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The Creator. 2023. 133 min. EE UU. Dirección: Gareth Edwards. Guion: Edwards y Chris Weitz. Música: Hans Zimmer. Fotografía: Greig Fraser, Oren Soffer. Reparto; John David Washington, Gemma Chan, Ken Watanabe. Género: Ciencia ficción. Salas. Cinesa, Yelmo y Ocine.
Más que pastiche que lo es, estamos ante un caleidoscopio futurista, distópico, que se retuerce constantemente sobre sí mismo en busca de un paso más. Su pátina visual, a ratos poseída por una naturalidad deslumbrante es obvia. Y su ambición es indudable. Una connotación nada negativa si no fuera porque hay un empeño en mostrarse en una vanguardia de originalidad e innovación constante que acaba por volverse en su contra.
La afectación, el descuido de lo narrativo, la desmesura también son factores encajados en los resortes imaginativos, por supuesto, de 'The creator'. Es como si en ocasiones el metraje mostrara el engranaje, los mecanismos de una historia de extrañas criaturas. Un ecosistema amenazado por la inteligencia artificial y la comunidad humana, tan desconcertada como siempre, afrontando una de esas situaciones límite donde la supervivencia pasa a ser una cuestión épica, entre renuncias y entregas. Gareth Edwards, el cineasta de 'Monsters' –su excelente ópera prima en la que esa vez sí elevó los entresijos del fantástico– firmó también su particular mirada sobre un mito como 'Godzilla' y se arriesgó con una nada desdeñable 'Rogue One: Una historia de Star Wars', donde siempre se pisan arenas movedizas.
El británico se regodea en los terrenos de los efectos, más sofisticados y perfeccionistas que nunca. CGI (siglas de Computer-Generated Imagery), que afloró en el cine en los ochenta a través de 'Tron', ya es mucho más que simples imágenes generadas por ordenador y en esto el cineasta es rotundamente eficaz e incluso virtuoso. Y ahí radica el problema. El filme podría formar parte de una sesión de videoarte o de una demo de cualquier feria sobre los avances tecnológicos en el mundo audiovisual. Pero bajo esa epidermis hay frialdad, desgana emocional y ese pulso permanente por crear una burbuja de personalidad visual, que la tiene, pero que sería huérfana sin los referentes que acumula en su solapada pirotecnia. Es un cuento no tan disparatado en su planteamiento de un futuro bélico entre lo humano y la IA. Pero sus criaturas, la redención, una Muerte con mayúscula que llueve del cielo, un antihéroe marginal y el material sintético quedan envueltos, entre acción tecnocientífica y pase torero de fantaciencia, en un forzado misticismo.
La falta de intensidad nace de la antropofagia futurista donde la elegancia y la capacidad de invención colisionan con el reciclaje.
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