
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«Me preocupo por enseñar e ilusionar a mis alumnos cuando son capaces de modelar vasijas y figuras de barro». La sentencia podría servir de ... epitafio emocional y síntesis de una vida: la del ceramista Miguel González fallecido ayer en Santander a los 86 años de edad. En un artículo publicado por El Diario Montañés, el escritor, historiador y Cronista Oficial de Santander, Benito Madariaga, definía al ceramista mediante una certera observación: «Personaje muy conocido y querido entre los que se han dedicado en Santander a la practica de la cerámica; y compañero y maestro de casi todos los que se han interesado y sobresalido en este arte creativo, en el que ha dejado muchos alumnos. Pero lo más importante –escribía Madariaga– es su personalidad humilde, simpática y de auténtico maestro enseñando a sus diferentes alumnos a trabajar con el barro».
En la obra de Miguel González asoman figuras geométricas, máscaras, platos y planchas. Cuando aparecían las formas figurativas se aludía a rostros humanos y a animales representados en forma más o menos esquemática y expresiva con presencia del gesto, de la expresividad del autor en la acción de modelar, pero también su contención para dejar que el material se expresara por sí mismo, mostrando sus cualidades, sus reacciones con diferentes sustancias. El aspecto áspero, texturado, erosionado de las superficies sugerían la roca, la corteza, «la patata recién sacada de la tierra» como decía el autor. En ocasiones sus obras contenían poemas escritos en planchas de barro, caso de su presencia en la Galería Didáctica de San Vicente. 'Diálogos del viento y la ideas' es el nombre con el que González bautizó a una de sus obras más singulares. La ligereza sólida, la persistencia de lo fugaz y del deseo de permanecer sustentaba buena parte de una obra callada pero firme, de una creación que con escasa frecuencia pasaba del taller a la galería. Autodidacta, González hizo de la cerámica una declaración de principios para reinventar el lenguaje y el territorio de la escultura. La galería santanderina de Carmen Carrión invitó en 2008 a redescubrir su obra. Un creador de enorme influencia a través de su labor en talleres y cursos –caso de las Aulas de la Tercera Edad o La Vidriera, entre otras– y, sobre todo, desde su Escuela de cerámica en la calle Alta de la capital cántabra. Enseñanza, renovación y divulgación fueron términos inherentes a la trayectoria del artista.
El artista, que recibió en los 90 el Premio de Escultura del Gobierno de Cantabria, reivindicó la cerámica como «una filosofía de vida, una manera táctil de relacionarse con el entorno y con las otras personas, una forma de expresión vinculada al conocimiento de la cultura popular».
Una exposición colectiva en 2011 en el Parlamento de Cantabria conmemoró la labor de su Escuela santanderina. Treinta y tres años de historia que se muestra en diversas formas y materiales. La exposición reflejó la huella de tres décadas de dedicación no sólo al arte, sino a los numerosos alumnos que pasaron por este centro santanderino.
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