Borrar
La luz de la vida
Crítica 'La última película'

La luz de la vida

Una fábula iniciática, una ilustración reveladora sobre el asombro tras el descubrimiento del cine, a través de la infancia, la memoria y el misterio

Guillermo Balbona

Santander

Jueves, 22 de agosto 2024, 10:59

Last Film Show. 2021107 min. India India. Dirección y guion: Pan Nalin. Reparto: Richa Meena, Rahul Koli, Dipen Raval, Bhavin Rabari. Música: Cyril Morin. Fotografía: Swapnil S. Sonawane. Género: Drama. Salas: Groucho. Mañana. Ciclo aniversario.

Cuento iniciático y canto de luz, la infancia recuperada y la revelación de la vida a través del cine confluyen en este filme hermoso. La mirada impone su declaración de amor al cine. 'La última película' del cineasta Pan Nalin es una fábula que discurre, crece y se eleva en la entraña del cinematógrafo, en ese trayecto que hay desde el propio artefacto a la proyección, de la esencia de la luz a las imágenes que cuentan historias. La recuperación del filme (India, 2021) se enmarca en el ciclo que, desde la coherencia y el homenaje, ha programado en los próximos días las salas Groucho con motivo de su vigésimo aniversario.

Aunque como es lógico las proyecciones que se integran en el descubrimiento del niño protagonista corresponden a proyecciones de clásicos de Bollywood, lo cierto es que la memoria y la construcción de cinefilia de cada espectador añade de manera natural sus propios títulos, o esa fragmentación de cine que mira a su propia identidad.

De 'El cameraman' de Buster Keaton a 'Los viajes de Sullivan' de Sturges. Lo más peligroso a la hora de acercarse a la cinta del cineasta de 'Samsara' es creer que estamos ante un nuevo 'Cinema Paradiso'. No es así. El viaje de la imaginación, de infancia e iniciación, elude la parte más sentimentaloide el ejercicio puro de nostalgia y nunca pierde de vista el drama y el retrato de esa India rural ni esconde su deseo de dejar claro lo autobiográfico.

'La última película' es un acto de devoción al cine, de elogio de eso que no tiene nombre aunque lo llamemos magia o fantasía. A través del pequeño Samay el cineasta de '7 diosas' narra una invitación a adentrarse en la naturaleza de las imágenes, en el ADN de esa conmoción inasible que supone la epifanía visual y la emoción en su estado más puro. El cine como cobijo y pasión, como refugio y aliento vital. Un despertar a la fascinación de un paisaje en el que se entrecruzan el tren, la necesidad de soñar, la pobreza, el viaje a la ciudad, lo sensorial, los colores, también los sabores, sin faltar el homenaje al maestro indio Satyajit Ray.

La aventura hipnótica se funde con esa senda de luz y de memoria y a esa enredadera de celuloide y asombro que edifica ese otro resplandor como asidero. La película se tiende sobre su propio lenguaje, entre la experiencia, la materia de los sueños y los deseos y ese poema de resistencia que Nalin traza con delicadeza y seducción, sin empalagar, con sentido y sensibilidad en torno al cine y su significado.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes La luz de la vida