
Huston trotamundos
Ateneo. Final de ciclo. Lunes. ·
Vitalidad y serenidad, efervescencia y solidez, ironía y épica, en una mirada del fracaso, entre perdedores y soñadores insaciablesSecciones
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Ateneo. Final de ciclo. Lunes. ·
Vitalidad y serenidad, efervescencia y solidez, ironía y épica, en una mirada del fracaso, entre perdedores y soñadores insaciablesSon muchas las películas de John Huston cuya intrahistoria resulta tan atractiva –y en ocasiones más– que sus ficciones, adaptaciones y plasmaciones visionarias. Rodajes convulsos, ... pasiones soterradas o mostradas a la intemperie. De 'La reina de África' a filmes donde asomó como actor imponente, caso del 'Chinatown' de Polanski. Y esto incluye a su testamento, esa obra maestra que es 'Dublineses', donde el cineasta derramó sangre y vida hasta su última bocanada sobre la palabra de Joyce.
Año 1975
País EE.UU.
Dirección John Huston
Guion Huston, Gladys Hill
Reparto Sean Connery, Michael Caine, Christopher Plummer, Saeed Jaffrey
Género Aventuras.
Lo cierto es que 'El hombre que pudo reinar', como tantas de su filmografía, es un ejercicio de vitalidad, de mirada sobre el mundo que parece dispuesta a desgarrarse con un sentido finalista, siempre apasionado. Esta vez el asidero está fundamentado en una base sólida: la obra de Rudyard Kipling. El género, la aventura por antonomasia, discurre y se postula en estado puro. Hay ritmo, sentido narrativo, potencia visual y ese magma casi invisible que atraviesa la trama. No son solo las persecuciones, combates, o situaciones al límite.
En Huston, como ya sucediera en obras maestras como 'El halcón maltés' o 'El tesoro de Sierra Madre' los fotogramas rezuman una extraña ironía, una energía efervescente que puede llamarse humor, finura, nobleza o simplemente lucidez, caudal de vida. Hay algo cautivador en este viaje de Danny Dravot y Peachy Carnehan, trotamundos que viajan a la India a finales del XIX, en un itinerario entre la supervivencia, la mística del fracaso, la aureola de los perdedores (presente en toda su filmografía) y la elegancia y el poso de un buen trago. Lo que Huston logra es una permanente serenidad, a modo de latido. Suceden cosas y muchas, pero es constante el pulso y el espíritu de la obra literaria; la épica, la interpretación y significado de la aventura, la búsqueda de una belleza nunca forzada. Y a diferencia, ya entonces, y en comparación con el presente, la del cineasta es la mirada triunfante de lo natural, alejada de ese artificio que prima en buena parte del cine de hoy. A ello hay que sumar la agilidad y el encanto, la empatía de Sean Connery y Michael Caine, mientras suena inolvidable Maurice Jarre. Tras la aventura uno cree ver a ese Huston dándose de puñetazos con Errol Flynn por Olivia de Havilland, o la leyenda del santo bebedor. Soñando, siempre soñando.
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