
Un fogonazo de fantasía
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El cineasta y poeta logra zarandear la imagen, de la corta distancia a la escena inmersiva, de lo fotográfico a lo pictórico, entre el cuento y el mitoSecciones
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El cineasta y poeta logra zarandear la imagen, de la corta distancia a la escena inmersiva, de lo fotográfico a lo pictórico, entre el cuento y el mitoHay una vaguedad evanescente, un filtro que domestica el romanticismo y, con el paso del tiempo, ha perdido el poder de su fascinación fundacional. No ... obstante, la que pasa por ser la adaptación cinematográfica más prestigiosa del famoso relato de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, continúa siendo una obra de arrebatos, de imágenes que afloran de la imaginación y la mirada de un poeta, que tapiza un cuento fantástico con una fina masa de onirismo y enigma. La afectación ha ido ganado terreno, esas costuras que salen a la luz de un romanticismo mal entendido, superficial en ocasiones, pero el cineasta francés logra zarandear la imagen, del plano de corta distancia a la escena inmersiva e invasiva (cuando no se hablaba de ello) de lo fotográfico a lo pictórico. Realidad y fantasía componen la ecuación arriesgada, con su propia imaginería amenazada por el artificio, pero que se construye entre el poder de los cuentos, la expresión de su artífice, lo sensorial y lo plástico, todo ello trazando las fronteras entre la luz y la oscuridad. La Filmoteca acoge este mes una confrontación atractiva entre distintas versiones de 'La bella y la bestia'.
País Francia
Año 1946
Dirección y guion Jean Cocteau
Reparto Jean Marais, Josette Day, Marcel André, Mila Parély
Género Frantástico
Pero el universo de Cocteau, entre la ingenuidad de un filme rodado hace casi ochenta años, mantiene esa idealización romántica de capas superpuestas, de gestos y miradas con Jean Marais al frente y el contraste con el papel encarnado por Josette Day. Lo diferente llamado monstruoso sustenta este mito del fantástico, entre brazos que sujetan candelabros, miradas hondas a través de ojos que parecen surgir de la profundidades del mundo, todo ello vertebrado por una mutación que dibuja la belleza interior y que apela al ilusionismo, a la infancia, a la mirada desde dentro y hacia dentro. Cocteau hace una llamada a la complicidad desde el inicio. Había concluido la segunda guerra mundial y la poesía, entre la redención y la fuga, buscaba su lugar en el mundo.
El arquetipo crece, a través de la imaginación, el soplo surreal y la necesidad de soñar. Todo es sublime a la vez que escenográfico, suntuoso y onírico, un paisaje con sus puertas entreabiertas entre el clasicismo y la mirada casi libertaria. Un tono evocador que rompe la fábula en mil pedazos en busca de que realidad y fantasía crucen sus respectivas fronteras con una extraña naturalidad. Ese es su atractivo y su peligro. «Una cosa largo tiempo soñada, imaginada, vista en la pantalla invisible, será preciso esta misma mañana convertirla en algo sólido, esculpirla en el espacio y la duración».
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