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2024. 138 min.EE UU. Dirección y guion: Sean Baker. Música: Matthew Hearon-Smith. Fotografía: Drew Daniels. Reparto:Mikey Madison, Mark Eydelshteyn, Yuriy Borisov, Karren Karagulian. Género: Drama. Salas: Ciclo. Embajadores Santander.
Es voluble, libre y juguetona, más que transgresora. Pero emana de su atmósfera ... y su torbellino visual, enérgico y agitador, una luz diferente. No obstante, no sé qué hubiese sido de Sean Baker sin Mikey Madison, actriz descomunal que acepta el riesgo, se exhibe a la intemperie, arrastra al espectador y transparenta uno de esos soplos de vida que supera los límites de cualquier ficción.
'Anora' es, sin duda, ella. Y también el fruto de la claridad de ideas de un cineasta a tumba abierta, pero preciso, que combina con aplomo la vorágine y la pausa, el primer plano y la situación disparatada, una escena de sexo y otra sostenida por las miradas, todas ellas cautivadoras, sustentadas en una línea débil pero intensa, fronteriza, entre géneros. Y abordadas como si se fuese a acabar el mundo. Lo de 'Anora', premiada en Cannes y uno de los mejores filmes del pasado año, es un cuento de hadas al que se le da la vuelta como a un calcetín. El ejemplo más recurrente es el de ver la cinta de Baker como el reverso de 'Pretty woman'. Pero 'Anora' no necesita referentes. Es un verso libre tan jocosamente amargo como tristemente luminoso. Hay en el filme –el retrato de una joven prostituta de Brooklyn que casi sin pretenderlo se convierte en una accidental Cenicienta– una poderosa energía que insufla destreza para moverse entre quiebros, pliegues y episodios efervescentes de lo cotidiano que escapan a cualquier encasillamiento y etiqueta.
Al cineasta de 'The Florida Project' no le hace falta mostrarse radical ni sofisticado. Su marca de la casa consiste en aparentar y deslizarse sobre la superficie de lo que narra y, sin embargo, transmitir complejidad, autenticidad y hondura como revelan los personajes de este fascinante y lúdico golpe sobre las desigualdades sociales, los sueños rotos, el significado del deseo en el capitalismo, sin moralismo ni discurso. Un lúdico espejo fragmentado, tan alocado a veces como desesperado otras, sin pausa ni mesura, pero sin perder en ningún momento el contacto y el tacto con lo cercano. Hay fogonazos de nouvelle vague, tiempos salvajes y situaciones que parecen revisadas por Leos Carax. Lo marginal, el trastero de los destellos, esa hoja de ruta de la educación sentimental de una joven stripper, le permiten a Baker trazar una cierta radiografía de la industria sexual. Divertimento de debacle emocional y desoladora mirada que, como toda buena comedia, se esconde tras una huérfana sonrisa.
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