¡Cucú!, ¡Cucú!
Yelmo ·
Su atmósfera, sus escenarios y puesta en escena inundan lo aparente y cotidiano de extrañeza y de esa innombrable perturbación primariaSecciones
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Yelmo ·
Su atmósfera, sus escenarios y puesta en escena inundan lo aparente y cotidiano de extrañeza y de esa innombrable perturbación primariaComo toda construcción perturbadora la historia se prolonga más allá del metraje. Osgood Perkins, hijo del actor Anthony, cuando rueda parece más bien hijo de Norman Bates, el famoso personaje de 'Psicosis' que encarnó su padre. Porque si algo caracteriza a este cineasta es mostrarse ... dueño de una atmósfera y puesta en escena que son sinónimos de lo incomprensible, de lo inasible, del miedo en estado puro cuando no tiene nombre, y asoma preso de una sensación de alarma permanente e incómoda.
Año 2024
País EE UU
Dirección y guion Osgood Perkins
Reparto Maika Monroe, Nicolas Cage, Alicia Witt, Blair Underwood
Género Thriller/ Terror
Lo de menos en 'Longlegs' son los tangibles: el hecho de que haya asesinatos, la intriga, lo diabólico, todo ese material del terror envasado que se importa y exporta con recurrente capacidad para generar siniestros en pantalla sin que exista fecha de caducidad. Lo importante en el filme del cineasta de 'La enviada del mal' y 'Gretel y Hansel: Un oscuro cuento de hadas' es su naturalidad para plantear estancias de la maldad, para reinaugurar el terror al margen de lo obvio, para moverse entre los pliegues de espacios y personajes sin dañar la primera capa de la ficción.
Aquí, un 'silencio de los corderos' singular con su detective del FBI, su normalidad anormal y la anormalidad normal que deja un rastro de inseguridad y fragilidad sobre la nieve. Incluso el hecho de que en el filme, entre sus criaturas –porque en él siempre son muchas–, esté Nicolas Cage apenas condiciona. Porque el malditismo, la impresión de que algo indescriptible acecha, lo doméstico cómplice de lo insólito son los terrenos donde pisa con seguridad Perkins hurgando en el líquido amniótico del terror. Todo el filme es una incubadora de eso que fácilmente denominamos diabólico pero que resulta más sutil, más enraizado en el tiempo y en el espacio. Lo primario y lo atávico, lo estremecedor envolvente prima y triunfa sobre la trama y sus probables resoluciones. Un encuadre, un plano, la fotografía son los verdaderos ponedores de lo macabro. Y ello sin necesidad de recurrir a la inmediatez, al impacto, al destello traumático. Los escenarios y lo psicológico, el hermetismo se postulan en un diálogo imposible que tiene su reflejo en ese temblor que uno se lleva consigo tras visionar el filme. El monstruo es esa inquietante cotidianidad que apela a lo grotesco, a lo oscuro y a lo absurdo. Y en esa combinación triunfa la extrañeza de lo impenetrable e indescifrable.
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