
Una infusión melosa
Groucho ·
Es aroma sin poso, viaje iniciático entre culturas sin luz propia. La complicidad embriagadora es simple confusión colorista y frágilmente aromáticaSecciones
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Groucho ·
Es aroma sin poso, viaje iniciático entre culturas sin luz propia. La complicidad embriagadora es simple confusión colorista y frágilmente aromáticaSi el té es un tipo de infusión, pero no todas las infusiones son tés, todas las películas tienen su perfume, pero no todas tienen ... su poso. La cinta de Abderrahmane Sissako está construida con el aroma de lo cosmopolita, si es que eso sigue existiendo, pero se olvida de lo más cercano: lo emocional, el tacto, la sensación de participar de un rastro de descubrimiento, de revelación, quizá de pasión. Pero 'Té negro' se queda en el ritual, en la ceremonia, en las geografías, de África a lo oriental, entrelazadas por tradiciones, pero sin traspasar la superficie.
Año 2024
País Francia
Dirección Abderrahmane Sissako
Guion Kessen Tall y Sissako
Reparto Nina Melo, Chang Han, Michael Chang, Patty Wu
Género Drama romántico
Está la planta aromática, la infusión, el aprendizaje construido en pareja, pero la metáfora no se aprovecha y no hay efecto más allá de una melosa, parsimoniosa y hasta, en ocasiones, tediosa, caprichosa inmersión en el conocimiento del yo y del otro. En este caso un divorciado chino y una inmigrante marfileña en sus encuentros en Guangzhou, entre tazas y aromas.
Pero al cineasta de 'Bamako' le falta intensidad, sus personajes enuncian, aparentan, pero carecen de hondura y el filme es una nube pasajera: ni logra personalidad visual propia, como 'El perfume', ni logra arañar ni una sola de esas capas de elegancia, sutileza y energía pasional de filmes como los de Wong Kar-Wai, con 'In the mood for love' como hermoso exponente. Sissako deja huérfanas a menudo a sus criaturas y la inconsistente atmósfera, como mínimo desmayada, impide elevar la poética a la que se aferra sin forma ni fondo. Su mirada es si acaso la del té derramado sin haber llegado a probarlo. El supuesto encuentro y la colisión de culturas, la presumible seducción de los escenarios y el dramatismo sobreentendido nunca son reflejados por el director de 'Timbuktú', que parece preso de una cierta mirada amanerada, secuestrada por una delicadeza sin vigor, exenta de la exaltación de los pequeños detalles. Busca sin lograrlo un diálogo entre la realidad y el deseo, entre lo real y la ensoñación como así cabe deducir de un plano final explícito e innecesario. En ese duelo de la fábula y lo onírico, por muy ambiciosa que pueda ser la apuesta, la mirada resulta fallida y frustrante. Abstracción y fusión de placeres que se quedan en un mero manual de la ceremonia del té. La complicidad embriagadora es simple confusión colorista y frágilmente aromática.
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