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Desmesura, hipérbole y exceso son factores que acompañan al ADN del cine de Darren Aronofsky. Quizás por ello sea tan fácil en apariencia juzgar sus ... películas en función del grado de exageración y desproporción. Si en este caso el objeto de su mirada es un hombre de casi 300 kilos de peso, se antoja más obvia la evaluación de su particular radiografía. El cineasta que alcanzó ya cierto aire de cineasta de culto con 'Pi, fe en el caos' y 'Réquiem por un sueño ', se ha convertido con el paso del tiempo en un director tan amado como odiado. A una película arrebatadoramente seductora como la magistral 'Cisne negro', le ha seguido una etapa con desiguales cintas extremistas como 'Noé' y 'Madre!' que solo han contribuido a engrandecer la sensación de globo hinchado o de barroquismo narrativo sobrante.
País EE UU
Año 2017
Director Darren Aronofsky.
Guion Samuel D. Hunter.
Reparto Brendan Fraser, Sadie Sink, Hong Chau, Ty Simpkins, Samantha Morton, Sathya Sridharan, Jacey Sink
Género Drama
Salas Los Ángeles y Ocine
En 'La ballena', con tanta coartada física y emocional, no existe limitación alguna. El drama rebosa drama, sentimentalismo, grasa de lástima, gordura emocional, pena sebosa. El cineasta de 'El luchador' tiene una buena historia sobre la que no aplica más medida que lo desmedido y, paradójicamente, ni estilo ni apuesta escénica destacan entre tanta obesidad chantajista, sino el trabajo refinado de un actor en cuyos ojos, bajo el esfuerzo de mutación física, efectos y prótesis incluidas, logra aportar cercanía y complicidad.
Brendan Fraser debió tener mucha dudas para aceptar un papel así con un director siempre a pecho descubierto, pero acertó, moldeó al personaje y le sirvió para su propia redención tras pasar de la popularidad y la fama al olvido. A Aronofsky los detractores le echan en cara el efectismo y la provocación como elementos propios para manipular la realidad y a sus criaturas. Mientras, los que tienen fe en su cine defienden que son precisamente esos elementos los que definen su personalidad visual. Una obra teatral de Samuel D. Hunter y un guion con connotaciones autobiográficas del propio actor constituyen el material que fundamenta aquí la materia prima.
El retrato apela a la fragilidad humana rodeada de una mirada mórbida y exagerada, teatralmente artificiosa, lo que se debe precisamente en este caso a un empeño del cineasta en aderezar lo obvio con aditivos tramposos. El melodrama para serlo debe exponerse a la intemperie y este lo hace pero sin que la desgarradura desprenda verdad. Más bien resulta otra prótesis encajada para crear todo lo contrario a la discreta interiorización del drama que ilustra Fraser con sutil empatía.--
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