Lo alucinado viaja libre

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Acaso el Lynch más buñueliano está asociado a la serie de filmes que el cineasta de Montana, recientemente desaparecido, abordó con fundamentos comunes: la ambientación en Los Ángeles, el surrealismo más acusado, lo onírico, el viaje al epicentro de los sueños y lo sofisticado y excéntrico como envolturas más recurrentes. En este descenso a los infiernos, asoma 'Carretera perdida'. Algo así como si 'Cabeza borradora', su ópera prima, fuera agitada por un brochazo de pintura, una constante llamada psicológica y una mirada madura que mide la fascinación, lo perturbador y la ensoñación. Mucho más críptica que 'Mullholland drive', se mueve entre las entrañas del deseo y los golpes de deslumbramiento de ese vértigo causado por lo hermético e insondable. Una particular caja de Pandora, mundo de ilusiones y espejismos en el que brotan identidades, sugestión, revelación, búsqueda, perversión, sensualidad, abstracción del horror, mecanismos de ilusión, es decir, la propia caligrafía esencial cinematográfica de su creador. Lynch, un pintor de fotogramas, que en muchas ocasiones no hizo películas, sino experiencias. Escenarios góticos, influencias pictóricas y juegos sonoros y visuales se suceden como parte de la caligrafía del artista. Lo inquietante, vertebrador en Lynch, es que su cine siempre implica un cuento. Uno se sienta en una de esas butacas en la que fue fotografiado a menudo y se deja mecer por los bucles, lo circular, el enigma y la sugerencia. 'Carretera perdida' es visual y emocional, reflejo de la experiencia personal. De su etapa de madurez, quizás sea esta la cinta de culto más amada por los adictos a Lynch, y más rechazada por quienes siempre han atacado sus rupturas y su escasa claridad. En realidad su huida de las convenciones y su radicalidad desconcertante dan argumentos a unos y otros. Pesadilla, también reflejo de la libertad narrativa del creador, 'Carretera perdida' nunca comienza del todo y nunca termina. Es un 'Twin Peaks' retorcido en sí mismo, que en los mejores momentos somete el misterio a un esteticismo feroz, como un cuaderno de bitácora panorámico, aderezado por una lección no menos radical de la música, aunque le acompañe dominante Baladamenti. Lo fugaz y lo alucinado, el pasillo que se pierde en la niebla en un viaje interminable al fondo de la mente.