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Renée Zellweger hace de Judy Garland. Y, en realidad, eso es todo. No estamos ante un biopic al uso pero tampoco ante una mirada ... caleidoscópica que diseccione una vida. 'Judy' se centra en lo crepuscular apoyándose en la empatía y en la fusión emocional, sentimental, nuclear y física que la actriz hace del mito. El resto son pinceladas deslavazadas, aisladas, retazos reiterativos sin más hondura ni identidad.
Los últimos meses de vida (murió con 47 años) de la jovencita que sedujo a medio mundo con 'El mago de Oz' estuvieron marcados por una serie de recitales en Londres, entre la genialidad, el patetismo y el supuesto inicio de una nueva etapa para la actriz y cantante, lo que luego no fue así. Pastillas y alcohol, depresiones, miedos, frustraciones sentimentales, desarraigo y separación de los hijos se suceden y solapan. Angustia y decadencia mientras prevalecen los sonidos que evocan la canción eterna: «Somewhere, over the rainbow, Skies are blue, And the dreams that you dare to dream. /Really do come true».
El filme sigue la estela muy de moda de poner el foco en un estado significativo de una vida, generalmente la del adiós, para abordar el mosaico biográfico, los rasgos y entresijos de la personalidad. El modelo tuvo su expresión más reciente en 'El gordo y el flaco' ('Stan & Ollie') y su gira, también con Londres y otras ciudades inglesas como eje. En el caso de Judy, el cineasta Rupert Goold se limita a pasar los dedos sobre el tapete de ese tramo del invierno de 1968 cuando asoman los síntomas de la autodestrucción. El pánico, el vértigo y la miseria moral construyen ese crepúsculo cargado de hipérboles y subrayados. Cuando el filme y su director muestran sus limitaciones, es Zellweger la que marca el diapasón, el tempo y el pulso en un equilibrio casi imposible para no caer en la caricatura ni, por el contrario, en el retrato amable. Pero los flashbacks que puntean el pasado de la estrella estrellada son naifs, impresionistas, ligeros y sin ninguna pretensión de permanencia. Parecen adornos, trazos huérfanos de vida que informan sin ahondar nunca en el retrato de la ausencia de infancia.
El trabajo de la actriz, que se llevará el Oscar, es discutible pero no se le puede negar su entrega. Sin embargo, Rupert Goold es liviano, nunca arriesga y de las desgarraduras del mito y la persona nunca asoman ni las siluetas de sus sombras. La referencias a Louis B. Mayer y a Mickey Rooney, o a sus ex maridos, son simples datos. No hay enjundia y el filme se limita a levitar sobre los restos del naufragio. Y los vacíos son extraños. De su segundo marido, el gran cineasta Vincente Minnelli, o de la hija de ambos, Liza, apenas hay referencia. Intuimos los demonios y el precipicio en la delgadez de cuerpo y alma de Renée Zellweger. Lo demás es un frío desandar el camino hasta el reverso de Oz.
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Ana del Castillo
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