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Graham Greene y Evelyn Waugh son dos autores habituales en su equipaje literario. El primero ha copado su estudio, reconstrucción y radiografía de su paso por España. Ahora precisamente Carlos Villar Flor (Santander, 1966) ha concluido su quinta novela, basada en los viajes de Greene ... por España. Y del segundo trabaja en la traducción de la novela 'Un puñado de polvo' que editará Impedimenta. Villar Flor impartirá hoy una charla, a las 19.30 horas, en la Biblioteca Central , bajo el epígrafe 'El paso de Graham Greene por España (Cantabria incluida)'. Greene (1904-1991), uno de los escritores ingleses más famosos de su generación, recorrió España y Portugal en los últimos años de su vida, entre 1976 y 1989, con su singular compañero quijotesco, el sacerdote y profesor universitario Leopoldo Durán. Itinerarios que tuvieron una gran repercusión no sólo en su biografía sino también en su obra, ya que inspiraron la novela 'Monseñor Quijote'. Catedrático de Literatura Inglesa en la Universidad de La Rioja y traductor, Villar Flor ya abordó un estudio sobre esos periplos, 'Viajes con mi Cura', cuya versión inglesa fue publicada por Oxford University Press.
–¿Qué España describe Greene tras conocer el país?
–Creo que una de las motivaciones iniciales de los viajes de Greene por España fue informar a la inteligencia del Reino Unido sobre la transición. Pero no es probable que estos informes, en su caso, se desclasifiquen y hagan públicos, así que de momento la descripción más explícita de la España de la transición es la que hace en su novela Monseñor Quijote. Es todavía una España muy pintoresca, en la que la guardia civil merodea por doquier y arresta por cualquier motivo, o hay procesiones religiosas en las que los fieles se disputan llevar en andas al santo a base de billetes.
–¿Hay algo simbólico del Quijote y Sancho en sus trayectos con Durán?
–Se dan algunos elementos evocadores: dos hombres en edad madura de mentalidades muy diferentes recorriendo los caminos de España, parando una noche en cada alojamiento, charlando sobre lo divino y lo humano, a veces enzarzándose en discusiones. Y, curiosamente, también son agasajados por una pareja de nobles (condes en vez de los marqueses de la segunda parte del Quijote) que quieren otorgar una especie de isla de Barataria a Leopoldo Durán.
–En Cantabria, ¿qué vínculo trabó el escritor con la región?
–Me temo que no es muy sólido, pues, al ser Durán un gallego ejerciente, sus quince viajes pasaron prioritariamente por esta región. Pero sí he tenido constancia de que Greene pasó por Cantabria en 1976, el primer verano, y que comió en Santillana del Mar con Durán y el 'tercer hombre', como denominaban jocosamente al acompañante que hacía de conductor.
–¿Cómo define 'Monseñor Quijote'?
–Trata de un sacerdote idealista, inocente y un tanto insensato, que entabla amistad con un exalcalde comunista, con quien conversa abiertamente a lo largo de un periplo por rutas castellanas y gallegas. La novela surgió como una especie de caricatura amistosa de Durán, pero pronto sirvió de vehículo para expresar varias inquietudes que rondaban la mente del Greene anciano. Además de plasmar argumentos y anécdotas surgidos de sus primeros viajes, pretende ser un canto a la amistad por encima de las diferencias ideológicas o religiosas, a la vez que un diálogo entre marxismo y cristianismo, y una recreación de la sociedad española posfranquista. No falta el obvio homenaje a Cervantes, y también a Unamuno, quizá los dos autores españoles con los que estaba más familiarizado.
–¿Durán fue un amigo de verdad o un sherpa para las ansias de curiosidad del escritor?
–Se podría aplicar aquí el dicho de que los opuestos se atraen. Greene era una celebridad, un hombre mundano, mujeriego y aventurero, había vendido millones de libros y viajado por medio mundo, tenía una clara proyección política de izquierdas, mientras que Durán era un teólogo convertido en profesor de literatura inglesa, conservador y tradicional, algo ingenuo y con poco mundo, pero también, a su modo, ambicioso. Me atrevería a afirmar que a Greene le enternecía la figura de Durán y sus paradojas, lo que es coherente con su gusto por las personalidades contradictorias.
–¿Por qué se frustró la idea de la Fundación Greene en España?
–Tal como yo lo interpreto, la propuesta en 1997 por parte del conde de Creixell, dueño de las bodegas Murrieta, de establecer una fundación Graham Greene, era una estrategia comercial para potenciar sus vinos en el extranjero. Para ello procuró meterse en el bolsillo a Durán, que ya entonces era conocido como el conducto reglamentario para acceder a Greene, y lo hizo prometiéndole la presidencia de la fundación (la Barataria a la que me refería arriba). Pero, al poco tiempo, el conde y el cura sufrieron amargos desencuentros personales, que desembocaron en la disolución de la fundación. Es una historia bastante curiosa de la que hablaré en mi charla.
–¿Greene es un escritor valorado en su justa medida?
–El prestigio de Greene se mantiene en esta época en que los escritores deben permanecer en el candelero si quieren vender. Es un autor inglés de alcance mundial, en su tiempo perenne candidato al nobel, y una de sus contribuciones fue acercar el cine a la literatura y viceversa. Sus novelas fueron pioneras en adoptar técnicas cinemáticas, y es de los autores más adaptados a la pantalla.
–¿Cuál era el objetivo de sus contactos con el socialismo español en 1980?
–Llegó a entablar amistad con Tierno Galván a partir de 1980, año en que el alcalde de Madrid organizó una serie de eventos en su honor. En ese tiempo tenía la esperanza de que Tierno le facilitara el contacto de Felipe González, y también de Santiago Carrillo. No es ningún secreto que Greene entabló similares contactos con líderes hispanoamericanos de la izquierda, como Torrijos en Panamá, Allende en Chile, Castro en Cuba, u Ortega en Nicaragua, y de alguna forma sirvió de mediador en cuestiones diplomáticas.
–¿Existió una prioridad secreta común en sus quince viajes?
–Mi hipótesis es que la motivación inicial fue observar el desarrollo hacia la democracia e informar a su país. Pero luego debieron de entrar en juego: el nacimiento de una genuina amistad con Durán, la inspiración para escribir una novela hispana, el descanso como huésped de un sacerdote que sabía organizar itinerarios interesantes. Y, por supuesto, el vino y el sol.
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