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Pilar González Ruiz
Santander
Viernes, 16 de septiembre 2022, 07:03
En la oficina de Álvaro Brechner (Uruguay, 1976) hay un cartel que dice: «Viajo, no hago turismo». Ese es el planteamiento de un estilo que, ... como director de cine, le lleva a «tratar de acercarse» a lo que plasma en las escenas para que lo sienta el espectador. El aclamado cineasta, que acumula una treintena de reconocimientos, recibió anoche el premio Faro Dos Orillas en el Festival de Cine de Santander durante un acto que tuvo lugar en el Centro Botín.
– Ha recibido el premio Faro dos Orillas. ¿Se siente entre dos aguas?
–Absolutamente. Es algo que ha sido parte del lugar que fui ocupando, con esa sensación de estar entre los dos continentes. Soy uruguayo, pero este año se cumplen 20 desde que vine a España. Ya llevo los mismos años aquí que los que pasé allí, pero no veo dos sitios, más bien me siento un navegante. Me despierto y leo la prensa española y después salto a los periódicos uruguayos. Y cuando viajo y atravieso ese océano, algo fascinante, siento que llegar a Madrid es volver a casa.
–Esa unión transoceánica, ¿le ayuda a enriquecer su propio discurso con elementos culturales de ambos países?
–Sí, creo que cada persona es al final una mezcla de cosas que nos impactan y nos inspiran. Uruguay era un país donde la cultura ocupaba un rol muy importante. Vivirla desde el lugar donde te toca, marca una diferencia en la apreciación de la obra.
–Eso también se puede trasladar a sus trabajos; una lectura muy distinta según el entorno.
–En el cine hay un lenguaje bastante uniforme. La escritura cinematográfica no es comparable a la pintura, por ejemplo, donde la diversidad y formas de comunicar son inmensas. Para mí lo más importante es que cualquier película responde al tiempo y al lugar en los que fue creada, en la cabeza de quienes la crearon. Redención, venganza, justicia, ocupan distintos lugares de importancia. La virtud de vivir en sociedad es hacernos cargo de ello y crear nuestros propios mitos como cineastas.
–Cuando uno lleva más de 30 premios internacionales, ¿tiene que cambiar por fuerza la perspectiva?
–Claro que te cambia. A veces esto es una lucha difícil y solitaria, este sueño quijotesco de hacer algo que, de alguna forma, no existe y nadie te pide, salvo que tú necesitas hacerlo. Los premios son la alegría de que otra gente comparta ese viaje de emoción de la película. Todos los que he tenido me han provocado una satisfacción muy honda, sobre todo aquellos que no sabes que te van a dar.
–Se ha inspirado en un cuento de Juan Carlos Onetti y en relatos de Harry Keleman. ¿Le gusta hacer suyas las palabras de otros y transformarlas?
–Es verdad. Para mí es una fuente de inspiración inmensa trabajar con una base de pintores, escritores o personas que me traen un mundo fascinante. Como individuo, me complementa meterme en un universo que no es de entrada el mío y hacerlo propio. Parte de un cuento de Keleman, que me fascinó, me inspiró el primer corto de 2003, y se convirtió en el emblema de casi todo el resto de mis películas
–¿Por qué?
–No por cómo estuvieran rodadas o por el relato, sino porque ese corto era un debate entre un abogado y un profesor de literatura acerca de cómo una serie de deducciones lógicas no tienen porqué ser verdad. 'Mal día para pescar' está basada en eso. 'Mr.Kaplan' está basada en eso. En dialécticas sobre esos conceptos que, de carambola, me ayudaron a debatir conmigo mismo sobre esas perspectivas.
–Ha abordado esa perspectiva a partir del movimiento y la búsqueda en esas dos películas y desde el aislamiento obligado en 'La noche de 12 años'. Dos extremos, pero con la dualidad como eje.
– 'La noche de doce años' fue un desafío de un nivel superior. De hecho, al desarrollar el proyecto tenía serias dudas de que se pudiera hacer una película sobre personas que estaban encerradas y a las que no les pasaba nada. En las películas carcelarias siempre hay un aspecto de socialización de los presos, de cómo se recrea una nueva sociedad o a través de la fuga. En este caso no había nada. El libro 'El viajero de las estrellas', de Jack London, trataba sobre un tipo que estaba preso y viajaba con su cabeza. Leí eso y pensé: mira todo lo que se puede hacer sin que el personaje se mueva. Me lo planteé casi como un thriller en cuanto a movimientos, bajando a tal punto el inmovilismo que después pareciese que si aparecía una hormiga era un gran acontecimiento. Sabía que partía del fracaso, pero quería acercarme a lo que ellos relataban que vivieron, lo que implicó estar aislados tanto tiempo.
profesión
–Acaba de morir Godard, representante de la Nouvelle Vague por la que usted confiesa haberse visto influenciado. ¿Perdemos referentes?
–Eso seguro. También porque hablamos de referentes que han sido los patriarcas de la Biblia en el cine. Había algo en la Nouvelle Vague que me ha influenciado, pero en su versión más profunda. Siempre me da la sensación de que no se profundiza en las verdaderas cosas que ellos clamaban. Hay mucha literatura que no va a las fuentes. La pérdida de Godard ayuda a darse cuenta de lo huérfanos que estamos todos aquellos que crecimos con un tipo de cine. Podía ser muy diverso y había de todo, pero lo que no había la menor duda es que eso era el cine. Godard, por millones de razones, sobre todo artísticas y políticas, ha sido esencial. Hoy se pone en tela de juicio cuál es el lugar del cine, porque ya no es solo una sala.
-¿En qué sentido?
–Antes, ir al cine, era que al salir, te ibas a una cafetería a discutir de la película. Hoy todo el mundo está viendo 80 horas semanales y nadie habla de lo que ha visto. El cine es un lugar terapéutico, y si yo me dedico a ello, es por el placer que experimentaba viendo películas, cuando iba a la sala y solo disfrutaba en dos horas de silencio. Algo que ya no pasa en la televisión.
–Ha trabajado también en documentales y publicidad. ¿Contar historias breves con un mensaje definido de antemano es más sencillo que ir construyendo un relato?
–Me preocupo de dos cosas: la primera, qué es lo que tengo que contar en una escena, por qué es esencial, porque si no lo es, hay que sacarla del guión. La segunda está en cómo contarlo. Ahí siempre hay una mezcla entre hacerlo de la forma más rica, interesante, curiosa, armónica posible, conociendo los límites de las posibilidades. Me gustan todos los formatos y lo que más, trabajar con actores. Para mí la cosa más grandiosa que hay; como que de golpe tus líneas empiezan a ser pronunciadas por un actor, que las hace suyas y todo empieza a cobrar vida, es de lo más emocionante que hay. La clave, para todo el equipo técnico es tenerlo todo establecido, todo pensado, pero después hacerlo como si no supieras qué va a pasar.
–Todos esos premios, verse incluido entre los diez talentos con más futuro del cine latinoamericano por la revista Variety, seguir visitando festivales… Parece que fue buena idea dejar la arquitectura
–(Ríe) No lo sé. Es que la arquitectura me ha dado mucho, sobre todo en capacidad de previsualizar, de juego del espacio con el hombre. Es algo que me fascina. Estar en edificios donde nos sentimos de una forma o de otra. Me gusta dormir siestas en lugares públicos. Tengo mal dormir, pero esas siestas son increíbles, porque tiene mucho que ver con el edificio y su diseño, pensados para hacer sentir un imaginario de placer.
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Ana del Castillo
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