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David Remartínez
Viernes, 16 de diciembre 2016, 21:35
Star Wars es una saga de ficción con tantas ramificaciones argumentales, con un relato tan extendido y evolucionado a través de películas, series de televisión, novelas, cómics y videojuegos, que no resulta descabellado afirmar que cada aficionado a la epopeya creada por George Lucas atesora ... un disfrute único, incomparable al de los demás. Según lo que hayas visto, leído o jugado de SW, tu percepción de la cosmología es distinta a la del cualquier otro fan. Una distinción que se produce también según la edad del público, pues en la relación sentimental con la saga interviene además el momento en el que cada cual la incorporó a su vida, a su colección de entretenimientos particulares.
Empezamos con esta aclaración obvia porque analizar "Rogue One" no es analizar una película cualquiera. De hecho, si el nuevo episodio de la Fuerza fuese una película individual, ajena al culebrón galáctico, probablemente la juzgaríamos de otra forma, sospecho que con más indulgencia. Porque se va a llevar palos a diestro y siniestro, tanto de quienes son expertos en el "universo expandido", como de aquellos que todavía sostienen que solo la trilogía original guarda una magia inmarcesible. Fijo que tres cuartas partes de los espectadores y críticos la despellejan. No aquí.
(A partir de esta línea, avisamos, empiezan los spoilers).
Hasta los más decepcionados aceptarán que el planteamiento de "Rogue One" es una osadía que raya la insensatez comercial. La película del británico Gareth Edwards niega al espectador todo aquello que, antes de sentarse en la butaca, daba por descontado: las batallas no son épicas, el ritmo no avanza in crescendo, la banda sonora no pone los pelos como escarpias, los buenos no se salvan y los héroes protagonistas acaban cuchifritos en una auténtica carnicería humana y robótica. Ni Macbeth entre rimas de láser. Edwards le suelta un guantazo al espectador y le grita: "¿Qué te creías, que Luke Skywalker destruyó la Estrella de la Muerte de una forma tan fácil, que la guerra es un juego de espadas de colores, chaval? Pues no. Mira". Y te suelta entonces dos horas de ansiedad, claustrofobia, desazón y un ritmo cinematográfico interrumpido ante cada atisbo de gloria que en algunos momentos llega a frustrarte. Cuando encaras los apoteósicos 15 minutos finales (situados desde ya entre los mejores de toda la saga), estás agotado y desconcertado.
Hacer eso con un niño, con el crío que todos los fans nos resistimos a dejar de ser, equivale a lo que el Código Penal categoriza como maltrato infantil.
Sin embargo, la crudeza de la película encaja con el giro que ya inició Lucas en la segunda trilogía al insuflarle una profundidad política al relato seminal, que posteriormente continuaron y ahondaron el largometraje y la serie animada de las "Guerras Clon".
La segunda trilogía, cuya negrura ambiental avanza a cada escena como una miasma, introdujo la corrupción parlamentaria (el Senado Galáctico), el poder de las multinacionales (la Federación de Comercio), la religión (el Consejo Jedi) y la manipulación de la opinión pública para justificar un militarismo desaforado (los ejércitos droide y clon) que desemboca en una guerra tan mentirosa como todas.
La antedicha serie de animación excavó después en esa magnífica mina para cualquier guionista, enlazando descaradamente las aventuras de las patrullas de asalto en planetas ignotos con las misiones de los marines en Afganistán o Iraq, y proponiendo además una reflexión sobre la figura del soldado y sobre la propia condición humana sorprendente para un producto de Cartoon Network.
En esa argumentación contemporánea entronca Edwards su aventura. "Rogue One" impide distinguir a los buenos de los malos, a los azules de los rojos. La Alianza Rebelde es una amalgama de razas y dirigentes a punto de desintegrarse, agotada, desesperanzada, sin ideales, donde cada cual solo quiere salvar su cuello y con varias metástasis en su interior. Hay mandos que encargan ejecuciones entre bambalinas; soldados que por "obedecer órdenes" han cometido atrocidades que les atormentan el sueño; y una facción separatista dirigida por un loco (Saw Guerrera, encarnado por un biónico Forest Whitaker) cuyos guerrilleros combaten al Imperio con los modos del terrorismo yihadista (turbantes, emboscadas, granadas ante los tanques). Por si fuera poco desolador este panorama, el único personaje similar a un jedi es un oriental insensato y ciego, entresacado de "Tigre y dragón", que repite su letanía sobre la Fuerza como un imán atrapado en un verso del Corán.
¿Qué tiene esto que ver con 'Star Wars'? Pues (amén de la bolsa de guiños y cameos) todo.
Por un lado, el robo de los planos de la Estrella de la Muerte le sirve a Edwards y a sus guionistas para tejer otro tramo de orfebrería argumental que encaja en el culebrón global de un modo intachable. Y lo hace -más coraje aún- utilizando dos personajes clásicos generados por ordenador: el Gobernador Tarkin y la Princesa Leia. De regalo, al ofrecer "Rogue One" como una historieta, nos deleita con imágenes a todos los que hasta ahora únicamente habíamos disfrutado de esos cuentos cortos de SW (con personajes efímeros) entre viñetas, tableros de juego o consolas.
Y en segundo lugar, el punto de partida de la aventura es el mismo de su matriz: la orfandad. La niña (en este caso) cuyo padre (en este caso) lleva años trabajando para el Imperio, o sea para el mal. Igual que le sucedió a Luke, solo que aquí el padre resulta ser en realidad un hombre honesto que ha sacrificado su vida para salvar la de su hija, y que, mientras construía el artefacto más mortífero de la galaxia, ha ubicado en secreto un defecto de ingeniería para que al enemigo le resulte sencillo destruirlo. El malo, caramba, es el héroe indiscutible.
Los héroes secundarios, el comando improvisado que da título a la película, lo conforma un puñado de desencantados que se alistan para una misión suicida porque quieren exorcizar sus demonios, conferirle un sentido a la crueldad y la soledad en la que están sumergidos desde hace demasiado tiempo; a sus guerras personales. De rebote, su gesta, su sacrificio colectivo, sirve para devolverle a la Alianza la esperanza perdida entre las miserias del combate. Es decir, 'A new hope': el título genuino de nuestra 'Guerra de las galaxias'.
Resumiendo, el relato de "Rogue One" muestra, descarnadamente, el lado más oscuro de la Rebelión, el lado más oscuro y absurdo (o sea el único) de cualquier guerra: muerte, muerte y muerte. Física y moral. Esas mismas muertes que encadena de forma salvaje la secuencia final, con un Darth Vader desaforado asesinando a bandazos a un hombre tras otro en pos del archivo robado con los planos de su gran cañón.
Paradójicamente (o no) cuando el espectador llega esa masacre se revuelve en la butaca de emoción, de placer sádico, convirtiéndose así en parte de la brutalidad y del sinsentido bélico que sustenta la película. Y entonces Edwards, inmisericorde director, consigue lo que pretendía: que salgas del cine con más ganas todavía de las que siempre guardas por ver la 'Star Wars' original. Para redimirte, o al menos para volver a sentirte un crío.
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