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Angelina Jolie encarna a la diva.
Dolor y gloria
Crítica 'María Callas'

Dolor y gloria

Su filme se desliza irregular pero siempre brillante. Y perfora la enfermiza necesidad de adoración. Vida en tres actos, ópera cinematográfica de claroscuros

Guillermo Balbona

Santander

Lunes, 10 de febrero 2025, 09:56

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  • Película María Callas

  • Año 2024

  • Duración 123 minutos

  • País Italia

  • Dirección Pablo Larraín

  • Guion Steven Knight

  • Fotografía Edward Lachman

  • Reparto Angelina Jolie, Pierfrancesco Favino, Alba Rohrwacher, Haluk Bilginer

  • Género Drama

  • Salas Ocine, Cinesa, Yelmo y Embajadores Santander

Puede ser gélida. Pero es profundamente arriesgada. Su preludio, a modo de aria huérfana, son apenas ocho minutos de un despliegue visual sutil, que anticipa el caleidoscopio y el retrato fragmentado pero finalista del mito, de la diva. El chileno Pablo Larraín no es apto ... para puristas. Se adentra en la otredad, en este caso 'Maria' (Callas), desde un pasaje temporal que sirve de mirador, de palco para diseccionar la medida de todas las distancias ante la cantante y ante la persona. El cineasta de 'El conde', el retrato vampírico del sátrapa Pinochet, cierra ahora una trilogía de espejos de mujer, con un tercer acto más que simbólico en torno a la famosa soprano. Y como en los casos de 'Jackie' y de 'Spencer' no hay ni el más mínimo amago de hacer pasar sus miradas por biopics. Larraín, coherente, elegante, con planos deslumbrantes, se sitúa al otro lado de lo biográfico y traza sus singulares radiografías esquinadas, se interesa por los estados de ánimo más que por los hechos, e indaga en las sensaciones dejando a sus criaturas a la intemperie: las máscaras. Y esa atmósfera de intentar visibilizar lo invisible, magistral en su acercamiento a Lady Di, exuda aquí también una delicada extrañeza que despoja los estereotipos e invierte el diálogo entre la superficie y la hondura. Menos libre y más obsesiva que su precedente, 'Maria' se aferra al rostro de la Callas que es como decir a Angelina Jolie, inmensa, quien vampiriza física y espiritualmente a su personaje. Un derroche no de empatía ni de reflejo del original, sino de brutal esteticismo que se sumerge en las sombras, en esa penúltima frontera entre lo real, la fantasía, lo deformado, los recuerdos selectivos y un cierto desafío al pasado. Blanco y negro, color, travellings serenos, combinaciones de planos que recrean lo que fue y lo que es..., la actriz se somete a un verdadero tour de force del que sale magnificada. En una entrevista a la cantante en ese París de sus últimos días el joven le interroga sobre lo que sentía sobre el escenario: «Exaltación e intoxicación», contesta la diva. Y añade: «A veces, pensé que el propio escenario ardería. (...) No hay vida fuera de él». Y Larraín parece subrayar que es consciente de estar persiguiendo un fantasma. Su filme se desliza irregular pero siempre brillante sobre el dolor y la gloria. Y perfora agujeros negros en esa enfermiza necesidad de adoración que cubre a la mujer. Vida en tres actos, ópera cinematográfica de claroscuros.

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