Decorado de ensoñación

En el primer caso se elogia el sentido del espectáculo. Por contra, en el segundo se habla casi siempre de impostura. Pero buscando, o no, un lugar intermedio, 'Camelot' destila una jugosa sensación de fantasía, de decorado cómplice y un ejercicio luminoso.

La integración de las canciones aporta una textura diferente y los intérpretes –unos cantan de verdad, otros fueron doblados–Richard Harris y Vanessa Redgrave constituyen un pilar excelente. Curiosamente, la decisión de sustituir en pantalla a los actores del musical original, Julie Andrews y Richard Burton, provocó una agria polémica. Basada en las novelas de T. H. White sobre el rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, los exteriores de 'Camelot' fueron rodados en España, pero Joshua Logan, cineasta de 'Picnic', que también firmó otra incursión musical en 'La leyenda de la ciudad sin nombre', arropó la historia en decenas de decorados, cientos de extras y un cuidado especial del vestuario y el trabajo orquestal de la banda sonora. Aunque la opción musical puede ser discutible o causar cierta distancia a la hora de diseccionar la narración artúrica, lo cierto es que el filme posee un halo extraño potenciado por la querencia de Logan por las pinturas de los prerrafaelitas ingleses.

El romance vivido durante el rodaje entre Redgrave y Franco Nero acrecentó cierto clima. Logan de manera expresiva se refirió a 'Camelot' como «una de las películas más hermosas de ver que nunca puedan hacerse». Puesta en escena singular, primeros planos, búsqueda de una estética propia. Imbuida del espíritu de los sesenta, posee una mezcla de ensoñación, entre el canto libre y la utopía que nunca acaba de desprenderse de tristeza y melancolía. En esas difíciles convivencias fronterizas entre lo musical al servicio de la historia, la construcción de un sueño y la necesidad de la leyenda discurren tres horas desbordantes y aparatosas en sus formas y en sus diálogos.