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Era miedo de andar por casa. Y, por ello, a priori, leyenda, mito, temblor primigenio y todas las historias de narración oral confluían con naturalidad. Pero la película de Ángel Gómez Hernández queda devorada por una mirada globalizadora, envuelta en guiños de marca, más que ... de devoción, y en estudiados homenajes, más que en referentes expresados y visualizados con naturalidad. 'El hombre del saco' desaprovecha una buena idea, cae en la trampa de reactualizar una historia ligada al imaginario popular y a la memoria colectiva que se banaliza a través de uniformizar sus genes, y no saca partido al atractivo reparto.
Del cineasta, con una densa trayectoria en el mundo del cortometraje, 'Sed de luz', 'La última víctima' y 'Pertenecemos a la muerte', entre otros, más su ópera prima, 'Voces', sobre el protagonismo de las psicofonías en el mundo paranormal, ya se auguraba otro paso más en lo oscuro. Sin embargo, la historia de niños desaparecidos, esos hermanos que deben adentrarse en lo iniciático tras una pérdida grave, se convierte en un trasunto doméstico, por ejemplo, de 'Stranger Things'. Una película que se postula desde el terror, desde lo ignoto y que no da miedo, resulta como mínimo fallida. Un 'Cuenta conmigo', un Stephen King cruzado con 'Los Goonnies' y hasta incluso con un 'Verano azul' que de haberse mostrado verdaderamente perverso hubiese triunfado.
Pero solo es un ítem tras otro, una acumulación de apelaciones a iconografías conocidas sembradas sin ese vértigo a lo desconocido y sin que la inquietud empape lo verdaderamente popular, enraizado en ese temor transmitido e instalado en el universo infantil. Ni se agita el misterio adormecido del folclore ni se persiguen imágenes diferenciales. Quizás pensando en marca, en seguridad, en taquilla no hay riesgo y la película de género, corporativa, ahoga los posibles factores de identidad. Se piensa más en la saca que en el saco.
La estética y la forma parecen un molde correspondiente a un mundo ajeno completamente a lo narrado. Un esqueje de una serie potencial, pese a su preludio que promete lo que no será. Un coco, que no asusta, con poco coco. La amenaza se queda en el enunciado, falta esa energía inasible que recorre las estancias íntimas que forman parte de los miedos individuales, imposibles de compartir.
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