por mujeres y que había comenzado a tornarse mixto. La novela procede de ahí. Nace de esa investigación previa y con el reto de desmitificar las bacanales.
«Se hizo creer a la sociedad romana que entrañaban un riesgo porque hermanaban a ciudadanos romanos con esclavos, con libertos y con itálicos conquistados».
–No tienen muy buena fama, ciertamente...
–No, porque se hizo creer a la sociedad romana que entrañaban un riesgo. De hecho, despertaron el temor del poder senatorial porque en un culto femenino se integraron niños y adolescentes varones, en cofradías llamadas 'tíasos' que hermanaban a ciudadanos romanos con esclavos, con libertos y con itálicos conquistados. Esas organizaciones que no respetaron las fronteras sociales y hermanaban a los que eran distintos, crecían tentacularmente en Italia.
–¿En qué momento se sitúa su historia y, por ende, la de su libro?
–Todo ello ocurre en la época inmediatamente posterior al final de la guerra Anibálica, cuando Roma la poblaban decenas de miles de matronas viudas y de muchachas sin posibilidad de contraer matrimonio, mientras otras decidían iniciar en ese culto a sus propios hijos, los futuros soldados romanos. Ante este desafío por parte de un culto no oficial, el senado optó por la vía del escándalo, de denunciar prácticas de sexo desordenado y colectivo y decretar la persecución.
Bacanales
«Las mujeres fueron brutalmente reprimidas, ejecutadas en público o en la violencia sorda de sus propios hogares. Ese es un relato que el historiador puede construir, pero que solo un novelista puede evocar y recrear».
–Como narrador e historiador, ¿qué retos ha supuesto escribir esta obra?
–El del relato social, el del funcionamiento de un poder político no ayuno de corrupción, y el de procurar al lector, además, una inmersión en un culto mistérico de salvación tras la muerte. El tema es histórico, el tratamiento es literario: una novela coral de vidas que se hilan, se cruzan y tejen, y se truncan.
–Las mujeres son las grandes protagonistas de su obra. ¿Por qué, qué retrato hace de ellas?
–Porque lo fueron en todo lo ocurrido. Porque en aquellos años se echaron a las calles en manifestaciones de horror ante los desastres de la guerra reclamando, incómodamente, noticias de los suyos, desaparecidos o caídos en el frente. Porque se las reprimió y manipuló desde el poder político rearmando el decoro y ejerciendo control sobre las viudas sin tutela. Porque se echaron a la calle protagonizando manifestaciones y hasta escraches para logar la abolición de una ley que reprimía cómo podían comparecer públicamente. Y porque finalmente fueron brutalmente reprimidas, ejecutadas en público o en la violencia sorda de sus propios hogares. Ese es un relato que el historiador puede construir, pero que solo un novelista puede evocar y recrear.
–Plantea un fiel retrato de la sociedad de la época. ¿Cuáles son las claves que marcaron aquella época?
–La novela se inicia con la segunda guerra Púnica, con Aníbal asolando la península itálica, y prosigue hasta el año 186 a.C., con los efectos de la posguerra. El relato que he buscado no es el militar, no me interesa exaltar lo bélico, como se hace habitualmente. Me interesan los valores civiles, las zozobras y los temores de la retaguardia, de la propia Roma, mientras los desastres militares se suceden y las experiencias místicas se tornan en una vía de evasión. Más tarde, se comienza a recobrar la esperanza y, por fin, se alcanza la victoria final contra Aníbal. Y entonces, ya nada frena a Roma y comienza sus propias guerras imperialistas en Oriente. Es entonces cuando comienzan a llegar los fabulosos botines de guerra con todo el oro y los refinamientos helénicos que a ojos de los propios romanos pervierten y corrompen las costumbres ancestrales. La corrupción se muestra como la Hidra de incontables cabezas, y las bacanales se transforman en el chivo expiatorio.
Ignorancia histórica
–El mundo actual tiene una deuda monumental con Roma, hasta niveles difíciles de imaginar. Aunque es una cuestión amplísima, ¿cuáles son los principales rasgos con que Roma ha marcado a nuestra sociedad?
–Cuando yo estudiaba en el instituto un excelente profesor se empeñaba en convencernos a los que éramos sus alumnos de que el latín no era una lengua muerta. Hoy, no ya el latín, sino el mundo clásico, ha quedado reducido a una posición residual en los planes de estudios. Algunos de los pocos libros que se publican ahora sobre ese mundo clásico caen en una trampa penosa: se empeñan en encontrar, no ya los ecos del pasado en el presente, sino ecos del presente en ese pasado. El presentismo instrumentaliza nuestra historia. La pregunta que me formula reconoce de entrada nuestra formidable deuda con Roma. Me obliga a recordar ahora que somos herederos de una lengua, del derecho, de la ingeniería, del arte, de la inspiración mitológica, del urbanismo y las infraestructuras, de la comedia… y también de la política, de aquel sistema republicano con comicios anuales. En él actuó una clase política -la nobilitas- integrada por una oligarquía de patricios y plebeyos ricos, en connivencia con financieros y hombres de negocios. Vivió enzarzada en luchas de poder protagonizadas por políticos de verbo encarnizado, empeñados en desgastar y derribar al adversario. Fue una clase política pendenciera, voraz y corrupta.
