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El mes que cambió el trazo de un artista

El mes que cambió el trazo de un artista

Pedro Sobrado | Pintor

Guillermo Balbona

Santander

Viernes, 22 de junio 2018

Una revuelta intensa y espontánea. No sabría definir lo que suponía en ese momento pero dejó huella. Y esa atmósfera también llegó a transformar mi pintura». Testigo accidental de una revolución fallida que, sin embargo, cambió muchas cosas, el artista cántabro Pedro Sobrado era ya casi un parisino más cuando afloraron las consignas, se levantaron los adoquines y los carteles inundaban las calles. Entre la Sorbona y los cafés del bulevar Saint-Germain los ideales mutaron en acción, los pensamientos en iconos y las reivindicaciones sembraron el paisaje cotidiano de la anunciación de otra forma de vida. En ese lugar en el mundo, en el que Sobrado recaló en 1961 para impregnarse de la entonces capital del arte por excelencia, surgió un movimiento de utopías, de rebeldía, contra la resignación, que sin saberlo forjaba una historia diferente desde las universidades y las calles con sus barricadas y carteles. El artista, al otro lado del Sena, recuerda un confuso paisaje donde confluyeron sueños rotos, la paralización de la vida diaria, la incertidumbre de un presente que presagiaba muchos futuros y los enunciados de un nuevo mundo entre revueltas, manifestaciones y relatos sin un claro final.

Una de las fotografías que el artista conserva de su estancia en la capital francesa. DM

Sobrado, que perseguía su propia búsqueda sobre papeles y lienzos, cree que la huella personal de aquellos días fue «quizás inconsciente pero absolutamente decisiva en el cambio. De la abstracción a la figuración, de las manchas a la línea estilizada, de la pintura que se miraba más a sí misma a reflejar rostros y figuras humanas». El pintor, que ya se adentraba en la treintena, asegura que no sólo el germen sino lo que respiraba París era una revuelta estudiantil que «a muchos se les fue de la mano. Ni las autoridades midiendo la dimensión de aquello ni quienes reclamaban agitar la normalidad sabían hasta dónde podían llegar». Una de las obras emblemáticas de Sobrado, casi única en su simbolismo, es el cuadro «Mayo del 68» (reproducido sobre estas líneas), integrado en el fondo del MAS santanderino como su particular «Guernica». «Nunca fui a las barricadas porque mi lucha estaba en la pintura. Desde que llegué a París sin saber nada de francés el objetivo era sumergirme en ese circuito del arte». Mayo del 68 «lo pinté porque era mi forma de expresar esa atmósfera que salía de las calles. Había mucha confusión, durante prácticamente cinco semanas no hubo transporte, muchos accesos estaban cortados y llegaron incluso las restricciones de algunos productos básicos y necesidades». Pero siempre tuvo la sensación de que aquello, con implicación o distancia, «estaba naciendo para cambiar las cosas. Pero no sólo en París como demostraron las imágenes posteriores que vi en televisión de ciudades de América y de otros países». El pintor cree que «al principio todo parecía una historia de estudiantes que paralizaron la universidad pero luego llegaron los obreros y ese estado de huelga permanente que no se había conocido hasta entonces. Había quizás una mezcla de ideales, el rechazo al mercado y a la autoridad, a la sociedad clasista, pero todo iba en esa dirección de romper con muchas cosas establecidas que se habían transmitido por tradición, que sonaban a pasado y que ya no valían».

A De Gaulle, recuerda Sobrado, aquello se le presentaba como un panorama extraño e insólito. Sobrado escuchaba, miraba y pintaba y se abría paso entre las Sociedades y Federaciones de Artistas, movía su carpeta de pinturas entre salones y galerías y empezaba a despertar el interés de coleccionistas como Jean Barthet, considerado el «príncipe de los modistos». Barthet tuvo como clientas a estrellas del cine como Sofía Loren y Liz Taylor, y a personalidades de la alta sociedad como la condesa de París, la princesa Gracia de Mónaco o la emperatriz persa Farah Diba, entre otras. Sobrado mantuvo una estrecha amistad con el modisto francés y frecuentó sus relaciones, fiestas y reuniones de artistas y creadores.

Sobrado acabó pintando su propia visión de Mayo del 68, obra perteneciente a los fondos del MAS. DM

En los quince años de estancia en Francia el pintor cántabro pasó de vivir en la banliue a la rue Saint Lazare y, posteriormente, se estableció en Versalles. Sobrado no se atreve mucho con las palabras pero casi susurra su conclusión. «Ahora es fácil pensar que aquello como revolución falló. Con el paso del tiempo, incluso en España pese a la dictadura, se vio que algo cambiaba en las vidas cotidianas. ¿Yo? No lo sé. En ese momento perseguía tener mi lugar en el arte, pero es verdad que fruto de aquello cambió mi pintura».

El azar de la primera jornada de revueltas

Sobrado permaneció en París entre 1961 y 1976. Su vuelta definitiva a España, tras exponer su obra en varias muestras individuales y decenas de colectivas, se debió a la llamada de Rodríguez Sahagún, el político coleccionista que quiso al pintor cántabro en su nómina exclusiva de artistas. A Sobrado nunca se le olvidará, sin embargo, el día que estalló la revuelta en Saint Germain. «Tenía amistad con un alto funcionario del ministerio de Justicia y aquella tarde de mayo cenaba en su domicilio, instalado en las propias dependencias oficiales. Era un gran coleccionista y durante la velada me invitó a conocer una joyita de la colección institucional. Se trataba del bidé de María Antonieta. Pero poco antes de finalizar la cena llegaron dos policías que anunciaban la llegada del ministro tras la gran movilización estudiantil en las calles. Sobrado, que regresaba unos días cada verano a su tierra, recibió la propuesta de El Diario para convertirse en corresponsal y ejercer de cronista si la urgencia lo requería.

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