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Película Dark Victory
Año 1939
Duración 104 min
País EEUU
Dirección Edmund Goulding
Guion Casey Robinson
Música Max Steiner
Fotografía Ernest Haller
Reparto Bette Davis, George Brent, Humphrey Bogart, Geraldine Fitzgerald
Género Drama
Salas Ateneo. Ciclo. Hoy, a las 19.00 horas
Hay planos en esta película que ilustran con rotundidad la materia prima de una actriz superlativa. 'Amarga victoria' –'oscura' en el original–, no es una ... cinta bélica pero sí relata otra guerra: la que nos enfrenta a la enfermedad, la de los límites entre la vida y la muerte, la de las decisiones médicas, la de las fronteras del dolor y la de los duelos entre la mente y el cuerpo. Es un melodrama al pie de la norma y de la imagen. No es la mejor obra de su larga y fecunda trayectoria. Pero subyace en ella una sucesión de contrastes y de luces y sombras que Bette Davis expresa con una claridad enorme. Su personaje, el de una joven que comienza a mostrar síntomas de desorientación y dolores de cabeza, discurre entre el sello Davis, el desgarro dramático, cuando no lacrimógeno, y un romance accidentado, entre la fragilidad y los tiempos acotados. En realidad todo el filme es un diagnóstico en el que confluyen el destino, la lucha y lo inevitable. Después hubo otras versiones, caso de la de 1976, bajo la dirección de Robert Butler con Elizabeth Montgomery y Anthony Hopkins. Lo que distingue al filme de los años treinta es esa atmósfera clásica, fruto de una factura intachable donde se aúnan todos los elementos técnicos y artísticos con un objetivo esencial: primar el pulso narrativo. El cineasta responsable de este edificio melodramático es Edmund Goulding, uno de esos artesanos que pese a su invisibilidad histórica ha sido importante en ese paso del cine silente al sonoro y en el crecimiento de estilo, la necesidad de forjar nuevos puentes en la evolución del cine. El retrato duro de una enfermedad, la sombra de lo terminal eran propicios al exceso y la hipérbole, pero el cineasta de 'El callejón de las almas perdidas' opta por la contención y pone el foco en la excelencia de una intérprete mayúscula e indómita. De hecho, el director no se libró de ese espíritu libre de la actriz y mantuvo una agria polémica con la estrella. En un papel, casi de cínico, Bogart –que volvía a coincidir con Davis, encarna a un personaje que permite al espectador cierto escapismo del tono de tragedia. Y, como anécdota, asoma un joven Ronald Reagan, ese tan mal intérprete como presidente estadounidense. La actriz, entre la luz y la oscuridad, aporta vitalidad y lucidez, clarividencia y firmeza en una demostración más de intensidad y presencia.
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