–¿Por qué es importante conocer dicho legado, al igual que ocurre con la Grecia clásica?
–Se ha conseguido ya despertar en la opinión pública la conciencia acerca de la necesidad de respetar y proteger el patrimonio material. En todo lo que ya citaba hace un momento hablamos de un legado inmaterial, pero el patrimonio inmaterial también es reconocido por la Unesco. Nadie bien nacido reniega de su familia, de sus genes. Eso forma parte de nuestra propia respetabilidad. Pues, de idéntica manera a lo que ocurre con cada individuo, en lo que concierne a nuestra sociedad, es preciso reconocer que el mundo clásico ha conformado el origen de nuestras señas de identidad. Debemos conocer ese legado, es nuestro.
Roma en Cantabria: vista del yacimiento arqueológico de Julióbriga, en Retortillo. Las columnas ayudan a imaginarse cómo era este lugar en tiempo de los romanos.
Andrés Fernández
–Pese a explicar tantas realidades actuales, la historia es una gran desconocida para el público general. Como experto y divulgador, ¿qué implicaciones cree que tiene ese desconocimiento?
–Desconocer la historia es renunciar a reconocer lo que somos. Sin embargo, no soy partidario de formular la reivindicación de la historia en términos utilitarios. Prefiero referirme a las esencias sin instrumentalizarlas. Soy profesor de Historia y siempre he evitado caer en el error reprobatorio de intentar convencer a mis alumnos de la necesidad de aprender historia y de justificar su presencia en los planes de estudios. Mi reto ha sido el comunicativo. Transmitir mi pasión y poner mi empeño en hacer partícipe de ella tanto al estudiante en clase como al lector en su intimidad, con independencia de que me lea en revistas de divulgación, en libros o en artículos académicos. El resultado es el más estimulante para el destinatario y para mí mismo. Y todo esto –pasión, empatía, sensibilidad social y estética…– forma parte de un repertorio de contenidos, no solo de conocimientos aplicados, que integran el patrimonio de las humanidades y que enriquecen a la persona.
–En esa línea, ¿cree que la historia tiene el peso que merece en los sistemas educativos de nuestro país?
–Yo no he reivindicado más horas de historia, sino que no mengüen las que ya hay. Se le plantean cada vez más exigencias de enseñanzas aplicadas y supuestamente perentorias al sistema educativo, y no hay más tiempo de clases. Los profesores de Historia tenemos un problema muy nuestro: los programas inabarcables. Y a este, yo añadiría otro menos advertido: la tendencia creciente a reclamar e impartir más historia del mundo contemporáneo y actual, en detrimento del estudio de un pasado anterior. Se trata de líneas de pensamiento y decisión utilitaristas y no inocentes políticamente, además de incultas.
–Fue usted director del Mupac entre 2005 y 2013. ¿Cómo valora la situación actual del museo?
–La situación del Museo presente, el que existe, aunque postergado, no ha evolucionado durante años. Quedó inaugurado en su sede del Mercado del Este en 2013 bajo mi responsabilidad con una museografía avanzada y de vocación didáctica. Los procesos internos de digitalización e inventario no se han emprendido hasta hace unos meses, a pesar de tratarse de una tarea planificada para ser iniciada inmediatamente después de la inauguración.
Sede del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (Mupac), ubicado en los bajos del Mercado del Este de Santander.
Celedonio
–¿Y de la gestión y evolución del proyecto de su nueva sede
–Esa sede en el Mercado del Este presenta limitaciones y servidumbres derivadas del edificio, pero cabe recordar que no había entonces, para albergar el Museo, mejor espacio expositivo ni de un tamaño equiparable en la ciudad, después de ser desalojado de Puertochico. Desde la inauguración en 2013, no se ha logrado conferirle el protagonismo que merece por su colección y su presentación. No se haya señalizado debidamente, a pesar de que está ubicado enfrente del Centro Botín, gozando de una posición estratégica para aprovechar sinergias en el centro de la ciudad. No he visto publicadas cifras de visitantes desde hace años. Han faltado todo este tiempo dinamización didáctica sostenida y una oferta de exposiciones temporales de calidad. Sin embargo, ese Mupac, físico y presente en su formato actual, ha servido para demostrar aquello en lo que entonces nadie creía: que Cantabria dispone de una formidable colección, sobre todo de arte mueble paleolítico, y que merece un Museo definitivo digno de la condición de Patrimonio Mundial con la que se ha reconocido su alter ego, el arte rupestre. Ha servido, para reivindicar. Por lo demás, en cuanto al futuro, no puedo más que mostrarme esperanzado, aunque el presente merezca críticas. Nos han entretenido, o burlado, con expectativas infundadas y ya desmentidas, acerca de unos Fondos de Recuperación europeos programados para otros fines. Ahora queda abierto un futuro ilusionante e ilusionista. Ilusionante si se inician las obras, e ilusionista en el más corto plazo: se avecina una nueva época de promesas, gestos e infografías. 2023 es año electoral. El futuro se muestra azaroso. Esperemos que no sea ilusorio.
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