Incendios de interior

Es como empezar escuchando una melodía reconocible y acabar oyendo, tras una transición extraña pero sin pomposidad, un réquiem. 'El cielo rojo' logra ese milagro al atrapar al espectador en una historia tan ligera como trascendente, que pasa de la brisa al huracán, de la aparente comedia de fragilidades a un drama suave, inundado por matices emocionales.

Esta tragicomedia de azares y destinos, otro cuento de verano, discurre entre señales, zozobras, miedos, presagios, corazonadas. Mal que les pese a muchos es un filme que vuelve a ratificar que la sombra de Eric Rohmer es alargada y su influencia notable en el cine contemporáneo.

La película de Christian Petzold, director y guionista, vuelve a servir de prueba de que el cineasta de 'Barbara' es uno de los más interesantes del actual cine europeo. En este caso narra con maestría, tanto lo que sucede en la superficie como lo que subyace. El agua, quizá por ello, en oposición al fuego, tiene su simbolismo y fluye en palabra e imagen a lo largo de los sucesos mínimos y graves, ambos igual de importantes.

Una historia sencilla de cuatro jóvenes (y cinco personajes) en una casa de verano en la que coinciden casi de forma tan forzada como azarosa. Es lo que permite al director alemán crear un retablo de estudio de personajes que desprende humor, pero también rezuma un clima subliminal en torno a los actos, reacciones, comportamientos y conductas de sus criaturas, especialmente la del escritor, que conlleva diseccionar la condición humana desde una atalaya esquinada pero no menos eficaz. Todo envuelto en llamas invisibles, la amenaza de unos incendios cercanos en un tiempo de calor extremo, aunque lo que arda sean los fuegos interiores de esta mezcla de fábula e imposible fantasía romántica.

El cineasta de 'Phoenix' y 'Ondina' realiza un cine inteligente, muy sutil, que fluye entre la adversidad y lo inesperado, manejando tiempos y espacios, la intimidad y lo global, y firmando una vuelta de tuerca tan arriesgada como lograda. Posee un tenue, vaporoso misterio, mientras construye un indefinido ecosistema que funde con naturalidad ficción y realidad, farsa y catástrofe.

Entre la sobriedad y la lucidez estamos ante una magistral comedia amarga que tan pronto tiene algo cínico de Haneke, la capa ambigua de insinuaciones a lo Ozon y una teatralidad evanescente, y no menos quirúrgica, como una obra de Chéjov. Todo, lo casi cómico y lo trágico, hermosamente accidental.