Cháchara, matar y no callar
'Zombieland: mata y remata' | Dirección: Ruben Fleischer; Género: acción; Salas: Cinesa y Peñacastillo
Guillermo Balbona
Santander
Lunes, 28 de octubre 2019, 09:52
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Guillermo Balbona
Santander
Lunes, 28 de octubre 2019, 09:52
Entre parlamentos supuestamente ingeniosos y provocadores anda el juego. Ya saben la premisa, algo así como el trayecto jocoso de 'The walking dead'. Intérpretes carismáticos, juerga colectiva, más dentro que fuera de la pantalla y referencias, guiños y retroalimentación cinéfila. Pero nada despega en esta ... vulgaridad rodante con muchos vehículos, reiteración acusada y ritmo atorado. El 'mata y remata' que completa el título del filme de Ruben Fleischer debería aplicarlo a su propio trabajo.
Si lo mejor de un filme está en el arranque y en ese enésimo epílogo entre los títulos de crédito, quiere decir que nació muerto y que toda la supuesta creatividad –más bien un lúdico desfile-festival– de vivos que parecen zombies y al contrario, se limita a un inicio explosivo y a ese cierre con homenaje incluido a Bill Murray.
Le falta consistencia y personalidad al guión y a las imágenes, y suena a desperdicio la presencia y prestación de una serie de actores inmersos en una mezcla de juego de rol con muertos vivientes y tertulia alocada e insulsa. El recurso, mediante rótulos y cartelería solapada,de catalogar zombies y mandamientos para la supervivencia, pierde su atractivo cuando se acaba el efecto sorpresa y los espacios no generan suficiente complicidad. 'Zombieland' es graciosa de origen pero no explota la mezcla de locura y sátira que pide el artefacto. La franquicia es prepotente Aunque no bastan cuatro gracietas para definir el humor ni el abuso del gore digital para componer una metáfora provocadora sobre lo oscuro y lo esperpéntico del universo zombie. Paradójicamente es una comedia que pese a jugar con las caras marcadas de su universo de los guiños y parodias, está marcada por el exceso de tiempos muertos donde las criaturas de la pantalla y los espectadores esperan algo que nunca va a suceder. Es una comedia enlatada, cuyo guion alguien engarza con los escenarios, lugares y diálogos de sus antecesoras. Pinchazo tras pinchazo, incapaz de la sorpresa o de aportar algo nuevo, todo es cháchara entre cabezas reventadas, intestinos asomando y algún gag con cierta gracia. Una secuela innecesaria, sin brillo ni entraña, sin vísceras cinematográficas que permitan una buena digestión.
Solo el encanto, aquí fugaz, de Emma Stone y la química entre Eisenberg y Woody Harrelson aportan algo a esta resurrección sin vuelo ni poética política sobre la individualidad, el rechazo al otro y los cáusticas ataques a los clichés sociales y a ciertos lugares reverenciados. Y, sin embargo, la sensación es de estatismo y de repetición. Los diálogos apabullantes y pesadísimos apagan en cada secuencia el posible resplandor de mezclar brutalidad, comicidad e intrascendencia. Un cine muerto que vive en su acomodada franquicia zombie.
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