Inteligente vuelta de tuerca

A modo de díptico temporal, uno fallido e insuficiente, el otro certero, interesante e inteligente (ambos utilizando la provocación pero casi opuestos) coinciden en cartelera los filmes 'Royal Hotel 'y 'How To Have Sex', de las cineastas Kitti Green y Molly Manning Walker, australiana y británica, respectivamente. El primero, ya comentado aquí, salva sus planteamientos gracias a la doble interpretación de sus protagonistas. Pero en el caso del filme ganador en la sección Un Certain Regard de Cannes y reconocido en los British Independent, su audaz incursión en el cine de adolescentes permite abordar cuestiones nada fáciles como el germen del machismo, los 'malentendidos' sobre el sexo, el escándalo en cuestiones establecidas per se y enquistadas en el tiempo, la ausencia de límites, una especie de vale todo en las relaciones y la falta de definición del consentimiento.

Para ello, la directora retuerce, casi da la vuelta al coming-of-age a través de la peripecia de tres chicas de vacaciones en verano, imbuidas e implicadas en los ritos de iniciación, esa ecuación alcohol y sexo que a la cineasta en su ópera prima le vale para zarandear las cosas que se dan por supuestas y para generar varios interrogantes. El escenario es Malia, en la isla de Creta, pero podría ser Magaluf o cualquiera de esos pequeños ecosistemas de un turismo que vende el desenfreno y donde el sexo es el epicentro.

Como sucede en 'Royal Hotel' pero aquí sin dispersión, la debutante logra trazar diferentes puntos de vista de acuerdo a subgéneros y mezclas bastantes eficaces hasta desembocar en una secuencia desoladora que resulta toda una declaración de principios. Para sostener sus riesgos y subrayar desde el equilibrio lo que propone, la película cuenta con la presencia de Mckenna Bruce.

Es drama iniciático y retrato del desamparo, entre la sororidad, la soledad, el disturbio de las relaciones, la alegría de vivir y el dolor de las experiencias. Una detonación en los clichés del sexo que nunca conllevan libertad. Lo vivido por la propia cineasta ha fundamentado su inmersión en esta agitada mirada sobre lo que muchas veces se considera normal y no lo es: «Cuando éramos jóvenes nos empujábamos a estas situaciones que eran situaciones de agresión. Pensábamos que estaba bien que ellos hicieran ciertas cosas, y no lo estaba».

Un sutil retrato hiperrealista que desenmascara el consentimiento y que revela la indefensión surgida casi siempre del poder de unos y la ignorancia de otros. Entre la excitación y el desconcierto.