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Dumb Money. 2023. 104 min.EE UU. Dirección: Craig Gillespie. Guion: Rebecca Angelo, Lauren Schuker Blum, Ben Mezrich. Música: Will Bates. Fotografía: Nicolas Karakatsanis. Reparto: Paul Dano, Pete Davidson, Vincent D'Onofrio, America Ferrera. Género: Comedia dram.
Al igual que el propio mercado, si uno ... trata de entenderlo todo saldrá mal parado. Lo que refresca la incursión en esta historia real que suena a irreal, es decir, como todo sistema económico, es dejarse llevar cuando la comedia impone un aire despreocupado y, por tanto, como un grano mal curado supurar toda la mala leche y el valor del humor como laxante frente al estreñimiento de la realidad. 'Golpe a Wall Street' (el título original de 'dinero tonto' o bobo se ajusta más a la peripecia que vemos en pantalla y se distancia de estereotipos) es un mejunje de lobos financieros, movimientos bursátiles y otras zarandajas de difícil comprensión, en el que Craig Gillespie, cineasta de la excelente 'Yo, Tonya', traza una inmersión en el sorprendente caso GameStop, uno de esos episodios de David y Goliat que parece un esputo del propio mercado para aligerar su prepotencia.
A modo de dramedia, entre pequeñas inversiones y grandes fondos, el retrato de gente corriente que no lo parece tanto y de gente inalcanzable que parece del montón, es un enredo a muchas bandas que tiene su bolsillo seductor en el ritmo, en su estilizado y acertado reparto coral pero bien diferenciado y aprovechado y en su juego de tonos ágil y muy lucido y lúdico. La referencia a Martin Scorsese (que por cierto regresa a las pantallas el próximo día 20), es obligada y aunque con un sentido de lo trascendente ajeno, el recuerdo de 'El lobo de Wall Street' (hace ya una década) pulula como una sombra. El cineasta de 'Cruella', muy dado a lo caricaturesco, encuentra aquí un filón, bien atemperado por sus actores, paradójicamente, en un retrato global entretenido en su engranaje pero sin que realmente asome nada nuevo.
En el entramado financiero, entre formatos y archivos, la historia de esta tienda de videojuegos que revienta en la cara de los tiburones de la cosa, resulta simpática y maneja con eficacia esa red de pantallas y gráficos, pero cruza demasiado las líneas rojas del discurso moralista. A cambio frena el lenguaje de códigos económicos, aunque tampoco se pueda decir que haga mucho por perseguir la claridad.
Además, nunca se adentra con estilete o bisturí fino en las entrañas de la ambición, de la codicia y de los mecanismos invisibles del capitalismo salvaje. El cineasta parece igualar ambos extremos de tal modo que lo macro y lo micro, como sinónimos de malo o bueno, acaba generando la sensación de haber asistido a un cuento de colapsos bursátiles y ceros intercambiables que se recrea en la superficialidad.
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