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Entre la agnosia y la ceguera, entre la lucidez y la distopía. Un hombre ante un semáforo se queda súbitamente sin visión. Una «ceguera blanca» ... que se expande de manera fulminante. A partir de ahí solo queda la supervivencia. Metáfora y simbolismo. El Nobel José Saramago escribió 'Ensayo sobre la ceguera' en la que narra la degradación humana. La adaptación a la pantalla del brasileño Fernando Meirelles, el cineasta de 'Ciudad de Dios', opta por la libertad visual pero sin perder nunca la columna vertebral de la novela.
País Brasil
Tan pronto se centra en la conmoción global, en la incomodidad y en lo perturbador como enuncia elementos del discurso del comprometido escritor. Del montaje fragmentado a los fundidos en blanco pasando por los primeros planos oscuros. Meirelles quizás se toma 'al pie de la letra' la posible adaptación (ilustración) de la necesaria denuncia del escritor, ese egoísmo que conduce a la destrucción, a lo sombrío, a la falta de esperanza. En Saramago siempre hay una encrucijada en la que lo literario y lo reflexivo mutan en un tercer territorio sin nombre en el que el escritor vierte todo lo fundacional de un pensamiento, de una advertencia, de una lección ética, de una forma de zarandear al individuo anestesiado incapaz de ver (no ver) más allá de lo obvio.
El cineasta de 'El jardinero fiel' opta por inundar la pantalla de todo tipo de transformaciones visuales para crear una atmósfera a medio camino entre la fábula distópica, el miedo y el terror primarios, lo sensorial y ese enigma finalista como de progresivo fin del mundo. Precisamente esa extrañeza que impregnó el confinamiento. Meirelles logra crear un vínculo visual de complicidad con la palabra de Saramago pero su película resulta desigual por fría y por reiteración por que el blanco cegador que se enroca en su propia realización acaba por anular en algunos momentos el efecto desencadenante, la apelación al despertar.
Los excesos de sus desenfoques y fundidos, la voz en off, la hipérbole que atrapa a algunos personajes son aspectos que provocan chirrido y distancia. Como equilibrio goza de unas buenas interpretaciones con Julianne Moore a la cabeza. Sofisticada, la envoltura formal devora en ocasiones al mensaje, pero no cabe duda que merece el esfuerzo de acercarse al bisturí nihilista, al resquicio de compasión y a la construcción de esa conciencia de fragilidad, de lo que somos y no puede nombrarse, que el autor de 'La caverna' trazó a lo largo de una obra profundamente humana.
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