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El mundo del arte no está exento de azarosas situaciones que, más allá de la anécdota, han revelado más tarde su trascendencia histórica. Muchos de esos relatos entrecruzados de lenguajes, nombres y vasos comunicantes, a veces semiocultos, son los que alimentan, por ejemplo, la construcción ... identitaria que viene edificando el Archivo Lafuente. El denominado caso de 'las cabezas robadas del Louvre' es uno de esos trayectos envueltos en su apariencia en la mera aventura y peripecia que, en realidad, transparentan la importancia de la ecuación inmensa entre Picasso y el arte.
La historia, entre lo insólito y lo increíble, se refiere a las dos cabezas iberas halladas en el Cerro de los Santos que pertenecieron al pintor universal. Ambas habían sido robadas del Louvre en marzo de 1907 por el aventurero belga Honoré-Joseph Géry Piéret. El hurto de las cabezas tuvo influencia sobre el arte de Picasso y el auge del modernismo, ya que las formas de esas estatuas se integraron en el famoso cuadro de Picasso, 'Les Demoisellesd'Avignon' (1907), que es ampliamente considerado como «la primera gran obra de la modernidad». Las piezas robadas formarán parte en Santander de la muestra 'Picasso Ibero' que, como se avanzó, será la estrella de la temporada expositiva del Centro Botín a partir de mayo, bajo comisariado de Cécile Godefroy. Roberto Ontañón, comisario asociado de esta exposición que acogerá el edificio de la Fundación, sostiene que el caso proporciona «una vívida imagen del mundillo artístico parisino de principios del siglo XX y de cómo funcionaba entonces uno de los mayores museos del mundo».
Hay que recordar que en 1906 –un año antes del enredo– Pablo Picasso ya descubría en la sala de antigüedades orientales del Louvre el arte ibérico a través de una selección de las mejores elaboraciones de la escultura ibera entonces conocidas –de Elche (entre ellas 'La Dama'), del Cerro de los Santos (Albacete) y de Osuna (Sevilla)–, recientemente adquiridas por ese museo. Estudiar las riquezas de ese «diálogo fértil que abarca desde el período 'ibero', a través de los desarrollos determinantes que llevaron a Picasso de la etapa rosa a 'Les Demoiselles d'Avignon', hasta las obras en las que resuenan –formal o conceptualmente–, los grandes temas de este arte arcaico», es el fundamento de la que será una de las grandes exposiciones de 2021.
Al aventurero belga, del que Apollinaire se había «encaprichado», no le interesaba el dinero sino acrecentar su fama de rebelde frente a lo establecido. Así que él mismo informó, curiosamente sin pensárselo dos veces, sobre las circunstancias del robo al 'Paris-Journal' el 29 de agosto de 1911 en una declaración que rezaba: «La estatua fue vendida a un pintor parisino al que conocían mis amigos (Picasso). Me dio algo de dinero, cincuenta francos, creo, que perdí esa misma noche jugando al billar. 'Qué importa', me dije. Queda todo el arte fenicio. Al día siguiente me llevé una cabeza masculina de enormes orejas, detalle que me sedujo». Pocos días después del robo de La Gioconda o La Mona Lisa, acaecido el 21 de agosto de 1911, Piéret volvía a sustraer del museo otra cabeza ibera y relató la hazaña al propio director del 'París-Journal'. El creador del caligrama, el poeta Apollinaire, alertó a Picasso, quien, preocupado, regresó a París desde Céret. «Los amigos, atemorizados, planean arrojar al Sena el 6 de septiembre las dos cabezas robadas en 1907, pero cambian de opinión y las entregan al periódico». Apollinaire es detenido y encarcelado; durante su reclusión escribirá el poema 'En La Santé' –la cárcel parisina–, más tarde incluido en el poemario 'Alcoholes'.
Tras firmarse una petición, Géry Piéret se dirige al juez para pedirle que exonere a su patrón, que es puesto en libertad el 12 de septiembre. El poeta confía al 'París-Journal' la publicación del artículo 'Mes prisons' («Mis cárceles»). Destaca en este contexto que «Picasso fue muy discreto y que Apollinaire no dudó en proteger a su amigo». De hecho, «el pintor tenía mucho cariño por esas piezas escultóricas» que, según desveló más tarde la modelo Fernande Olivier, «guardaba con esmero en un armario». Poco después de su adquisición, el artista había creado un estudio escultórico de una pequeña cabeza en piedra, y modeló en arcilla y talló en madera «varios rostros esquemáticos que reflejan tanto la influencia del arte ibero como del arte de Oceanía que inspiró las esculturas de Gauguin».
Los retratos y figuras que Picasso pintó en la primavera y el verano de 1907 combinan los rasgos compartidos por ambas cabezas con un hieratismo general: «Orejas alargadas, párpados orlados, boca carnosa, barbilla prominente y pelo tallado en grandes mechones».
Cuando La Gioconda fue robada en 1911 por el ladrón italiano Vincenzo Peruggia, Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire fueron llevados por la policía de París para ser interrogados. Ellos eran inocentes de haber robado la Mona Lisa, pero de algún modo se les creía implicados en el caso de las dos cabezas. Las piezas, no obstante, como se ha señalado, fueron sustraídas del museo parisino cuatro años antes por el secretario de Apollinaire. El nombre de Picasso vinculado a esta peripecia asoma raramente, a pesar de que el llamado 'affaire des stataettes' estuvo en los titulares de los periódicos internacionales en 1911.
'Picasso Ibero' reunirá en Santander un número ingente de piezas arqueológicas, cerca de 200, para «poder descubrir la diversidad de ese arte valiéndose tanto de esculturas de piedra de gran formato como de objetos culturales de bronce y cerámica pintada». El caso del expolio, en definitiva, está ligado a la importancia clave que lo primitivo tuvo en Picasso. Y de cómo el 'iberismo' allanó el camino decisivo del artista «desde la representación subjetiva y psicológica de la figura hacia una representación conceptualizada». Pero lo más importante es que pone de manifiesto, subraya Ontañón, «la verdadera conmoción que supuso para Picasso el descubrimiento de este arte arcaico procedente de tierras españolas y el profundo vínculo que le unió a él en diferentes etapas de su proceso creativo».
En el rastro a veces confuso de los detalles y protagonistas de una peripecia muy ligada a los ambientes artísticos de ese inicio de siglo y de la evidente falta de seguridad del museo parisino, una cosa sí asoma clara: la querencia de Picasso por las piezas que ratificaban la emoción y el despertar artístico que ya había sentido al descubrir en sus visitas al Louvre el arte ibero. El cuidado en la preservación de las cabezas, apunta Roberto Ontañón, comisario asociado de este proyecto con destino al Centro Botín, «nos habla de la enorme importancia que para Picasso adquirieron las dos figuras, que se revelarán claves en la rápida y profunda transformación que experimentó su obra entre 1906 (ese año en que entró en contacto con la estatuaria ibera) y 1907, cuando pinta su 'grand tableau', inaugurando el arte moderno». Ontañón, estudioso e investigador, refiere que «hallamos la prueba de esa trascendental influencia en las series de dibujos preparatorios para el 'gran cuadro', en los que se suceden las variaciones y permutaciones sobre aspectos y motivos concretos extraídos de esas peculiares cabezas esculpidas». Sobre la apropiación que hace el autor del 'Guernica' del arte ibero, Ontañón la califica de «aproximación vehemente a una expresión artística arcaica que le permitía además conectar con un ancestro hispano en su búsqueda de autenticidad para un arte nuevo».
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