Doler y curar
'Historias de miedo para contar en la oscuridad' | Dirección: André Øvredal; Género: terror; Salas: Cinesa y Peñacastillo
Guillermo Balbona
Santander
Lunes, 12 de agosto 2019, 10:43
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Guillermo Balbona
Santander
Lunes, 12 de agosto 2019, 10:43
Enlaza con naturalidad con varios referentes de géneros, emocionales, literarios y necesarios. Posee el espíritu de los relatos por entregas del XIX, rezuma 'Súper 8', 'Stand by me' ('Cuenta conmigo') e incluso algo del 'It' de Stephen King, que muy pronto regresa a las pantallas. ... También remite a las hogueras primarias, a esa necesidad de contar y que nos cuenten historias alrededor del fuego primigenio de lo desconocido y lo ignoto. Es adolescente y le sobran minutos pero transita con mucha dignidad, de Poe a Spielberg, los vericuetos e iconos de género y de la cultura popular. Hay casa encantada y fantasma, faltaría más, enredo de entrometidos, curiosidad malsana, despertar de espíritus y muchos homenajes, guiños y citas referenciales.
Detrás de este guiñol están las 'Historias para contar en la oscuridad' que se escriben con sangre pero que rechazan el gore y juegan con el susto y los tópicos. El demiurgo que está en la sombra, acechando tras esta lúdica entrega, es Guillermo del Toro, con lo que no hace falta andarse por las ramas.
El cineasta mexicano ejerce de productor aunque su sello es transparente y latente en buena parte de las situaciones de la ficción y en la concepción del relato fantástico y de terror fundidos en esa sacralización de las narraciones que duelen y curan. No obstante, en la dirección es el noruego André Øvredal quien firma la función. El director de 'La autopsia de Jane Doe' adapta el cosmos de tres libros y sus correspondientes subtextos de Alvin Schwartz, experto folclorista, quien a su vez tomó como punto de partida las leyendas urbanas y cuentos populares de miedo, sin olvidar al ilustrador Stephen Grammel. La ficción, sin embargo, está ambientada en 1968 y la silueta de 'La noche de los muertos vivientes', de George A.
Romero, un clásico para la devoción, enmarca estas historias apadrinándolas con su autoridad moral. Del espantapájaros a los pasillos de luces rojas, del libro que se autoscribe con sangre a los resquicios mas clásicos, el filme es un duelo entre productor y director que tiran y estiran la obra hacia lados muchos veces contrarios, con sus respectivas devociones particulares. De ese combate el espectador sale ganando pues en ambas direcciones puede elegir caminos que acaban en encrucijadas de terror gótico, más importantes y profundas que quedarse en la epidermis facilona y comercial de pensar que estamos ante un trasunto de 'Stranger Things', con fecha caducada de 1968. Y en este pantanoso campo minado entre nostalgia, sangre, cuentos y miedos primarios asoma como un mantra, lo oscuro de la mentira. Con Vietnam al fondo, Nixon aparece en las pantallas de la realidad televisiva que acompañan los escenarios del filme. Cada época tiene su monstruo.
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