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El malo de las películas

El malo de las películas

El director y actor reinosano que dio vida a un centenar de personajes, en especial del ‘spaguetti western’

Javier Menéndez Llamazares

Sábado, 18 de marzo 2017, 11:13

Fuera como el cantinero del oeste que servía un whisky a Lee Van Cleef en La muerte tenía un precio, o el carcelero mexicano que da la réplica a Yul Brinner en El regreso de los siete magníficos "¿Éste qué ha hecho?", preguntaba el calvo de oro señalando a un preso; "¡Qué no ha hecho!", contestaba el alcaide, lo cierto es que resulta difícil que no resulte familiar la cara de malo de Ricardo Palacios, uno de esos secundarios que tanto bueno han aportado al cine español y que la profesión reivindica eternamente. Claro que Palacios, con esa cara de malo y ese talle fornido hasta la exageración, no iba para galán, sino que su intención más bien era permanecer detrás de las cámaras.

Sería la casualidad, o su inteligente descaro, lo que le hizo entrar en Televisión Española: en una conferencia, preguntaron al productor Pedro Amalio López cómo se entraba en televisión, y él respondió que presentándose a un productor y pidiéndole que le probase. Así que nada más terminar el acto Ricardo se acerco y le dijo "¡Oye, pruébame!". Y, efectivamente, ese era el camino correcto. En el cine, en cambio, debutaría con recomendación, mediante su profesor de interpretación. Sería en unapelícula de Rocío Durcal, Tengo diecisiete años, dirigida por José María Forqué, que le hizo doblar la voz buscando un efecto cómico.

Pero ahí arrancaría una carrera que le llevaría a participar en más de un centenar de películas, obras de teatro y programas de televisión. Le ayudaba, desde luego, su imponente físico, alto y grueso. Él, sin embargo, envidiaba secretamente a Juan Luis Galiardo, "que ligaba y trabajaba mucho más que yo".

Lo suyo, pues, sería echarle morro, y atreverse a rodar en inglés, aprendiendo sus frases fonéticamente, porque en el bachillerato había estudiado sólo francés. Y lo lograría. El currículum de Palacios resulta impresionante: trabajó con Alain Delon en Sol rojo, con Louis de Funes en Delirios de grandeza, con Christopher Lee en Fu Manchú y el beso de la muerte, con Claudia Cardinale en Hasta que llegó su hora. Incluso rodó algunas escenas con trabajó con Clint Eastwood en la mítica El bueno, el feo y el malo, pero no se incluyeron en el montaje final. En cualquier caso, Sergio Leone le hizo un rostro habitual del oeste de Almería, y Jesús Franco un coloso de la serie B española. Aunque también al otro lado de la pantalla se labraría una interesante carrera, como guionista y director. Tras alguna decepción escribió una película de ciencia-ficción que no llegó a rodarse, en pleno destape probó fortuna en otro género maldito: el de las películas clasificadas S, las eróticas. Mi conejo es el mejor parece un título escogido por el enemigo, y la película pasó desapercibida pese a los encantos lúbricos de Lina Romay. Mejor fortuna tendría con una de las comedias más divertidas de los ochenta, Biba la banda, revisión tragicómica de la guerra civil, en la estela de La vaquilla; una década más tarde incluso la adaptaría como serie para TVE, La banda de Pérez, ganándose las críticas desde el congreso de Joaquín Leguina, por frivolizar con el conflicto bélico. Tras ejercer como productor y actor de doblaje, poco a poco se iría apartando de la vida pública hasta su fallecimiento el 11 de marzo de 2015. Según desvela su biógrafo, el periodista Carlos Aguilar, Palacios tenía una cultura asombrosa, con grandes conocimientos de historia. Lector y cinéfilo voraz, también le recuerda como un gran gourmet, y amante de los placeres sencillos: la naturaleza, la vida familiar y su colección de soldados de juguete.

Destino Reinosa

Más que la casualidad, en este caso lo que convertiría en cántabro de nacimiento a Ricardo López Nuño, que es su verdadero nombre, sería el destino. El destino de su padre, director de prisiones, que prestaba servicios al estado en la cárcel de Reinosa. Allí nació el dos de marzo de 1940, "prácticamente en la prisión", según recuerda en su biografía. Tres años después, su familia se disgrega tras la muerte repentina de su madre; además, su padre estaba encarcelado provisionalmente, mientras se esclarecía la fuga de unos presos políticos a los que custodiaba, de modo que los cinco hermanos son recogidos por familiares y Ricardo pasa su infancia en los mejores colegios religiosos del país, de los que le expulsaban irremediablemente; en una ocasión, por ejemplo, tras escaparse para ver en el cine Sansón y Dalila. Su récord está en treinta minutos; eso duró matriculado en uno de ellos.

A pesar de su conducta errática, el joven Palacios consiguió llegar a la universidad. Como aspiraba a diplomático, se matriculó en Ciencias Políticas, que además contaba con la ventaja de tener las matemáticas entre sus asignaturas. Allí le daría clase Manuel Fraga, al que recuerda como un catedrático puntual y trabajador, pero "duro de cojones". Sin embargo, pronto descubriría la Escuela Oficial de Cine, un lugar donde "te dejaban ver las películas sin censurar", y descubriría su verdadera vocación.

Para la prueba de acceso preparó un pequeño truco: sabiendo que el examinador era Fernando Fernández de Córdoba el emocionado locutor que retransmitió el último parte de la guerra civil, preparó el poema Soy español, de Enrique de Alarcón, con el que se garantizó el aprobado para la escuela que entonces dirigía Sáenz de Heredia, y en la que aprendería de Mario Camus y Luis Prendes. Compartiría estudios con Manuel Galiana y con José Luis García Sánchez.

Aunque antes de terminar regresaría a tierras cántabras, esta vez para cumplir el servicio militar: dieciocho meses pasaría en el regimiento Valencia, en Santander. Y eso gracias a las influencias de su acomodada familia, pues absorto como estaba en sus estudios también se había matriculado en la Escuela Oficial de Periodismo, no se había percatado de solicitar prórrogas o las milicias universitarias, y descubrió que le habían dado por prófugo cuando un municipal fue a buscarlo a casa con intención de llevárselo esposado.

Volvería en más ocasiones a Cantabria, e incluso se barajó la posibilidad de ambientar en la región, tal vez en Liébana, una película de Jesús Franco, pero el proyecto no llegaría a cuajar, entre cosas, como cuenta José Ramón Saiz Viadero, por su dificultades para montar a caballo, por culpa de su sobrepeso.

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