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Película El juego de Hollywood
Año 1992
Duración 123 min
País EE.UU.
Dirección Robert Altman
Guion Michael Tolkin
Música Thomas Newman
Fotografía Jean Lépine
Reparto Tim Robbins, Greta Scacchi, Dina Merrill, Whoopi Goldberg
Género Drama/ Bélico
Salas Náutica. Filmoteca UC Nuevo ciclo. Jueves, a las 20 horas
Lo dijo su director: «Esta es una película que habla de películas, y de las cosas que somos capaces de hacer para hacer películas». Y ... es imposible llevar la contraria a Robert Altman. Su cáustica mirada y su ajuste de cuentas con Hollywood se funden en esta sátira que se convierte en un festín de la intrahistoria y los engranajes de la industria del cine que, hoy expandida, sería un retrato despiadado del 'entretenimiento'. 'The Player' –el cineasta de 'Gosford Park' invita al espectador a que sea un ludópata mirón de ese mosaico, casi un entomólogo que diseccionara las vidas por dentro– arranca con uno de los planos secuencia más virtuosos de la historia, con referencia por ejemplo obligada a 'Sed de mal' de Orson Welles. Son casi ocho minutos que introducen literalmente en escenarios, presencias y voces, de tal modo que a su función de preludio le corresponde el simbolismo de lo que luego el zorro Altman contará con precisión y destreza. Todo el filme de hecho es un plano secuencia que, a modo de capas de intriga, crítica, cinismo y desfile coral de estrellas de Hollywood encarnándose a sí mismas, se dibuja como un puzle furioso. Abrigado por el tono de la comedia negra, con Tim Robbins como maestro de ceremonias, Altman abre la caja de los truenos y firma una de las grandes cintas de los noventa y también una de sus obras maestras, camino de una sucesión de títulos encabezados por 'Vidas cruzadas'. Aunque en ocasiones podría pensarse que se le saltan las costuras y hay cierta dispersión, su filme es fruto de un gran talento y, sobre todo, de unas ganas enormes de contar la historia. Altman desvela, desnuda, levanta la piel del sistema para desbrozar cada diana de sus dardos. Lo que el cineasta pone sobre el tapete del celuloide es zarandear todo lo que cubre el maquillaje, las luces de neón y el polvo de estrellas. Altman que puede considerarse el primer independiente de los cineastas cuando se le cerraron las puertas, convierte su filme en un relato inteligente que puede verse perfectamente como uno de los filmes que su propia película denuncia: lo estándar de una fórmula explotada sin riesgo. Lo metacinematográfico, el artificio y el bucle se combinan de manera irónica. Su negra mordacidad, envuelta en el papel de seda del suspense, airea los trapos sucios y pone contra la pared a la hipocresía de los grandes estudios.
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Ana del Castillo
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