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Irene tiene 15 años. Cuatro más de los que tenía Maruja Mallo cuando empezó a pintar. Lleva como equipaje de esa edad iniciática la curiosidad ... que deriva en aprendizaje y lo pone en práctica una soleada mañana, descubriendo la obra de una artista referencial y desconocida a partes iguales. 'Máscara y compás' se despereza ante la mirada de Irene y sus compañeros, alumnado del IES Nueve Valles, en Reocín, cuya actividad consiste en visitar la exposición, recién inaugurada en el Centro Botín.
«Apenas sabía sobre ella y he aprendido lo importante que debería haber sido y el poco reconocimiento que ha tenido», argumenta. Se lleva consigo conceptos como la interculturalidad o el legado de su paso por Latinoamérica y aunque contaron con un guía «muy atento» que les explicó «muy bien» el contenido de la muestra, sintieron que «para comprender mejor» la evolución de Mallo a través de sus obras, «porque no tienen nada que ver unas con otras», les faltó «un poco más de información sobre su vida, porque la mayoría de los artistas representan lo que ven y lo que viven», indica Irene. Lo que más le ha llamado la atención es la parte de sus obras «más oscuras, con significados ocultos». La clave del surrealismo, al fin y al cabo. Así, los esqueletos ('Antro de fósiles'), o los pájaros muertos son el trasunto de una España doliente cuya población sufría las consecuencias de la guerra y que Mallo supo redefinir a su manera.
Con el entusiasmo de tres amigos que comparten sobremesa, dos mujeres y un hombre gesticulan frente al 'Canto de las espigas'. Una señala, otra asiente, el tercero comenta. Él de Santander, ellas de Madrid, que en cuanto supieron de la muestra «¡Vinimos corriendo!», enfatiza Carmen. Sofía, pintora, conocía la trayectoria de Mallo, «una de las grandísimas creadoras españolas y universales», pero, afirma, «una exposición como esta no se había hecho hasta ahora o al menos, yo no tenía noticia. Es un regalo». La selección de obras ofrece una buena perspectiva, dice. Abilio y Carmen asienten. Les parece «maravillosa». «Representa la época española de preguerra con una personalidad marcada, que no triunfó porque no estaba valorada ni siquiera por sus compañeros». No solo animarían a otros a ver la exposición; «Yo lo daría como obligatorio; deje usted el móvil en casa y venga a descubrirla».
Jesús y Sara, matrimonio «de aquí», como remarcan, suelen acudir a menudo al centro de arte. No conocían la obra de Mallo y su impresión no puede ser más buena; «Nos está gustando mucho, se entiende; solamente mirarlo te haces a la idea de lo que quiere decir». «Ya es hora de que se haga algo aquí que merezca la pena», dice él enfático, «aunque hay gustos para todo». Y tienen claro que la respuesta de público será positiva: «La voz corre».
Regina sí «conocía algo» y menciona los treinta años que han pasado desde la muerte de la pintora. Con su voz grave, explica que Mallo le atrae «muchísimo por cómo dibuja, pero también por su personalidad, por cómo era». Es madrileña, tiene casa en la capital y viene «siempre que hay una exposición interesante». En esta ocasión «ha sido específicamente para ver la exposición de Maruja, que es un goce, aunque luego vaya al 'Reina' (Sofía) y pueda repetir, porque quería verla aquí». Para ella, Mallo «puede ser la representación de las mujeres olvidadas, a la sombra de los grandes de la época».
Como un descubrimiento «muy interesante» está siendo la experiencia para Trinidad, que acerca su rostro a una de las obras, fijándose en los detalles. Un paso atrás, otro de nuevo hacia delante. «El nombre sí que lo había oído, pero me ha sorprendido, me está gustando mucho». Tanto, que está pensando «venir otro día que esto esté más tranquilo». No le falta razón; las sucesivas salas tienen más movimiento del habitual en una exposición recién estrenada. Incluso el personal del centro de arte lo corrobora: «Desde que abrimos a primera hora, está lleno». Ayudan las jornadas festivas, pero se nota que la afluencia es mayor que en propuestas previas. A Trinidad le sorprende no solo el estilo de Mallo, sino «las relaciones que tenía con muchos grupos artísticos, desde Rafael Alberti al teatro o Neruda. Lo desconocía». Entre manuscritos, ejemplares de revistas, bocetos o fotografías, queda patente también esa parte de su evolución y sus vínculos a los largo de los años.
Sentada sola en un banco, en el centro de la sala, Ariadna parece ajena al bullicio que festeja la creatividad de Maruja. Mallo, sí, pero es una constante la cercanía del espectador con la artista, dejando la mención en su nombre. Contempla atenta y con calma la serie de cuadros con rostros de distintas etnias ('Razas'). «Observo las tonalidades y pienso cómo una mujer de la generación del 27 pintó esto». Le recuerda a Angelica Dash, fotógrafa brasileña, artista contemporánea que trabaja con un enfoque similar, «que a día de hoy es fácil tener como referente», pero en aquel entonces no. «Es un viaje entre ambas generaciones». Hay una parte que le encanta: «La documentación de todo ese trabajo que ella hacía». No solo el resultado final, sino el proceso. «Aporta mucha riqueza». Los textos seleccionados sirven para contextualizar. La catalana Ariadna, que pasa unos días con su novia en San Vicente de la Barquera, se acercó a Santander para poder ver en persona lo que hasta el momento solo habían visto en documentales. «Se adelantó a su tiempo, hablaba del ahora«.
Es pronto para adelantar acontecimientos, pero a la vista de la respuesta en estas primeras jornadas, no sería extraño que el balance, al cierre de la exposición el 14 de septiembre, arroje datos que confirmen que nos encontramos ante una de las propuestas con mejor valoración por parte del público hasta la fecha en el Centro Botín. A Calder, Picasso o Damián Ortega, hits de la historia del centro de arte, probablemente se sume en unos meses Maruja. Con su nombre, ahora ya sí, entre los grandes.
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