Elogio de la dignidad
Cinesa, Ocine y Yelmo ·
Bollaín traza un relato sin exceso visual y exento de subrayados. Logra una abstracción colectiva desde el epicentro de una demoledora coacción colectivaSecciones
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Bollaín traza un relato sin exceso visual y exento de subrayados. Logra una abstracción colectiva desde el epicentro de una demoledora coacción colectivaCabe preguntarse cuántas veces el alcalde del Ayuntamiento de Ponferrada, Ismael Álvarez, llamó inepta y tonta a la concejala de Hacienda Nevenka Fernández; cuántas la humilló en público de muy diversas maneras; cuántas le hizo el vacío; cuántas, desde el poder, en fin, representó y ... simuló sentimientos, deseos y conductas con el único fin de mutar tales intenciones en un territorio de destrucción. Más que la cantidad, la respuesta es un estado: la anulación de la persona, la comunicación fundamentada en el miedo y la creación de un ecosistema en que solo hay verdugo y víctima. En este contexto, la película de Icíar Bollaín es un ejemplo de coherencia, de claridad narrativa, de rotundidad formal y bofetada emocional, una disección envolvente de unos 'sucesos', a veces crónica, otras documento, despojados de ruido: lo que suena, lo que se escucha en realidad, la mirada exterior e interior, ya explicitada en el título, 'Soy Nevenka', es la coherencia. Una mirada monolítica, sí, pero necesaria, rotunda, plena.
Año 2024
País España
Dirección Icíar Bollaín
Guion Bollaín e Isa Campo
Reparto Mireia Oriol, Urko Olazabal, Ricardo Gómez, Carlos Serrano
Género Drama
Hay tres momentos memorables en un filme que discurre de la levedad a la intensidad, de la descripción a la opresión y la asfixia. Son los que discurren en una boda; los más íntimos (de despacho y alcoba) que pese a la pulcritud y control de Bollaín alcanzan cotas de terror; y, finalmente, aquellos en los que la transformación física y psíquica de Nevenka (excelentes Mireia Oriol y Urko Olazabal) causa una desazón cercana, una incomodidad que suena a verdad.
Bollaín, cineasta de 'El olivo', que ya se había acercado de otro modo a la violencia machista en 'Te doy mis ojos', traza un relato sin excesos visuales y exento de cualquier subrayado. No lo necesita. De algún modo, logra una abstracción, que no busca tanto la indagación como el epicentro de una demoledora coacción colectiva (Furia y La jauría humana siguen vivas). Al filme de Bollaín le precedió un documental true crime en formato de miniserie. La directora de 'Maixabel' se adentra en el corazón de las tinieblas y deja a la intemperie a una mujer indefensa, a una criatura también objeto de un acoso de comunidad, de juicio social. Y lo hace sin fisuras, centrada y concentrada en esa caída, toma de conciencia y revelación encarnada en Nevenka. Lo más brillante, aunque parezca extracinematográfico, es su afán de universalizar la humillación, el dolor y hasta una posible redención. Quizá necesariamente fría, pero no por ello distante, la película es al cabo un retrato feroz sobre la dignidad. Y de ese déficit hay pruebas todos los días.
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